Las diócesis, congregaciones y movimientos que se han dejado contagiar por los postulados progresistas, deberían despertar. Dicho de otra manera, darse cuenta que nos encontramos en el año 2013 y que, a decir verdad, les queda poco tiempo para refundarse y volver al punto medio, al equilibrio, pues es un hecho que han caído en el activismo, sustituyendo a Jesús por la sociología. ¿Por qué las comunidades religiosas que se han mantenido dentro de la fidelidad creativa al magisterio tienen vocaciones? Simple y sencillamente, porque no han perdido la identidad, el sentido y alcance de su misión. En lugar de haberse convertido en una especie de sindicatos radicalizados, abandonando muchos de sus colegios y buscando vocaciones que se identificaran más con la ideología de género que con el evangelio, han optado por mantener una buena relación entre la tradición y la necesaria renovación.
Ahora bien, las nuevas generaciones buscan un cristianismo de verdad, congruente y dispuesto a impulsar la tarea de la Iglesia en el aquí y el ahora, pero sin asumir discursos marcados y definidos por el resentimiento, cerrando de esta manera la posibilidad de construir puentes solidarios entre los que más tienen y los que viven diariamente el drama de la pobreza. Lo que los pobres necesitan es educación, salud y atención pastoral, en lugar de encontrarse con un sacerdote que -so pretexto de estar más cerca del pueblo- celebra la Misa sin ningún tipo de ornamento litúrgico. Alguno dirá que eso no tiene importancia, sin embargo, abandonar la liturgia, no dará de comer a los necesitados. Por lo tanto, dejemos las formas para ir al fondo de la cuestión. ¿Qué tiene que ver la asistencia humanitaria con la falta de identidad al celebrar los sacramentos? Absolutamente nada, sin embargo, con la mentalidad de 1968, se confunden los temas y se plantean salidas que dividen a la Iglesia y a la sociedad.
Incluso -dentro del marco progresista- hay normas de etiqueta para la ropa. De ahí que algunos religiosos, religiosas y laicos caigan en el otro extremo, ostentando con la pobreza y el mal gusto al vestir. Todo esto refleja la desorientación en la que se encuentran, alejando a la juventud, pues la vestimenta también es una forma de expresar lo que se vive. No es un tema superficial, sino real y que expresa una complejidad profunda de estructuras en las que se han enraizado.
Sin duda alguna, las Jornadas Mundiales de la Juventud -que reúnen a miles de jóvenes que no tienen nada que ver con el marxismo- es lo que más irrita a los progresistas, sin embargo, lo cierto es que la Iglesia de Cristo es más atractiva que los discursos trasnochados de la izquierda mal llamada cristiana. Ciertamente, las JMJ, traen consigo nuevos desafíos pastorales, sobre todo, para que no se queden en experiencias meramente sentimentales y, por ende, poco enraizadas, sin embargo, dichos espacios han demostrado ser una fuente de vocaciones a la vida religiosa, sacerdotal y, por supuesto, matrimonial. Esto demuestra que ya no estamos en 1968, que conviene replantearse las cosas y aligerar las tensiones, sin que esto signifique olvidarse de las injusticias, pues también existe el riesgo de espiritualizar demasiado la realidad, cayendo en la ingenuidad o en la pasividad.
Es hora de volver a las raíces, a la Palabra de Dios y, desde ahí, a la Iglesia que Jesús fundó como un espacio de experiencia vital. Recuperemos a los buenos autores católicos tanto del pasado como del presente. Los progresistas se están quedando sin relevo generacional y eso es una prueba de que su visión de las cosas -aunque respetable- no puede ser la línea oficial y común de la Iglesia.