Del grupo de treinta sacerdotes del que nos habla el padre Teodoro Toni, cinco de ellos serán beatificados, D.m., el próximo mes de octubre de 2013 en Tarragona. Se trata de los Siervos de Dios José Moro Briz, Juan Mesonero Huerta, Damián Gómez Jiménez, Agustín Bermejo Miranda y José García Librán. El año pasado ya dedicamos un post a Moro Briz: Cuando estalla la Guerra Civil, don José que viene huyendo de Gavilanes por las amenazas de muerte que recibe en el pueblo, se reúne con su hermano Serafín (25 años), que estudia medicina en Madrid. Ambos, en vista del peligro, y aconsejados por algunos feligreses, se marchan a una casa al campo. Pero tan pronto como las milicias de la vecina villa de Pedro Bernardo conocen el lugar donde se hallaban escondidos, deciden ir a buscarlos y llevarlos con ellos. A Serafín le dan la oportunidad de escapar. Buscan al cura, pero él quiere correr la misma suerte que su hermano. Sabe que el desenlace puede ser la muerte, pero está dispuesto. No llegan al pueblo. Tienen prisa por matarlos. Los perseguidores van hiriendo a los dos con hachas y armas cortantes. Quieren hacerles sufrir antes de que mueran, quieren arrancarles la apostasía. Son las cinco de la tarde del 14 de agosto, en el lugar conocido como La Cuesta de Lancho son asesinados los dos, el párroco y su hermano. Recibieron sepultura en el término municipal de Pedro Bernardo, aunque un mes más tarde su familia trasladó sus restos al cementerio del municipio toledano de Torrico y los de don José, en el año 1942, a la iglesia parroquial. Su madre declaró que su hijo se pasaba aquellos días leyendo historias de mártires y rezando. Enseguida fue detenido y conducido al Comité. Tras un ridículo interrogatorio sobre si era cura o no, ante su afirmación, le sentencian a muerte. Al salir un grupo de gente quiso lincharlo en la plaza. Le montan en un coche, con un piquete de milicianos, camino de Calzada de Oropesa. A los pocos kilómetros le ordenan bajar y caminar, pero él les dice sereno:
Al día siguiente, al finalizar la Misa, es detenido. Por la noche, fue puesto en libertad. El día del Apóstol Santiago, 25 de julio, el Siervo de Dios celebró la Santa Misa de forma solemne y con las puertas abiertas, para asombro y estupefacción de los de izquierdas.
Seguimos ofreciéndoos el relato martirial de algunos de esos sacerdotes.
Siervo de Dios José García Librán
José había nacido en el pueblo de Herreruela de Oropesa (Toledo), el 19 de agosto de 1909. Hijo de Florentino García y Gregoria Librán. El hogar donde nace es profundamente cristiano. José ingresó con 12 años en el Seminario Conciliar de Ávila, donde realizó estudios de Latín, Humanidades, Filosofía y Sagrada Teología, antes de ser ordenado sacerdote el 23 de septiembre de 1933. En aquel momento, el entonces obispo de Ávila, Enrique Pla y Deniel, le encomendó las parroquias de Magazos y Palacios Rubios y más tarde también la de Gavilanes.
La Causa del Siervo de Dios Serafín García Librán se instruye aparte, con un grupo de sacerdotes y seglares que la Diócesis de Ávila lleva junto a 465 mártires de la Provincia eclesiástica de Toledo.
Siervo de Dios Salustiano Domínguez Sastre
Natural de Mingorría (Ávila). Nació el 9 de junio de 1880. Ordenándose el 18 de diciembre de 1909. Desde 1926 ejercía como párroco del pueblo toledano de Alcañizo, entonces perteneciente a la diócesis de Ávila. Una semana después de iniciarse la guerra civil, el 25 de julio de 1936, y aunque este día Don Salustiano todavía pudo celebrar misa, los milicianos se incautaron del templo parroquial desvalijándolo por completo. Sólo permanecieron en pie las paredes y el techo. Al irse cargando el ambiente en el pueblo él decidió recluirse en su casa.
