Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente de apoyo para la de otros. Os pido, queridos amigos, que améis a la Iglesia, que os ha engendrado en la fe, que os ha ayudado a conocer mejor a Cristo, que os ha hecho descubrir la belleza de su amor (Benedicto XVI)
Sin embargo, el propio Rousseau tiene que poner, junto a Emilio, la figura de un tutor que ayude al niño, durante su proceso, a aprender de todo aquello que le sucede. El resultado final es que la naturaleza por sí sola no puede enseñar. La persona necesita siempre de otro o de otros para aprender, aunque en más de una ocasión uno haya querido perderse en una isla desierta, o que se perdiera algún otro.
El hombre es social por naturaleza. En consecuencia, si quiero crecer como persona; si quiero desarrollar todas mis potencialidad; y si, en definitiva, lo que busca en la perfección o excelencia. Necesito de los demás, porque cuando formo parte de un grupo, familia, comunidad… esa convivencia me enseña unas normas, aprendo a respetar, a escuchar, a dialogar… Es decir, la convivencia me permite adquirir una serie de virtudes que me hacen crecer como persona.
No es lo mismo la relación que establecemos con un compañero de trabajo o de estudios; con un amigo; o con la persona amada. Sin embargo, en todos ellos hay algo en común, nos obligan a salir de nosotros. Cambiamos el centro de gravedad del “yo” al “tu”, trasformándolo en un nosotros. La relación con los demás abre horizontes. Ensancha nuestro mundo, lo enriquece. Los problemas se minimizan. Salimos de nosotros mismos al reconocer en el otro alguien que me complementa.
Y esto, que es fundamental para nuestro crecimiento personal, también lo es para nuestro crecimiento espiritual. Dios no ha querido salvarnos individualmente; ha querido que formemos una sola familia; un cuerpo; una comunidad; que es la Iglesia. Todos nosotros … hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo … El cuerpo tiene muchos miembros, no uno solo (1 Co 12, 13-14).
Formamos un solo cuerpo. Como los que escalan una montaña están encordados, también los cristianos estamos unidos unos a otros. Hay unos vasos comunicantes entre todos los bautizados, de tal forma que el bien de los demás es un bien para mí; que la santidad de los demás influye en mí y la mía en los demás. Y todo esto forma la comunión de la Iglesia que se realiza en la Eucaristía.
La comunión eclesial nace del encuentro con el Hijo de Dios, Jesucristo, que en el anuncio de la Iglesia llega a los hombres y crea la comunión con Él mismo y por tanto con el Padre y con el Espíritu Santo… La Iglesia se convierte en “comunión” a partir de la Eucaristía, en la que Cristo, presente en el pan y en el vino, con su sacrificio de amor edifica a la Iglesia como cuerpo suyo, uniéndonos al Dios uno y trino y entre nosotros[1].