Establecido que son en torno a una decena los papas que han terminado su pontificado sin “necesidad de morir”; que la frontera entre la “renuncia” o “abdicación” y la “deposición” es fina a veces como el papel de fumar; y que finalmente los precedentes más evidentes de lo que acabamos de contemplar con ojos estupefactos estos días, la abdicación de Benedicto XVI, son los que constituyen San Celestino V ( si desea conocer los pormenores de su abdicación) y Gregorio XII ( si desea conocer los pormenores de su abdicación), creo que es momento propicio de analizar los parecidos y las diferencias existentes entre los tres casos, para tomar conciencia de la importancia del evento histórico al que acabamos de acudir.
Analizaremos tres aspectos de la abdicación de cada uno de los tres pontífices: voluntariedad, libertad y desenlace, para después y por último intentar obtener una conclusión.
1º.- Voluntariedad.
La voluntariedad de la decisión de abdicar está muy clara en el caso de San Celestino, tan clara que, en realidad, la propia elección como Sumo Pontífice hace algo más que sorprenderle, y podemos decir que hasta le contraría. Renuncia apenas cinco meses después de ser electo, y es evidente que para él la abdicación representa un verdadero alivio.
La voluntariedad está también muy clara en el caso de Benedicto XVI, quien de parecida manera también expresó en su momento que no albergaba intención alguna de ser papa, y que una vez que murió Juan Pablo II sus planes pasaban por retirarse a su casa a tocar el piano y a escribir en compañía de su hermano Georg, y que en la ya famosa entrevista con Peter Sewald, expresó con la claridad que caracteriza su discurso, que el de la renuncia era no sólo un derecho de un papa, sino llegado el caso, incluso un deber. No se puede decir con mayor claridad.
La voluntariedad está menos clara en el caso de Gregorio XII, quien si bien al iniciar su pontificado anuncia su intención de abdicar si se llega a una solución en los hechos que condujeron al que se conoce como Cisma de Occidente, la historia enseña que, a la hora de la verdad, conseguir que firmara esa renuncia costó un poco más de lo que muchos habrían deseado y él había prometido.
2º.- Libertad.
Se podría pensar que la libertad en la decisión de abdicar está bastante clara en el caso de San Celestino, para quien, como hemos dicho, el papado fue un calvario y la abdicación un alivio. Pero entre los hechos que caracterizaron el pontificado de San Celestino quizás la palabra “libertad” no sea la que mejor rime. San Celestino no fue exactamente libre para aceptar un oficio que claramente no deseaba, y aunque deseaba renunciar cuanto antes, tampoco la renuncia se produjo en circunstancias que quepa definir como de libertad, sino bajo la estrecha tutela de quien era el verdadero hombre fuerte de la situación y quien habría de ser su sucesor, Bonifacio VIII, un papa cuyo comportamiento no cabe destacar entre los más ejemplares de la Iglesia, y menos aún por lo que a la persona de su predecesor se refiere.
En el caso de Gregorio XII, si ya hemos cuestionado la voluntariedad de su decisión, poco más cabe decir de la libertad con la que fue adoptada, casi ninguna, impuesta como fue por el resto de las personas implicadas en el proceso, desde Martín V, su sucesor, y los cardenales del cónclave, -que como se sabe, tendrán a partir de ese momento un poder que nunca habían tenido ni volverán a tener en la historia de la Iglesia-, hasta el Emperador Segismundo, uno de los principales protagonistas en la solución del cisma y en consecuencia en la abdicación de Gregorio.
En el caso de Benedicto XVI se aprecia una magnífica y total soberanía de la voluntad traducida en una libertad plena y perfecta en su decisión. Una apreciación a la que contribuye la absoluta discreción con la que se ha llegado a ella; la sorpresa indisimulada que ha constituído para todo el mundo, por lejano o cercano que se halle del Papa; la firmeza en la expresión del Papa; pero, por encima de todo, un hecho en el que se han detenido excesivamente poco los analistas: el de que la renuncia no haya sido inmediata, como en el caso de sus predecesores en la abdicación, sino postpuesta a una fecha muy concreta y determinada de antemano, lo que viene a demostrar fehacientemente que Benedicto XVI es dueño de sus tiempos y amo y señor de su abdicación, libre como el más libre de los pájaros.
3º.- Desenlace.
El desenlace es muy diferente en cada uno de los tres casos. En el caso de San Celestino, cuya única ambición consistía en recuperar la vida del ermitaño que era antes de ser papa, y aún a pesar de la claridad con que se manifiesta su voluntariedad de dejar de sentarse en la silla de Pedro, su sucesor, Bonifacio VIII, receloso de que aún pudiera suscitar algún tipo de adhesión entre el pueblo o los cardenales, no lo deja ir, y cuando se le escapa, lo busca ensañadamente hasta capturarlo y encerrarlo, situación en la que lo mantiene hasta que muere. Y eso si, como sostienen algunos historiadores de la Iglesia, no fue él mismo quien lo mata.
El caso de Gregorio XII es exactamente el contrario. Cuando contrariamente a su voluntad, y de manera que no puede definirse como de perfecta libertad, accede a presentar su renuncia, el gesto le es premiado con generosidad: su sucesor mantiene a todos los cardenales por él nombrados, y por lo que hace a su persona, es consagrado obispo de Oporto y legado perpetuo en Ancona.
El desenlace de la abdicación de Benedicto XVI, la reclusión en un convento de clausura según se ha desvelado, se halla a caballo del de los dos anteriores. En cuanto al destino, se parece al que habría deseado para sí San Celestino, la posibilidad de volver a la vida de reflexión y paz del ermitaño. En cuanto al modo, se parece a lo acontecido con Gregorio XII, que pudo terminar sus días en absoluta paz y armonía con todos los estamentos de la Iglesia, sin que nadie le persiguiera.
4º.- Conclusión.
Dicho todo lo cual, no podemos afirmar sino que nunca en toda la historia de la Iglesia hemos contemplado una renuncia papal tan perfecta como aquélla a la que hemos asistido ayer y en la que “el fantasma de la deposición” que asoma tras de cada caso de abdicación papal, -un fantasma que se pasea jactanciosamente tras la abdicación de Gregorio XII, y algo menos, bastante menos en realidad, tras la de San Celestino-, se nos aparezca más lejano.
Por lo que no cabe sino concluir que ha tocado a esta generación que es la nuestra, contemplar un hecho sin precedentes perfectos en la historia, y que no podemos definir sino como de evento histórico en toda regla.
Por lo que no cabe sino concluir que ha tocado a esta generación que es la nuestra, contemplar un hecho sin precedentes perfectos en la historia, y que no podemos definir sino como de evento histórico en toda regla.
©L.A.
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