El 10 de agosto los milicianos le sacan de su casa, le suben a una camioneta, y le conducen a Oropesa (Toledo). Caen sobre él insultos y culatazos. Hicieron varias paradas en los melonares por donde pasaban, haciéndole ir a buscar los mejores melones para traérselos. Él iba descalzo. Una de las veces abrieron un melón restregándoselo por la cara entre burlas. En Torralba de Oropesa (Toledo) le hace nuevamente bajarse del vehículo para obligarle a bailar en la plaza como un oso entre las risotadas del público. Cuando se cansaron reanudaron la marcha hacia el Castillo de los Condes de Oropesa. Allí en el patio de armas, entre milicianos y milicianas, se repiten los insultos y los golpes, hasta dejarlo malherido. Temiendo que se les muriera allí mismo, lo arrastran en volandas hasta el cementerio rematándolo de varios disparos.
Siervo de Dios César Eusebio Martín
Enterrado en el altar mayor de la iglesia parroquial de Navalcán (Toledo) reposa el Siervo de Dios César Eusebio Martín. Natural de esta localidad, recibió la ordenación sacerdotal el 14 de junio de 1930. Cuando estalló la guerra ejercía el ministerio como Capellán de las monjas Terciarias carmelitas del Hospital de Oropesa. Actualmente esta congregación recibe el nombre Carmelitas Misioneras, fundadas por el Padre Palau, siguen trabajando en Oropesa.
-Sé lo que me vais a hacer; que Dios os perdone, como yo os perdono.
Mas antes, según confesaron los mismos asesinos, le habían instado a gritar: ¡Viva el comunismo!, a lo que él siempre respondía valientemente: ¡Viva Cristo Rey! Era el 27 julio de 1936.
Siervo de Dios Rafael Bueno Castaños
Al enterarse su madre de la muerte martirial del Siervo de Dios César Eusebio Martín, sacerdotes de Oropesa, se alarma y le dice a su hijo:
-Hijo mío, ¡a ti también te van a matar!”
Don Rafael le responde:
-No tenga cuidado, madre. Si está de Dios que termine así el tránsito de este mundo, que sea enhorabuena. Yo me daré por contento con que me dejen gritar el ¡Viva Cristo Rey! y rezar el ¡Perdónales, Señor, que no saben lo que se hacen!
Y así sucedió, todo puntualmente. Con estas disposiciones inmediatas, empieza don Rafael su penoso calvario. El 23 de julio de 1936 los milicianos registran la iglesia, le hacen abrir hasta el Sagrario, porque se ha corrido la voz que allí guarda las bombas. Don Rafael para abrirlo guarda las rúbricas escrupulosamente, y se reviste con sobrepelliz y estola.
El 26 de julio, tuvo lugar el entierro de un feligrés, para lo cual los familiares del difunto recaban del Comité que se pongan a las campanas los badajos arrancados en el primer acceso de fobia religiosa.
Hasta el 1 de agosto, estuvo en su casa y por la calle. Al “-¡Salud, camarada!”, don Rafael responderá con dulcedumbre:
-¡Que Dios nos la dé, si nos conviene!, y adelante.
Ese día van a prenderle por tres veces. Tras la segunda, la madre dirá desde el balcón con entereza y gallardía:
-Otra vez lo prenderéis y lo mataréis: ¡ahora, no; porque no lo quiere su madre!, mientras cerraba los cuartillos de golpe. Pero cuando por tercera vez golpean a la puerta, don Rafael se dirige a su madre:
-Déjeme, madre, que me maten. Ya he hecho la preparación para la muerte…
Finalmente, no se lo llevaron. Y, a la mañana siguiente dirá con dolor, abriendo su intimidad:
-¡Con lo bien preparado que estaba ya para morir!
El 2 de agosto de 1936 a las ocho de la mañana, de nuevo, fue detenido y al mediodía, liberado. El 3 de agosto, a las ocho y media de la mañana, nueva detención, pero esta vez la que le conducirá al martirio. En la cárcel permanece algunos días. Por lo general, solo; de vez en cuando acompañado. Reza con asidua piedad el breviario. Siempre de sotana.
En cierto momento, al ir a visitar su madre a don Rafael, se encuentra en el zaguán de la prisión, a un conocido de Sotillo. Éste le espeta:
-Ya podía ceder un poquito su hijo e irse de secretario al Comité.
La madre responde:
-Quiero más honra sin vida que vida sin honra. Mi hijo, a eso, ¡nunca! No va a perder el alma por salvar el cuerpo.
Tal madre para tal hijo.
Al fin, el Siervo de Dios es conducido al interrogatorio.
-Hemos encontrado un documento en el que se dice que las derechas matarán a veinte personas si es que triunfan. Dinos la verdad.
