Una vez más Benedicto XVI remueve la Iglesia y nos obliga a despertar de cualquier posible acomodamiento en el que hayamos incurrido. Con un papa así nos sentimos seguros porque hasta en este trance de renuncia se trasluce un golpe firme de timón, que nos recuerda que aquí quien dirige la nave es Dios por medio del Espíritu Santo.
No puedo evitar tener la sensación que todo el mundo está opinando a la ligera sobre este asunto. Los cristianos y gentes de buena voluntad lo hacen admirativamente. Los que no lo son aprovechan para atizarle a la Iglesia por donde pueden.
Reconozco que me llena de tristeza e indignación escuchar opiniones infundadas que quieren ver política, conjuras o fracaso en un gesto que nos supera a todos, pero aún me pone peor oir las opiniones de los que dicen que son de casa.
Ayer me atiborré a ver debates televisivos y debo decir que la mayor pena es escuchar cómo los pretendidos teólogos y periodistas católicos que cadenas como la pública han paseado por sus pantallas no se enteran ni del nodo.
Y es que para entender a Benedicto XVI y lo que ha pasado hace falta tener fe. Hace falta vibrar cada vez que se dice CREO EN LA IGLESIA al recitar el credo niceno. Hace falta entender las cosas desde la lógica de Jesucristo y con la adecuada perspectiva histórico-escatológica. Y para tenerla hay que estar dentro de la Iglesia y tener mucho sentire cum ecclesia ignaciano.
Por mucho sacerdote progre con ínfulas de teólogo, periodista de religión pro 15m eclesial o autotitulado vaticanista ignorante de Dios que se nos pasee por la radiotelevisión, al final su discurso mohíno y cansino sobre el cambio en la iglesia suena a un ritornello más de los que indocumentadamente pretenden echar por tierra lo que es un acto de una grandeza inconmensurable.
¿Quieren cambio?: pues aprendan de Benedicto XVI. La historia le recordará por lo que ha hecho en estos ocho años, y por todo lo que sobrevenga después a la Iglesia inspirada por su estela que con los años se magnificará.
Donde todo el mundo ve motivos humanos queriendo proyectar sus fobias y prejuicios acerca de la Iglesia, yo sólo puedo ver un acto de la providencia de Dios así como un glorioso ejemplo de santidad y buen gobierno.
Y eso sí, también veo algo muy humano, pues Benedicto XVI es fiel discípulo del Dios encarnado por lo que también usa su razón y discernimiento para elegir lo mejor para la Iglesia según la voluntad de Dios.
Hoy me ha dado por pensar que Benedicto XVI de entre todas las personas que configuran la Iglesia, es el único capaz de comprender lo que supone para la misma un papa enfermo y en declive.
Cuando Juan Pablo II comenzó a apagarse, era él quien lo sostenía cargando con el peso de la Iglesia a sus espaldas. Él lo vio declinar, lo vio enfermar y lo acompañó hasta el último momento.
Joseph Ratzinger vio morir a Juan Pablo II y la Iglesia no tembló ni se socavaron sus cimientos, sino que salió más fuerte del trance.
Buscamos razones humanas y olvidamos una fundamental: el que ha sido segundo sabe lo que pasa cuando el primero no puede más y vive en una prolongada agonía en la que el gobierno se hace difícil porque todo está en un impasse.
Nuestro pontífice conoce los entresijos de lo que pasa cuando declina un papa y por lo tanto su elección es fruto de una reflexión que ya comenzó viendo él los últimos compases de su predecesor. Y no vivimos tiempos para permitirnos un impasse; Benedicto XVI lo sabe porque se subió a la silla de Pedro para luchar.
Benedicto XVI sabe lo que nadie como él sabe en la Iglesia porque él vio morir a Juan Pablo II. Y los demás sólo podemos admirarnos, rezar y dejarnos de opinar.