A menudo decidimos ignorar las consecuencias de nuestros actos y mirar hacia otro lado, sobre todo cuando esas consecuencias son lejanas, en el tiempo o en el espacio. Pero eso no nos exime de culpa.
Pensaba en esto mientras leía un artículo publicado en La nuova bussola quotidiana, firmado por Diego Molinari, que nos explica algo terrible que está sucediendo en la India. Allí se ha generado un nuevo e importante negocio: el alquiler del aparato reproductivo de mujeres que viven en extrema pobreza para que parejas ricas puedan implantar su óvulo fecundado en esos vientres de alquiler (lo que en inglés llaman “surrogacy” y aquí “vientres de alquiler”).
Todo lo que envuelve esta situación es trágico y sórdido, y no encaja en el aséptico mundo progre que nos quiere vender que, gracias a estas prácticas las parejas estériles gozan ahora de bellos niños rosados. Lo cierto es que el negocio, que crece exponencialmente (ha alcanzado los 25.000 niños al año) y que algunos ya han bautizado como “colonialismo biológico”, con epicentro en Gujarat, una de las regiones más pobres de la India, se aprovecha de la desesperación y tiene rasgos que lo emparentan con la esclavitud. La clientela, además de europeos y estadounidenses, proviene también de Australia, Singapur o Taiwan y el porcentaje de parejas homosexuales no cesa de crecer (porque, aunque a nuestros gobernantes se les suele escapar el detalle, dos personas del mismo sexo son incapaces de engendrar).
Molinari reporta, en base a un estudio del Centre for Social Research de Nueva Delhi, numerosas praxis, por decirlo suavemente, problemáticas. Mujeres sometidas hasta a 25 ciclos de fecundación in Vitro, otras a las que se les implantan cuatro embriones para después elegir a uno, casos en los que no se paga a las mujeres si el bebé nace con algún defecto (y el riesgo es dos veces superior en la fecundación in Vitro que en la concepción natural) e incluso casos de muerte de las mujeres gestantes cuando, ante una situación crítica, se opta por extraer al niño, que es el producto con valor, mediante una cesárea y se abandona a la madre, pura carne sustituible y abundante.
Tremendo el panorama que hemos creado de un mundo donde el ser humano es concebido como un producto manufacturado y las mujeres como máquinas de producción, en el que la dignidad humana es un mal chiste y en el que la explotación del hombre por el hombre es lo cotidiano. Y que no nos hablen de mercado, de oferta y demanda y de que estas mujeres llevan una vida miserable. Argumentos inhumanos que muestran hasta donde hemos enloquecido. Por cierto, los progres y feministas guardan silencio al respecto, prefieren mirar a otra parte y no mostrar la podredumbre inherente a su tan querido “progreso”.