-Yo no sé nada, y además no creo nada de eso.
-Ya puedes dejar esa sotana. La religión se acabó para siempre”.
-No os dejéis engañar. La religión no puede morir. Vosotros podréis matarme a mí y a otros sacerdotes y párrocos dentro de España. Pero Dios enviará otros para ocupar nuestro lugar. Incluso si acabáis con todos, ahí están en el extranjero los jesuitas expatriados, ellos podrían venir a ocupar los vacíos. Convenceos: es la historia de siempre; en cada siglo una revolución. Pero la Iglesia sale y saldrá siempre triunfadora y remozada en virtud y fortaleza.
Escribe Gregorio Sedano en el “Martirologio de la iglesia abulense”: “¡Señor! ¿No está este diálogo arrancado de las Actas de los mártires en los días de los Dacianos o Julianos?”.
Al salir del tribunal, -que se ha celebrado en la iglesia porque allí está el comité-, el buen párroco cierra su apología con una súplica ferviente a los tiranos porque no destrocen nada; que aquello pasaría…
El 7 de agosto, al despuntar de un alba gozosa, el dulcísimo pastor y acérrimo apologista era fusilado en las proximidades de Talavera de la Reina. Según el testimonio del enterrador: “materialmente acribillado a balazos, todos por delante”.
Termina Sedano, unos de los primeros biógrafos del Siervo de Dios, afirmando: “y apellídese el mártir “Bueno”, de nombre y de verdad, y también don Rafael “el del catecismo”, porque, como hacen resaltar los testigos que deponen en el acta, “Don Rafael, sacerdote muy sacerdote, de tal vocación sacerdotal que por ella se inmoló gozoso, tenía, ante todo, tal celo pastoral por la labor del catecismo, de tal manera la desarrollaba, que por ello, precisa y principalmente, le perseguían los socialistas”.
Siervo de Dios Antonio Tejerizo Aliseda
Siervo de Dios Antonio Tejerizo Aliseda
Nació el 15 de diciembre de 1875 en Navaluenga (Ávila). Se ordenó sacerdote el cuatro de junio de 1898. Cuando estalló la guerra hacía once años que ejercía de párroco en Lagartera, pueblo de la provincia de Toledo, perteneciente por entonces a la diócesis de Ávila. Tenía 60 años y estaba enfermo. El 26 de julio, domingo, pudo aún celebrar la primera misa. Pero antes de la segunda, el mismo alcalde se presenta, diciéndole que recoja lo que quiera de la iglesia, y le entregue las llaves. Entonces, Don Antonio sumió las Sagradas Formas: He podido consumir, dijo a su hermana Julita, ya no pueden cometer un sacrilegio con el Santísimo, sea lo que Dios quiera. Luego entregó el templo a la autoridad republicana, que lo saquearía a los pocos días, igual que el resto de los templos de la diócesis. La profanación de los templos se hacía no sólo destruyendo a hachazos y quemando verdaderas obras de arte, sino también entre bacanales sacrílegas. En Lagartera pasearon procesionalmente en andas a una miliciana, remedando en su ignorancia a la diosa Razón de los revolucionarios franceses; y casaron litúrgicamente una imagen de Jesús con otra santa.
Un claretiano, el Padre José Dueso, en una nota biográfica para una novena, recoge el testimonio de una carta que Don Antonio dirige a un compañero sacerdote:
"Están furibundos todos estos (refiriéndose a los milicianos) esperando órdenes desde Madrid para ejecutar... y al cura el primero; ¡como vociferan por las calles! Difícilmente me libraré de la muerte pronta".
Y dice más adelante:
"...a quien sin cesar pido fuerzas es a Dios para ser mártir ante Él, aunque no me canonicen. ¡Dichoso de mí si al morir me pudiera abrazar con Cristo, sin pasar por el Purgatorio! ¡Esta es mi mayor ansia y petición continua!
El párroco seguía enfermo en su casa, aterrorizado por lo que le contaban. El 1 de agosto se presentó una turba para lincharle. Unos milicianos lo arrancaron del lecho metiéndole en un coche; mientras él decía: Dios mío, cualquier género de muerte que quieras darme la acepto desde ahora como venida de tu mano. Detrás sigue una camioneta con gente cantando el entierro del cura.
