La oración de petición perfecta, es bastante distinta de la que practicamos…, bueno de aquellos que la practican, claro está., porque desgraciadamente no todo el mundo está buscando el gozo que Dios nos facilita cuando le buscamos ansiosamente- Tres son las posibilidades que tenemos al practicar la oración de petición; Pedirle al Señor bienes materiales; Pedirle bienes espirituales y la tercera posibilidad que es la más perfecta, consiste en decirle simplemente: “Señor, dame lo que necesito”.

             En términos generales la oración de petición siempre le agrada al Señor, pues aunque esta no sea perfecta, siempre implica por un lado un acto de amor al Señor y por otro un acto de humildad, pues el que pide siempre se humilla reconociendo una superioridad en el que recibe la petición. En los Evangelios son varias las veces en las que el Señor nos incita a la oración de petición, aunque esta no sea perfecta. Así por ejemplo tenemos: “Pedid, y se os dará; buscad y hallareis; llamad y se os abrirá. Porque quien pide recibe, quien busca halla, y a quien llama se le abre”. (Mt 7,7-8), o bien: “Les aseguro que todo lo que pidan al Padre, él se lo concederá en mi Nombre. Hasta ahora, no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta”. (Jn 16,23-24), o bien: “Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. »En verdad os digo que si alguna cosa pedís a mi Padre en mi nombre se os dará”.  (Mt 18,19-20).

          Y también en las epístolas podemos encontrar  versículos referidos a este tema. Por ello el Catecismo de la Iglesia católica en su parágrafo 2.629, nos dice: "El vocabulario neotestamentario sobre la oración de súplica está lleno de matices: pedir, reclamar, llamar con insistencia, invocar, clamar, gritar, e incluso "luchar en la oración" (cf. Rm 15,30; Col 4,12). Pero su forma más habitual, por ser la más espontánea, es la petición: Mediante la oración de petición mostramos la conciencia de nuestra, relación con Dios: por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un retorno hacia El”.

             El obispo Fulton Sheen escribe diciendo: “La persona que solo piensa en si misma dice únicamente oraciones de petición, quién piensa en el prójimo dice oraciones de intercesión; quien solo piensa en servir a y amar a Dios dice oraciones de abandono en la voluntad de Dios, y ésta es la oración de los santos. El precio de esta oración es demasiado alto para la mayoría de estas personas, pues exige el desplazamiento de nuestro yo. Muchas almas quieren que Dios haga la voluntad de ellas; llevan sus planes armados y piden a Dios que les ponga el sello de aprobación sin ninguna modificación”.  

             San Pablo reconoce que nosotros no sabemos pedir, entre otras razones, porque la mayoría de las veces estamos pidiendo bienes materiales o de otra clase, que no nos convienen para nuestra eterna salvación y desde luego que el Señor no está por la labor de facilitarnos nuestra eterna condenación dándonos bienes que no nos convienen. Es por ello por lo que San Pablo escribía diciendo: "Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; más el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”. (Rm 8,26).

           Desde luego que lo perfecto es orar diciendo: “Señor, dame lo que necesito, para poder entrar en tu Reino. No tengas en cuenta mis necias peticiones anteriores que solo buscaban satisfacer mis deseos, puramente materiales y humanos. Que tu voluntad se cumpla en mí y si ella no es de mi agrado, dame las fuerzas necesarias para abrazarme a ella, como lo que es, un don que me regalas. Hazme comprender que mi felicidad no se encuentra en este mundo, sino en el tuyo. Aparta pues de mí ese insano deseo de sacrificar la eterna felicidad por unas pobres migajas de felicidad en este mundo”. Y tal como se lee en el Kempis añadid: “Haz conmigo según tu beneplácito, y no desdeñes esta mi vida pecadora, que nadie conoce tan bien ni con tanta claridad como Tú solo. Concédeme, Señor, saber lo que se debe saber, amar lo que se debe amar, alabar lo que te es sumamente agradable, estimar lo que para Ti es precioso, despreciar lo que es sórdido a tus ojos”. Dame la seguridad que comporta la saciedad de tenerte a Ti inhabitándo tu Ser, en mi alma, porque el que a Ti te tiene, todo lo tiene porque como decía Santa Teresa de Jesús:  solo Dios basta.

            No es necesario pedir, cuando Dios está en el centro de tu ser y tu contemplas su modo de obrar, y Él, en su infinita bondad te hace entrar en este “modo de amar”. ¿Qué quieres pedir, cuando tienes al Todo en ti?  Nada te hace falta ya, has alcanzado poseer el Todo de todo. Pide la posesión del que hizo todo lo existente, en Él y de Él poseerás todo lo que ha hecho, nos decía San Agustín. En todo caso al pedir hay que tener siempre presente, varios principios:

          Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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