Me parece lógico que, estando en el año de la fe, empecemos reflexionando sobre lo que es. Muchos recitan el credo y se quedan tan anchos; repiten de memoria los mandamientos, y se quedan tan anchos también. No acaban de conectar la fe del credo con la práctica de los mandamientos; es esa conexión lo que voy a intentar explicar.

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el número1814: “La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone”; y sigue
diciendo: “Por la fe el hombre se entrega entera y libremente a Dios" (DE 5). Es la primera conexión entre fe y vida. Y la vida y los mandamientos orientan nuestra vida. Los cristianos, conocidas las verdades de fe, y viendo en ellas lo que Dios ha hecho por nosotros y cómo nos ha amado, es lógico que nos esforcemos por vivir correspondiendo al amor de Dios, lo cual supone cumplir su voluntad; y su voluntad es que le devolvamos amor por amor. Hay dos frases de San Pablo que nos pueden iluminar: "El justo vivirá por la fe" (Rm 1, 17).
La fe viva "actúa por la caridad" (Ga 5, 6).

Según sea la concepción que tengamos de Dios actuaremos de una u otra manera. En el Antiguo Testamento creer en Dios suponía ver a un Dios que cuidaba de su pueblo, que lo defendía y que cumpliría su promesa de darle un libertador. Era un pueblo que esperaba.

En el Nuevo Testamento creemos en el mismo Dios, pero que ya ha cumplido su promesa, dándonos a Jesús, Dios como el Padre, que ha muerto por todos en la cruz. Cierto que nuestra fe y la del Antiguo Testamento tienen unos matices distintos, lo cual implica una moral distinta. Nuestra moral ha de ser una moral de agradecimiento, de cariño y de acción de gracias porque Dios ha cumplido su promesa:

Cristo, sin dejar de ser Dios es mi Hermano que ha dado su vida por mí. Desde ahí, que nuestra moral deba ser una moral de amistad al mismo tiempo que de alabanza y de acción de gracias.

Nuestra moral se perfecciona a medida que nuestra fe se profundiza, tarea que, poco a poco, debemos ir realizando. A todos nos iría bien pronunciar aquellas palabras del padre que llevó a su hijo ante Jesús
diciéndole: “Si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros. Jesús le dijo: « ¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!

Al instante, el padre del muchacho gritó: ¡Creo, ayuda a mi poca fe!»" (Mc. 9, 22-24).

Y es que la fe no es cuestión de sabiduría humana; hasta los más sencillos pueden captar el amor de Jesús. No sólo lo pueden captar sino que son quienes mejor la captan. ¿Nos hemos fijado en los niños cómo aceptan a Jesús como amigo y se fían de Él?

Avanzar en el camino de la santidad, no consiste en triunfar en la vida basándonos en la sabiduría y en la fuerza del poder, sino en aceptar la acción del Espíritu que nos hace descubrir la cruz del Señor como fuente de sabiduría y de fuerza: "Mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1Cor. 1, 22-24). Desde esa fe en Cristo resucitado actuamos de manera distinta de como actúa el mundo.
Desde el momento en que tomamos en serio la aceptación de la cruz del Señor como fuente de sabiduría y de fuerza, nos vamos convirtiendo en hombres nuevos, imitando a Jesús, el hombre nuevo. Se nos da una nueva mentalidad: "El hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. " (1Cor. 2, 14). Es cuando somos movidos por el Espíritu para que abandonemos nuestra vida de pecado y nos vayamos dejando guiar por Él en la vivencia gozosa de nuestra filiación divina: "Si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis. " (Rom. 8, 1215).

Ante nosotros aparece el doble camino, el de la carne y el del Espíritu: “Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu" (Gál. 5, 19-25). Ante ese doble tipo de vida, debemos decidirnos, ya que: "si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis" (Rom. 8, 13).

En este cambio de orientación de nuestra vida es cuando aparece el nuevo sentido de nuestra moral cristiana. Somos movidos por el amor; unas veces atraídos, otras, empujados; pero siempre moviéndonos libremente a instancias del amor. Las fuerzas que nos da el Espíritu para remar y el viento con que hincha nuestras velas, es lo que nos hace avanzar hacia el puerto definitivo. Durante la travesía de la vida hay que mantener el rumbo que nos marca la fe, y hay que seguir confiando, sobre todo, en el momento de la gran prueba, es decir, en el momento en que perdemos de vista la orilla de la que partimos, sin vislumbrar todavía la orilla hacia la que nos dirigimos. Por ahí es por donde va nuestra moral cristiana, que no consiste en cumplir sino en corresponder al amor.

En la travesía de mi vida, unas veces me he cansado de remar; otras, no me he decidido a desplegar las velas; quizá porque me gustaba más estar cerca de la orilla por tener cierto miedo a meterme en mar abierto. Me fiaba más de la costa que de las estrellas, a pesar de saber que entre ellas, estaba la polar, Jesús; mirándole, no importa que perdamos de vista seguridades y apoyos humanos. Hay que bogar mar adentro hasta alejarnos de la seguridad de la orilla; es entonces cuando, al poner nuestras seguridades en las estrellas, perdemos el miedo, porque nos sentimos guiados por su Espíritu, fijos nuestros ojos en Jesús, nuestra estrella polar. Y éste es, repito, el sentido de nuestra moral.

UNA BREVE ORACIÓN
¡Cuánto me cuesta dejar mis seguridades! Y no escarmiento a pesar de fracasos y frustraciones. Si no me decido a dar el salto del amor, seguiré como siempre: mediocridad, falta de ardor apostólico, deseos de protagonismo, sin limpieza de intención, cansancio de hacer el bien... Y seguiré admirando a quienes son capaces de dejarse llevar y conducir.

Yo no sé por qué, Señor, tengo la impresión de estar siempre en el mismo sitio y en la misma situación. Te quiero, pero no lo suficiente.

Trabajo por ti, pero no con limpieza total. Quiero mejorar, pero me veo siempre igual. Intento estar libre de ataduras y me veo pendiente de cositas y cositas. Admiro a quienes te quieren, pero no acabo de imitarles. Me alegro de que los demás trabajen por ti y no me decido a
hacerlo yo también. ¿Qué me pasa, Señor? Tú lo sabes mejor que yo.

Manda tu Espíritu para que se posesione de mí. Ni sé qué pedirte, ni soy el más indicado para decirte lo que has de hacer conmigo. De todos modos, te pido tu ayuda para que sea capaz de permitirle al Espíritu posesionarse de mí y actuar a placer en mi vida.

José Gea