PRIMERA: La próxima vez que nos encontremos con alguna persona necesitada y, por diferentes motivos, no tengamos nada que ofrecerle desde el punto de vista material –lejos de ignorarla, de hacerla sentir invisible- le daremos algún saludo o palabra de aliento. Reconocer al pobre, es el primer paso que hay que dar para poder reivindicar su dignidad. Demostrarle que importa, que es persona.
SEGUNDA: Cuando podamos dar alguna ayuda económica, lo mejor es buscar una institución u organización confiable. Por ejemplo, Caritas. De esta manera, evitamos que aquellos que explotan a las mujeres o a los niños, se enriquezcan a costa de las limosnas recabadas al final del día.
TERCERO: Apoyar en especie. Por ejemplo, durante el invierno, repartir cobertores y ropa que los proteja del frío. Esto se puede llevar a cabo a través de algún movimiento o por cuenta propia.
Ciertamente, el problema de la pobreza es demasiado complejo, sin embargo, podemos hacer la diferencia, sumando esfuerzos con responsabilidad, sentido común y coherencia evangélica.