Hasta hace unos años todo el mundo estaba de acuerdo en que el aburrimiento era un problema sólo de ricos. Tenían tantas cosas que llegaban al hastío. Porque las cosas no llenan el corazón humano. La sociedad, sin embargo, ha progresado tanto (y es algo bueno) que tenemos tanta cantidad de posibilidades que hasta hace años sólo tenían los adinerados: exposiciones, tiempos libres, talleres de arte, grupos de aficionados, posibilidades de estudios, etc. y también facilidades para conectar a internet casi en cualquier parte. De alguna forma esto nos coloca a todos más o menos en la misma situación.
He de decir, sin embargo, que jamás he visto a una madre entregada a sus hijos, que se aburra. Ni tampoco a un padre responsable y honesto. Ni a nadie entregado a una causa o a los demás. La realidad es que somos seres sociales y es en relación con los otros, y en el servicio a los otros, cuando empieza a sentirse satisfecho nuestro corazón.
Más aún cuando esa relación nace de otros encuentros, con uno mismo y con el mismo Amor. Porque también somos seres espirituales, aunque decir esto sea hoy políticamente incorrecto. ¿Acaso un ateo no tiene también alma o espíritu? Lo tendrá dormido, pero lo tendrá. El problema es negar esta realidad porque mientras la neguemos seguiremos teniendo un corazón individualista e insatisfecho.
Así pues, podemos tener todas las redes sociales que queramos. Podemos estar conectados con miles de personas. Podemos viajar a cientos de países online. Nuestra navegación será un deambular a la deriva como mendigos buscando dónde saciar una sed de eternidad irreconocida. Y el aburrimiento produce tedio y el tedio nos lleva a la tristeza, hasta tocar fondo con nuestra soledad. Soledad aunque estemos hiperconectados.
De este tipo de ciudadanos está lleno el Continente Digital: De jóvenes, mujeres y hombres que buscan sin saber cómo llenar un corazón solitario y vacío. Necesitados de Vida con mayúscula, de Evangelio sin saberlo, de cercanía y de acogida. El Papa nos lo dice muy claro:
“En efecto, los creyentes advierten de modo cada vez más claro que si la Buena Noticia no se da a conocer también en el ambiente digital podría quedar fuera del ámbito de la experiencia de muchas personas para las que este espacio existencial es importante.”
San Pablo es más tajante: "Ay de mí si no evangelizara".
Nuestra sociedad se aburre y el aburrimiento es muy malo. Más que nunca necesita dosis de Evangelio sin edulcorantes. No hay otra forma de saciar esa sed de eternidad. Yo rezo para que los creyentes seamos Evangelio vivo para toda esa gente: acogida, escucha, perdón, el amor más genuino, sin perder por ello claridad y contundencia cuando es necesario.
Pero si los imisioneros no nos llenamos de la Fuente, ¿quién les transmitirá? ¿quién les llevará el agua de vida eterna? Conectar con alguien es crear juntos nuevas realidades que te hacen más grande. Y para eso no basta dialogar. Es necesario el encuentro entre las almas.