Para lo que tenemos ya cierta edad, es esta una frase que nos resulta familiar. La frase, no sé porque, me vino esta mañana a la mente y estuve meditando sobre ella. ¡Tranquilos! No, no voy a escribir nada sobre política:  la política no es lo mío ni me interesa un ápice, lo mío o al menos es lo que pienso es lo que el Señor quiere que yo haga, que es ocuparme exclusivamente de fomentar el amor hacia Él, hablando sobre todo, acerca de la vida espiritual. Todo tiempo que dediquemos  a otro que no sea directamente deseado por Él, es tiempo que no le dedicamos y al final irá siempre en prejuicio nuestro. Si miro atrás en mi vida pasada, veo que Él, durante bastantes años ha querido sin que yo me diese cuenta, que me formase para este cometido y ahora solo puedo decir que me siento completamente feliz y  obligado a servirle escribiendo, porque lo que todos hemos recibido gratis, hemos de darlo gratis (Mt 10,8).

            Existe un concepto espiritual, muy en consonancia con este tema de las ataduras; me estoy refiriendo a los apegos humanos. Las ataduras humanas en definitiva son una consecuencia de los apegos, porque el que carece de apegos no se ata a nadie. Es por ello, que aquí al final de esta glosa, hago referencias a las glosas publicadas sobre los apegos humanos.  El término atadura, viene de atar y atar en sus dos primeras acepciones de DRAE, nos dice este que es: 1. tr. Unir, juntar o sujetar con ligaduras o nudos. 2. tr. Impedir o quitar el movimiento. Y por su parte también el DRAE define el apego diciendo que es: Afición o inclinación hacia alguien o algo. Es decir, cuando se tiene un apego o una afición a alguien o a algo, uno se termina atándose a ese alguien o algo.

      Las ataduras de cualquier clase, nos impiden cercarnos al Señor. San José María Escriva, no recuerdo en que libro, contaba que durante la guerra en las trincheras, cuando el oficial iba a dar la orden saltar sobre la trinchera para atacar al enemigo, los soldados se despojaban, de mantas, cantimploras, macutos, y todo lo que le impidiese estar ágiles para poder moverse y correr. Si queremos vibrar de amor al Señor, hemos de desnudarnos de toda clase de apegos si no lo hacemos así, jamás abandonaremos la trinchera de nuestro ego y no correremos al encuentro con nuestro Amor que está con los brazos abiertos esperándonos y nos lo perderemos

            Las ataduras humanas, pueden ser de dos clases; espirituales y materiales. Las características de ambas son diametralmente distintas, así por ejemplo es muy distinto abandonarse o entregarse en el amor a Dios, que es una atadura espiritual, que atarse al deseo de posesión de bienes, se logren estos o no se logren, porque frente al Señor, lo que cuenta es el deseo, no la obtención de lo deseado. Así por ejemplo la pobreza evangélica no consiste en la indigencia material, contra la cual siempre hay que luchar, sino el deseo de no atarse a los bienes y vivir como si estos bienes no se tuviesen, porque así se logra la libertad del corazón, que libre de deseos y de ilusiones, puede elevarse sin ataduras hacia Dios, amándolo sobre todas las cosas. Las ataduras materiales, son siempre como todo lo material efímero y caduco, las ataduras espirituales son eternas. En el orden material nadie puede fijar una atadura eternamente, porque otros vendrán que desatarán lo atado, sustituyendo lo bueno por lo malo o al contrario lo malo por lo bueno.

          En relación al orden espiritual personal, el cardenal John Henry Newman, escribe: “Es necesario que un hombre confiese su inmortalidad con sus palabras y viva además  como quien procura entender lo que confiesa. Entonces se halla en el camino de salvación y se dirige hacia el cielo aunque no haya conseguido todavía librarse completamente de las ataduras de este mundo”.

         En relación al orden material personal, Slawomir Biela, escribe: “Con frecuencia somos también esclavos de las ataduras aparentemente inocentes, de nuestras pequeñeces; o al menos “somos ricos” en deseos, llenos de pretensiones atrapados por la codicia de poseer cosas que no tenemos, pero que nos parecen imprescindibles para ser felices. A menudo nos volvemos inconscientemente esclavos de nuestros deseos, que provocan en nuestra vida inquietud sufrimiento e incluso la  enfermedad”.

           Las ataduras de este mundo, es decir, las de orden material que generan los apegos que a ellas se tienen, son las que utiliza el maligno, para dificultarnos nuestro acceso al amor del Señor. Esencialmente, son toda esa clase de deseos creados por nuestra mente y alimentados por las ilusiones que nos proporciona nuestra imaginación, estos elementos son los que nos impulsan a la comisión de actos cuyos resultados, la mayoría de las veces nos crean ataduras. Nos atan a este mundo y ello nos aparta del amor a Dios, que es el objetivo del maligno. Nosotros continuamente, una veces con plena conciencia de lo que hacemos y otras inconscientemente, estamos siempre atándonos a lo que este mundo nos ofrece en el aspecto material y desperdiciando las ocasiones de atarnos espiritualmente al amor del Señor.

         Las ataduras materiales en las que nos envolvemos, pueden ser simples o compuestas. Una atadura simple es adquirir un objeto que no nos es necesario, pero que nos lo demanda nuestro capricho. Esto es una atadura simple de la cual fácilmente se puede salir, prescindiendo del bien adquirido. Pero hay otro tipo de ataduras complicadas y con resultados que cada vez le atan más a uno o una. Tomemos el ejemplo de una persona que contrae matrimonio canónico, a los pocos años uno de los dos, se ata en un adulterio con otra persona. Hasta aquí esta persona adultera, se ha atado a una relación adulterina simple, que en principio, dentro de su dificultad, es más fácil de romper, pero en la medida que va pasando el tiempo, las ataduras del adulterio se van reforzando y de pronto aparece un fruto de ese adulterio, que ata todavía más. ¿Cómo se puede cortar por lo sano una situación así? Todos sabemos que es difícil y complicado y desde luego que nadie entra en el cielo, de la mano de su compañero o compañera de adulterio.

         El demonio, sabe perfectamente cómo actuar en cada caso complicándonos la vida, porque toda atadura material contraria a la voluntad del Señor, siempre nos complicará la vida. Nosotros estamos creados para ser eternamente felices con una clase de felicidad que nunca hemos experimentado, que es la felicidad sobrenatural que nos espera en el cielo, pero el anhelo y deseo de esta felicidad, nos impulsa aquí abajo a buscar felicidad a cualquier precio y esta actividad nuestra de querer ser felices a cualquier precio, es hábilmente aprovechada por el maligno para obtener lo que el busca. Es completamente lícito querer ser feliz en esta vida, pero no a cualquier precio, tratando uno de sacudirse las cruces que todo llevamos, porque la eterna felicidad solo es posible adquirirla, aceptado cada uno su propia cruz La cruz de cada uno, es en definitiva, como lo que en definitiva es, un medio que tenemos a nuestra disposición, una escalera para alcanzar el cielo. Nuestra meta en esta vida, siempre ha de ser identificar nuestra voluntad con la del Señor, que es tanto, como irnos ya preparando para nuestro futuro en el más allá, porque cuando lleguemos allí, nuestra voluntad habrá desaparecido, al identificarse con la voluntad del Señor.

             Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

             Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.

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