La Iglesia de los Mártires de Gómez Catón
Fernando Gómez Catón nació en Badalona en el año 1917. Fue alumno de la Escuela Superior de Bellas Artes de Barcelona, pasando después a la de San Fernando de Madrid. En la capital de España, fue discípulo de Zuloaga, quien le dio acceso a su taller. Se instaló en Barcelona en 1954. A partir de mediados de los años 40, dio a conocer su obra en numerosas ciudades españolas. Doctor en Filosofía y Letras y periodista en ejercicio, viajó mucho, desarrollando, paralelamente, su vocación artística de manera muy versátil. Su producción pictórica incluye paisajes, composiciones de figura, escenas urbanas y una nutrida colección de retratos de personajes ilustres. Se conservan obras suyas en numerosos museos y pinacotecas de nuestro país y del extranjero. Sus cuadros se resuelven con aplomo y dominio del oficio, manejando el dibujo con rotundidad y el color con sentimiento y agudeza. En los paisajes concede un protagonismo especial a los celajes. Junto a las ya mencionadas, una de las temáticas predilectas del artista son las composiciones de ambientes árabes, que Gómez Catón captó del natural durante sus viajes a Marruecos, Israel, Líbano y Siria.



V
arias veces hemos hablado de este pintor por su fantástico cuadro: “Montcada del Obispo”. Gómez Catón muestra los fusilamientos del cementerio de Montcada (Barcelona) durante los días de la persecución religiosa, colocando en primer plano al Obispo de la diócesis de Barcelona, el Siervo de Dios Manuel Irurita, junto a un grupo seleccionado del clero secular y regular, que está siendo inmolado junto a la tapia.
Pero Fernando Gómez Catón destaca también en el tema martirial por su obra publicada en dos tomos: “La Iglesia de los Mártires. Cataluña, prisionera 19361939” (Barcelona 1989). El autor desarrolla el tema de la persecución religiosa de 19361939, a lo largo de la provincia eclesiástica tarraconense, con sus ocho diócesis (que era las que había en ese momento). En función de su vocación universitaria, disciplina su investigación histórica con rigor profesional.
Su obra es apretada, persiguiendo el dato, siempre respaldado por una amplia bibliografía autorizada de la especialidad. Dividida en dos volúmenes, ofrece en el primero el planteamiento inicial de los hechos, avalado por las fuentes concordantes de ideologías contrapuestas, para entrar bruscamente en los escenarios de las diócesis de Lérida, Tarragona y Tortosa, dejando las cinco restantes circunscripciones episcopales para el segundo tomo (Barcelona, Gerona, Vic, Solsona, y Seo d’ Urgell).
El autor se impone una ardua tarea indispensable, complementaria de las fuentes históricas, para recomponer los dispersos fragmentos martiriales -diocesano, religiosos, procesales, testimoniales, etc.-; y ofrece al lector una historia unitaria, que es el gran retablo de la persecución en la tarraconense, sin permitirse desahogos literarios, reduciendo el lenguaje a un estilo breve y conciso.
En el segundo tomo nos ofrece el relato martirial de la llamada Azucena de Vic.
 
Beata María del Patrocinio de San José
María Badía Flaquer nació en Bigas (Barcelona) en 1903; era la menor de cinco hermanos. Educada en la más recia tradición cristiana de la familia, tuvo también la suerte de ser conducida por los caminos del espíritu desde la infancia por la mano maestra del párroco de Bigas (Barcelona), mosén Gabriel Oller, pero será el Dr. Lladó, también mártir de Cristo, quien la conduzca al Carmelo de la Antigua Observancia de la Presentación de Vic (llamado popularmente de las “Devalladas”), junto con su paisana y amiga Rosa. Esta se le adelanta; María, sin embargo, habrá de soportar la fuerte oposición de su propia familia y, cuando al fin un día decide marchar de casa, muy temprano y a escondidas como otra Teresa de Cepeda, ingresará en el monasterio. Desde el convento escribirá a su madre y hermanos justificando su huida. “Tenía que hacerlo”», explica. Era octubre de 1929 cuando ya María contaba 26 años.
Profesó de novicia con el nombre de Sor María del Patrocinio de San José el día 13 de abril de 1931. A partir de esta fecha, la ya religiosa carmelita emprende un raudo vuelo por las alturas de la santidad, a pesar de la incertidumbre que para la vida religiosa presagiaba la impuesta II República justo por aquellos días. A pesar de todo, emitirá su profesión solemne el 14 de abril de 1934, aniversario de aquel régimen tan poco afecto a la vida del claustro.
 
