Terminamos con éste la relación de artículos que hemos dedicado a los principales protagonistas de un episodio tan sórdido de la vida de la Iglesia como el que se da en llamar Cisma de Occidente. Y para poner colofón, nada mejor que hacerlo con el Papa que puso término al mismo y también a la proliferación pontifical que se venía produciendo desde el año 1378 en que con la muerte del Papa Gregorio XI da inicio el penoso período.
Oddone Colonna, Otón Columna que diríamos en español, nace en Genazzano, en la Campaña de Roma, en 1368, en una poderosa familia que había dado ya veintisiete cardenales a la iglesia, aunque no, todavía, ningún Papa. No faltaba, como veremos, demasiado para que lo hiciera.
Tras estudiar en la universidad de Perugia, milita al principio en la línea legítima de los papas del Cisma, siendo con Urbano VI protonotario apostólico, y alcanzando con su sucesor, Bonifacio IX, las máximas magistraturas eclesiásticas: auditor papal, nuncio ante varias cortes italianas, administrador de la diócesis de Palestrina y hasta cardenal diácono de San Giorgio in Velabro desde 1402. Pero Oddone abandona al sucesor de éste, Gregorio XII. De hecho, será uno de los protagonistas del Concilio de Pisa que en 1405 elige al papa-antipapa Alejandro V ( si desea conocer más sobre el personaje), línea en la que persevera participando también en la elección del antipapa que le sucede, Baldassare Cossa, Juan XXIII, que reina de 1410 a 1415.
En 1417, es decir, apenas siete años después, vuelve a participar en un concilio, esta vez el de Constanza, en el que lo que se elige es precisamente un nuevo Papa para destronar al Juan XXIII que él mismo había contribuído a elegir. Produciéndose el 11 de noviembre de 1417 el nada inesperado resultado de que tras un cónclave de tres días, el elegido por unanimidad es precisamente él. Toma el nombre de Martín V en honor del santo de Tours ( para conocer algo más sobre su figura) cuya fiesta caía el mismo día de su elección. Por cierto que como Oddone sólo era subdiácono, se le ordena diacono el 12 de noviembre, sacerdote el 13 y obispo el 14, algo en lo que emula a aquél al que destronaba, Juan XXIII, que también recibió las órdenes el día antes de ser coronado “papa” (aunque se quedara en antipapa). Finalmente, es coronado Papa el 21 de noviembre, con una edad de cuarenta y nueve años.
De maneras sencillas según se dice y el gran conocimiento de la ley canónica que corresponde a los estudiantes de Perugia, lo primero que se encuentra es que ninguno de los papas con los que correina, Juan XXIII y Benedicto XIII, abdica inmediatamente. El primero, sin embargo, se someterá año y medio después, el 23 de junio de 1419, siendo compensado como Deán del Sagrado Colegio y Cardenal-obispo de Frascati. El segundo, como sabemos bien por haberle dedicado ya un capítulo en esta columna, morirá en sus trece, sin renunciar en ningún momento al papado, siéndole incluso nombrado un sucesor, Clemente VIII, el cual sí se someterá en 1429. Había incluso un tercer antipapa con escasísimos seguidores, el antipapa del antipapa Clemente, Benedicto XIV, el cual directamente, es excomulgado sin mayor dificultad.
Martín V reinará desde Constanza durante dos años y medios, hasta que el 16 de mayo de 1418 parte para Roma. Pero la ciudad estaba en ruinas, el hambre y las enfermedades habían diezmado la población, el pueblo estaba famélico, y el viaje papal demora más de dos años. Martín V va poniendo sede en las ciudades que se encuentra en su camino, Berna, Génova, Mantua, Florencia, hasta que el 28 de septiembre de 1420 llega a la ciudad que presenció el final de Pedro y Pablo.
Por lo que hace a su política romana, Martín trabajará en el restablecimiento del orden, restaurando iglesias u obras públicas, para lo que contará con la ayuda de los grandes maestros toscanos del Renacimiento que apuntaba en lontananza.
Por lo que hace a su política italiana, Martín V lleva a cabo una política de marcado carácter nepotista, coloca a su hermanos Giordano y Lorenzo en importantes feudos italianos y otorgando importantes cargos a muchos de sus parientes; ordena al general Sforza Attendolo evacuar Roma, y llega a un acuerdo con el condottiero Bracco di Montone que dominaba el centro de Italia, permitiéndole quedarse con Peruggia, Asís, Todi y Jeso como vicario de la iglesia, ciudades que volverán a los estados pontificios a la muerte del Condotiero. Registra continuos problemas en Bolonia.
Y por lo hace a su política exterior y su relación con los ríenos cristianos de Europa, se opondrá a la invasión secular en los derechos de la iglesia en la parte de Francia sometida al Enrique VI de Inglaterra, firma un nuevo concordato con Carlos VII de Francia; ordena una cruzada contra los husitas de Bohemia; y realiza intentos dirigidos a la reunificación de las iglesias griega y latina en negocia con Constantinopla, en un momento delicado. Considérese que sólo tres décadas después, Constantinopla es conquistada por el poder otomano.
En lo estrictamente eclesiástico, Martín hará algún intento de reformar al clero romano y abolir los excesos de la Curia. Una bula del 16 de marzo de 1425 permite augurar lo mejor al respecto, pero lamentablemente, el intento se queda, como tantos otros, en conato. Pero si algún problema ha de capear el flamante vencedor del Cisma de Occidente éste no es otro que el llamado “conciliarismo” aprobado en el mismo concilio que le elige a él, Constanza, el cual somete al Papa al poder de los concilios –y de los obispos en consecuencia-, y le obliga a convocar concilios periódicos. Martín sobrellevará el tema con habilidad, convocando en abril de 1423 un concilio en Pavía, que primero suspenderá por causa de una epidemia, trasladándolo Siena, y luego definitivamente el 26 de febrero de 1424 por el desacuerdo insoluble que reinaba en él. Y aunque transige en convocar un nuevo concilio en Basilea siete años después, lo cierto es que para entonces, Martín V, que muere en Roma el 20 de febrero de 1431, ya estaba dando cuentas ante el fundador de esa Iglesia que había gobernado, mal que bien, él mismo por un nada breve plazo de trece años y casi tres meses.
En resumen: un personaje en el límite de lo que el decoro y la dignidad aconsejan para tan alta magistratura como la romana, a quien sin embargo, la historia encarga una altísima misión como es la de poner fin a uno de sus momentos más delicados, el cual por desgracia, no hace sino anticipar el definitivo e importantísimo que habría de venir algo más de un siglo después, con las 97 tesis que un monje agustino clava un buen día 31 de octubre de 1517 sobre la puerta de la catedral de Wittemberg, en Alemania.
©L.A.
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