Traigo al Blog algunos párrafos de un interesante artículo de Joaquín Juan Dalac, que pretende denunciar el acoso que hoy recibe el cristianismo, y en concreto el catolicismo. Se han abierto, o no se han cerrado nunca las catacumbas para tratar de eliminar de la vía pública la fe en Dios.
Dice el autor: El cristianismo, catolicismo después, ha sufrido, alternando con momentos de poderío, diversas épocas de persecución a lo largo de la historia, y siempre pagaba con la vida de sus fieles porque la demanda era el exterminio físico, como se correspondía con la civilización del momento (circos romanos, guerras santas, paseos al amanecer) y, como ahora el fariseísmo de la sociedad rechaza ciertos derramamientos de sangre (otros no, claro), se emplea la sutilidad de la persecución mediática, con campañas de desprestigio planteadas de muy diversos modos para disuadir a la grey. Una de ellas es la recomendación de que el creyente no siga aquella doctrina de la Iglesia que no considere conveniente, con lo que se crea la figura del católico no practicante, logrando una gran masa de disidencia que ningún soporte presta a su propia comunidad, antes al contrario, es usada como ejemplo de coherencia de pensamiento y conducta.
Y los perseguidores se han convertido en maestros de esa nueva religión pagana que trata de dar lecciones dogmáticas a los que no siguen su camino: Se han apoderado tanto de dar consejos a los católicos y se han erigido de tal modo en maestros del sanedrín, que se soliviantan si la verdadera jerarquía, valiente una vez más, se dirige a «sus» fieles con textos de conducta cristiana, cuando, fuera de la organización como están, no les asiste ningún derecho para inmiscuirse. Muy acostumbrados a decirle al vecino lo que ha de hacer a costa del bolsillo ajeno: patrimonios de la humanidad; parques naturales; nacimientos; enseñanza, etc., ¿cómo no van a recetar qué libertades tiene el emparejamiento?
Y siempre el arma infalible para derrocar lo que quede de moralidad, o de tabú, como le llaman ellos a la castidad y el pudor: La revolución sexual, una carga de profundidad más contra el catolicismo, que se proclama a mediados del siglo pasado, ofreció una liberación de ataduras. Sexo sin compromiso, con automáticos procesos de separación y divorcio, y tragedia de niños huérfanos de padre y madre originarios. Sexo sin procreación, con total desprecio de la vida que ha de llegar (miles de abortos al año) y, por simetría, proclamación de la eutanasia. Sexo sin amor, por mero intercambio de placeres; si fácil y frecuente, mejor y, cuando ya no se satisfaga el apetito por hastío propio de la sobrealimentación, se cambia de manjar. Y cuando ese cambio de guisos tampoco satisfaga, se hace una mutación completa y se va al sexo sin sexualidad, entre ellos o entre ellas, que reúne los tres: sin compromiso, sin procreación y sin amor.
Los cristianos debemos defender con todos los medios a nuestro alcance el matrimonio y la familia, que son el dique que puede contener esa marea negra que está desolando, como un tsunami nuestra endeble sociedad: La fortaleza del matrimonio es la base de la unión de la familia en la que no caben ni los abandonos ni las falsedades. Es producto de espíritus capaces del sacrificio por los suyos (antes que por los demás, con la consigna acomodaticia de «todos café», del usar y tirar que ahora se lleva). Lo que sucede es que la sociedad se ha construido sobre el placer y, por él, se vende todo, desde los hijos a la mujer. Ahora el plato de lentejas es el automóvil, el abrigo de pieles, el piso, el veraneo y el relax y, por supuesto, el sexo libre, gratuito y fácil. «Como ya tenemos el piso y hemos comprado el coche, ya podemos tener el niño». A tal nivel hemos puesto al hombre en nuestra cultura (él sí que es una especie en extinción y no las que protege la hipocresía de algunas ONG), que ¿cómo va a ser capaz esa sociedad de consagrar la fidelidad?.
El amor que predica la Iglesia, o mejor el Evangelio, se tergiversa y ya no se habla de amar con el corazón, sino de hacer el amor con el cuerpo. Y de esa manera están moldeando la frágil conciencia de adolescentes y jóvenes, y la pervertida de los mayores, para convertir la sociedad en un “gran prostíbulo”.
Y se habla de ideología de genero, de parejas de hecho, de relaciones prematrimoniales, de promiscuidad, de amor libre en definitiva. Y claro, ante esta presión que se cuela en todos los hogares a través de los medios de comunicación de masas, hay que tener mucho coraje para decir que no.
Con 2000 años defendiendo la dignidad del ser humano y el papel de la sexualidad en la realización de la persona, la Iglesia ha tenido que denunciar las manipulaciones (también tiene derecho) y ofrecer su ayuda a quienes pueden ser débiles en su lucha con los mensajes del mal. Ver a Dios en todo y en todos es un don que la Iglesia vive y quiere mostrar... Los católicos no eligen sus jerarquías; son guiados por los mandamientos y los dogmas; no negocian acuerdos; creen en otra vida; aman al prójimo como a sí mismos, confiesan con humildad los pecados. Por favor, dejadlos en paz.
No le demos vueltas. Ya sabemos de qué pasta está hecho cada uno. Y a lo largo de los siglos se ha mantenido una lucha en defensa de la dignidad humana, a pesar de las miserias propias. Pero lo que es contrario al plan de Dios, lo que llamamos pecado, siempre será igual. Hay que mirar un poco más hacia arriba. No podemos recluirnos en las catacumbas. La fe hay que vivirla a la luz de día.
Fuente: http://www.conoze.com/doc.php?doc=2280