Le llevan al ayuntamiento de Calzada de Oropesa (Toledo), obligándole a bajar penosamente del coche. Vuelto al coche e iniciada de nuevo la marcha, cuando les parece a los milicianos, le obligan a descender del vehículo. Se encontraban en las proximidades de Navalmoral de la Mata. Comprendió que era llegada su última hora. Eran las nueve de la noche. Pidió unos momentos de silencio y en voz que todos oyeron pronunció esta plegaria: "¡Dios mío! Yo te ofrezco mi vida por la salvación de España y por las almas de mis feligreses; perdono a los que me matan porque no saben lo que hacen". Aún pudo volverse hacia los asesinos diciendo: "Yo también os perdono con todo mi corazón: tirad cuando queráis". Luego sonó una descarga que le dejó desfigurada la cabeza, y como aún se moviese le remataron con otra descarga, arrastrando después el cadáver a la próxima cuneta.
Siervo de Dios Marcelino Ramos Rincón
Desde 1935 era el párroco del pueblo cacereño de Berrocalejo de Abajo, que por entonces pertenecía a la diócesis de Ávila. Desde los primeros meses de 1936 había recibido injuriosos anónimos. Tras el 18 de julio, en esos primeros días, destinan la iglesia parroquial como almacén de víveres. Y la ermita de la Virgen de los Remedios como cárcel. Todo lo material (imágenes, retablos, cálices...) fue destrozado.
Un claretiano, el Padre José Dueso, en una nota biográfica para una novena, recoge el testimonio de una carta que Don Antonio dirige a un compañero sacerdote:
"Están furibundos todos estos (refiriéndose a los milicianos) esperando órdenes desde Madrid para ejecutar... y al cura el primero; ¡como vociferan por las calles! Difícilmente me libraré de la muerte pronta".
Y dice más adelante:
"...a quien sin cesar pido fuerzas es a Dios para ser mártir ante Él, aunque no me canonicen. ¡Dichoso de mí si al morir me pudiera abrazar con Cristo, sin pasar por el Purgatorio! ¡Esta es mi mayor ansia y petición continua!
El párroco seguía enfermo en su casa, aterrorizado por lo que le contaban. El 1 de agosto se presentó una turba para lincharle. Unos milicianos lo arrancaron del lecho metiéndole en un coche; mientras él decía: Dios mío, cualquier género de muerte que quieras darme la acepto desde ahora como venida de tu mano. Detrás sigue una camioneta con gente cantando el entierro del cura.
Le llevan al ayuntamiento de Calzada de Oropesa (Toledo), obligándole a bajar penosamente del coche. Vuelto al coche e iniciada de nuevo la marcha, cuando les parece a los milicianos, le obligan a descender del vehículo. Se encontraban en las proximidades de Navalmoral de la Mata. Comprendió que era llegada su última hora. Eran las nueve de la noche. Pidió unos momentos de silencio y en voz que todos oyeron pronunció esta plegaria: "¡Dios mío! Yo te ofrezco mi vida por la salvación de España y por las almas de mis feligreses; perdono a los que me matan porque no saben lo que hacen". Aún pudo volverse hacia los asesinos diciendo: "Yo también os perdono con todo mi corazón: tirad cuando queráis". Luego sonó una descarga que le dejó desfigurada la cabeza, y como aún se moviese le remataron con otra descarga, arrastrando después el cadáver a la próxima cuneta.
Siervo de Dios Marcelino Ramos Rincón
Nació en Herreruela de Oropesa (Toledo) el 4 de diciembre de 1901. Recibió la ordenación sacerdotal el 15 de junio de 1924.
Los milicianos usaron, en una ocasión, las astillas de las imágenes de uno de los retablos para cocinar, exclamando: ¡Verás qué bien cuece hoy la comida!... Finalmente, un grupo de milicianos detiene en la iglesia a don Marcelino, que se encontraba allí para sumir las Sagradas Formas. Pidió que le dejasen trasladarse a su pueblo natal, como así se lo concedieron.
Hay testigos que afirman que hasta el 25 de julio celebró la Santa Misa en Herreruela (Toledo). Ese día permanece oculto, con su hermana, en una casa. Le detienen y liberan en varias ocasiones.
Por fin, el 7 de agosto, se presentan unos milicianos y le ordenan que les acompañe. Una camioneta les estaba esperando. Haciéndole subir, salen en dirección a la Calzada de Oropesa (Toledo), y antes de llegar le asesinaron.