La Semana Santa no termina en la Cruz del Gólgota, ni en la muerte de Cristo, ni en el fracaso del Justo, ni en la "soledad desolada" del Sábado Santo. Termina hoy, con la procesión del Resucitado, derramando desde las alturas su bendición a una humanidad que seguirá "doliente y sufriente", pero "infinitamente esperanzada", desde anoche, en la Vigilia Pascual, cuando surge del fuego la "Luz de Cristo", disipando las tinieblas de los templos e iluminando corazones y senderos. Los primeros testigos de la resurrección fueron aquellas mujeres, las más fieles y más valientes con su Señor, las que no encuentran en el sepulcro el cuerpo de Jesús al que querían embalsamar con sus aromas. Poco a poco, el Señor resucitado comienza a manifestarse a María Magdalena, a Pedro, a los desanimados discípulos de Emaús, que le descubren en ese gesto familiar de "partir el pan", a todos los apóstoles, a Tomás el incrédulo... Y poco a poco, nace la comunidad de los que pronto se llamarán "cristianos". No se limitan a predicar la validez del mensaje de Jesús a pesar del fracaso de la cruz; su mensaje central es que "Dios lo ha resucitado". Lo que da validez a la vida, al mensaje, a la muerte de Jesús es su Resurrección. Por eso dirá Pablo que si Cristo no ha resucitado, vana y sin sentido es nuestra fe. La alegría de la Pascua es la alegría profunda del corazón al saber que Cristo "resucitó de veras, mi amor y mi esperanza".
La primavera y la resurrección se dan la mano, no sólo en el calendario, sino en la liturgia eclesial. La primavera es una estación luminosa que nos invita al optimismo, a pesar de los pesares. Y el tiempo de resurrección nos invita a resucitar por dentro y por fuera. Podríamos entonar hoy las "Bienaventuranzas de la resurrección", es decir, los anchos caminos de felicidad que nos abre la presencia de Cristo resucitado. La primera, sin dudarlo, nos la ofrece el propio Jesús:
-"Felices lo que creen sin haber visto". O lo que es lo mismo, felices los que no sólo creen en lo que ven y en lo que tocan; los que no se quedan sólo en el campo de lo científicamente experimentable y constatable; los que mantienen la capacidad de poder admirarse y sumirse en un profundo respeto ante la experiencia personal o compartida de que Jesús vive, de que verdaderamente ha resucitado.
-Felices quienes se lanzan a pregonar que han visto una luz, una esperanza, alguien que ha resucitado a una vida nueva.
-Felices quienes corren a los sepulcros del mundo, quienes encuentran las vendas caídas, quienes dudan pero siguen confiando.
-Felices quienes se asombran, quienes descubren que con la resurrección de Jesús ha llegado el día, su día único y definitivo.
-Felices, los que se sienten “caminantes maravillados”, aunque sus “caminos no sean maravillosos”.
-Felices los que abandonan la “egolatría”, para formar parte de la caravana de los “comulgantes”.
-Felices los que pasan “haciendo el bien”, sin esperar recompensa, porque percibirán que su vida se ha convertido en un pequeño paraíso.
-Felices los que sienten en su corazón la responsabilidad, más que en sus carnes el placer. Todos ellos nos harán vivir un “tiempo de resurrección”. El eco de una vieja canción nos traspasa hoy el alma. Dice así: "Tú dijiste que la muerte / no es el final del camino, / que aunque morimos no somos / carne de un ciego destino. / Nuestro destino es vivir, / siendo felices contigo, / sin padecer ni morir".