Jaén: sus pueblos, sus costumbres, sus campos… (8ª y última entrega)
Finalizo hoy, este primer paquete de artículos escritos por el beato Lolo, sobre la provincia de Jaén.
El Beato Manuel Lozano Garrido toma su pluma muchas veces en su vida para hablar de la Provincia de Jaén. La siente en lo profundo; desea para ella un resurgir humano, económico, espiritual… Valora sus costumbres y su arte. Pero descubre también sus posibilidades ocultas de mayor desarrollo. Es periodista que pisa el suelo, a pesar de no bajarse nunca de su sillón de ruedas. Palpa con sus manos inmóviles la realidad muchas veces dura de sus comprovincianos; ve en su ceguera las alegrías y los dolores de los giennenses… Deja constancia de ello en muchos de sus artículos. Hoy te presento la octava entrega de una serie de ellos, que te he ido presentando estas semanas atrás.
Porcuna, una casa en la que todo es piedra.
La hizo un hombre solo y tardó veintinueve años
Vida Nueva, núm. 271; 24 junio 1961
Desde hace dos años, Porcuna, en la provincia de Jaén, la enriquecido su tesoro monumental con un nombre: la Casa de Piedra. De hecho, es la obra de un hombre, y presenta la característica de que todos sus elementos son de piedra berroqueña. Su autor, Antonio Aguilera Rueda, es un hombre de sesenta y cinco años, sin otro título que el honroso que da el sudor.
Hace veintinueve años, don Antonio –con ese título: “don”, que bien ganado se lo tiene- era, como hoy, un sencillo trabajador que con el cincel ganaba su pan labrando lápidas y mausoleos. Dueño de unas canteras situadas a varios kilómetros del pueblo, pensó que aquella era la oportunidad de hacer la casa a que tiene derecho cada hombre. Para hacer una casa hacen falta tres cosas: material, manos y voluntad. De los repechos de Porcuna saldrían piedras para hacer una segunda muralla china; las manos suyas chasqueaban la piedra como a un canto de pan dorado; y en la voluntad tenía una constancia de gotera de estalactita.
CADA DÍA UN AFÁN
La Casa de Piedra empezó a nacer por el milagro de una norma tan sencilla como es la de trabajar todos los días. A Porcuna, ahora, van autobuses y se llevan postales como si fuera el lugar de una batalla o una catedral. Y es así, porque aquí se puede reverenciar el sudor triunfante de un hombre y encaramar hasta los cielos el tesón y la voluntad que salva. Barrenando, cincelando, acarreando, encaramando, sin dejar un solo día, se fue creciendo la Casa de Piedra. De la primera losa al primer descanso en la tarde soleada, van veintinueve años. En veintinueve años se puede plantar una semilla, crecer un árbol, dar frutos y frutos; que lo talen para calentar, porque ha cumplido su ciclo. En veintinueve años nace un hombre, corre, juega, crece, sufre, ama, tiene hijos y le nacen canas. Los veintinueve años de la Casa de Piedra son el árbol y la juventud del espíritu del hombre, que nunca será talado ni habrá de envejecer. Mientras trabajaba la casa, a Antonio Aguilera le nacieron hijos, que crecieron a golpe de cincel.
ALGUNOS GOLPES
En realidad, de la Casa de Piedra sólo pueden decir los ojos que la vieron. Crecida sobre la superficie de setecientos metros cuadrados, todo, absolutamente todo, es de piedra berroqueña: puertas colosales, sillas, lámparas y techos, que, por añadidura, han sido labrados con todo arte y meticulosidad.
En lo fundamental, consta de cinco salones, otras tantas habitaciones y dos torres. Se estructura en tres plantas, dos de ellas subterráneas. Los salones se alargan hasta los quince metros y la mole de sus paredes alcanzan alturas de ocho. Los techos son abovedados y planos. Los artesonados, lisos; el del gran salón, por ejemplo, lo forman quince losas de tres a cuatro mil kilos, que ensamblan de una manera originalísima. Por añadidura, toda la cara visible está labrada como si fuera un inmenso bajo relieve. Como el cincelado de las piedras, la escultura, los planos de la edificación y todos los problemas de orden técnico han sido resueltos por este cantero de pueblo. Si toda la obra no fuera un “más difícil todavía”, un nuevo esfuerzo se ha hecho en la delantera del jardín, con lo que Antonio Aguilera llama la “Mesa de la Santa Cena”, realizada en una sola pieza, que mide siete metros y pesa siete toneladas.
Así de colosal es la casa de Piedra, porque así de gigantesca es la voluntad de un hombre cuando dice de ponerse en movimiento.