 
El 18 de julio de 1936 resonó en el convento el grito de guerra; las carmelitas tienen orden de desalojar el monasterio.
Así lo narra Gómez Catón en su martirologio (pág. 44ss):
Salió del convento el 21 de julio de 1936, hacia la casa del Dr. Antonio Urgel, de la calle Riera (nº 20, 22 y 26), con dos religiosas más, al llegar los incendiarios a la ciudad episcopal sembrando por doquiera terror. Consciente de su situación, dice allí:
-Que me martiricen, que me maten: nada me importa…; que me toquen, eso no lo consentiré jamás.
El 25 ó 26 siguiente, pasa al domicilio del canónigo magistral, Dr. Juan Lladó Oller, acompañada de la Madre Superiora y de una novicia mejicana, resueltas las tres a su inmolación.
El 13 de agosto, hay un registro en esta vivienda de la Plaza de la Merced, nº 5; y dice con igual firmeza:
-Vamos allá. Hay que tener ánimo y sea lo que Dios quiera.
Detenida y sometida a interrogatorio, los forajidos se miraron entre sí y todos a Sor María del Patrocinio de San José.
-Por ahora, dicen, nos llevamos a esta monja y a los curas.
Son éstos el padre Juan Bautista Arqués Arrufat, misionero claretiano y el rector de Artés (Barcelona), José Bisbal Oliveres.
Se la ve, a eso de las diez de la noche, conducida al ayuntamiento, la mirada recogida. Su belleza es el centro de atención. Dos horas tensas, desde la seducción a la amenaza. “Solo por ser religiosa, la maltrataron, sin juicio alguno”. Por fin, el presidente del comité antifascista exclama, derrotado, a sus esbirros:
-Tomad a esta mujer y haced con ella lo que queráis.
A las 12,30 de la noche, los detenidos son trasladados en dos coches a la cárcel, donde reemplazan al padre Arqués por el vicario general de la diócesis de Vic, Dr. Jaime Serra Jordi, de 89 años de edad. Y los dos autos salieron por la carretera de Sant Hilari. En el kilómetro cuatro, frente a la parroquia de Sant Martí Riudeperes, el señor Casany Alsina oyó un gran barullo de los milicianos, seguido de una descarga que abatió a los dos sacerdotes.
Unos minutos después, percibió una voz femenina angustiada:
¡Eso no! ¡Mil veces morir antes que hacer eso!
Había un gran ajetreo y voces de los hombres:
¡Echa a correr! ¡Échate a correr!, seis o siete veces.
Se la pudo ver, en efecto, iluminada su bata blanca por la luz de los faros y corriendo, al tiempo que disparaban sus armas sobre ella.
A unos treinta metros de la carretera, aún de pie, exclamó con voz potente y clara:
¡Dios mío, perdóname, que soy muerta!
Y se desplomó sobre unos juncos, el pecho en tierra, las manos cruzadas sobre sí apretando un crucifijo. Era hermosa, guapa y bastante joven. Los milicianos se burlaban con su lenguaje indecoroso de los curas y las monjas. Su vientre tenía más de treinta balazos.
Un sujeto, llamado Castany, diría a la Superiora tales palabras:
-¡Cómo hicieron sufrir a aquella pobre monja para arrancarle su pureza!
También se pudo saber que uno de los asesinos comentó más tarde:
-Hemos hecho demasiado con esa mujer. ¡A esta sí que la podrán hacer virgen y mártir!
Así en efecto, desde su muerte y con tales testimonios, se la considera mártir de la fe y de la castidad.
            Eran las primeras horas del 14 de agosto, vísperas de la Asunción. La Beata María del Patrocinio de San José fue elevada a los altares el 27 de octubre de 2007 junto a 497 mártires de la persecución religiosa 19341939.En este numeroso grupo de mártires se encuentran diecisiete Carmelitas de Cataluña: cinco sacerdotes, un subdiácono, cinco estudiantes de filosofía, tres hermanos profesos, dos novicios y nuestra protagonista de hoy, que era monja de clausura. Todos forman parte de la causa Beato Ángel Mª Prat y 16 compañeros mártires.
 
Seis días después en el mismo lugar: ¡salvar un alma!
El jesuita Isidro Gríful publica en Barcelona en 1956 su libro A los 20 años de aquello, en donde narra lo que sucedió con el canónigo magistral de la S.I. Catedral de Vic, el doctor Juan Lladó Oller.
Los hechos comienzan al detenerle en su casa el 6 de agosto de 1936 y encerrarle en la cárcel de Vic hasta la madrugada del 20 de agosto en la que se vio ante las armas, en el escenario ya conocido, junto a la iglesia de Sant Martí de Riudeperes (en la foto).


Son cuatro los milicianos que van a cometer el asesinato, a doce metros de distancia, junto a un pino. La escena viene determinada por su sonrisa:
-¿La muerte no te da miedo?, preguntan los matones.
Pide unos minutos para explicárselo. Con acento de gran convicción, les cuenta que durante su vida había pedido a Dios tres gracias principales: su salvación, dar su vida por Jesucristo y salvar si quiera fuese un alma. Añade que, a la vista estaba la concesión de las dos primeras; pero en cuanto a la tercera comenta con profunda sinceridad:
-Es tan grande salvar un alma, que por eso lo dejé todo, me hice sacerdote y confesaba, enseñaba el catecismo, visitaba enfermos, me sacrificaba… Yo no sé si, con todos mis esfuerzos, he logrado salvar un alma que, en vez de caer en el infierno, pueda subir al cielo conmigo. Si lo supiera, moriría más tranquilo… Si pudiera salvar a uno de vosotros…
Uno de los milicianos salió de la fila, tiró el arma y, a los pies del sacerdote, besó su mano, muy emocionado:
-¡Padre, usted me salva a mí! ¡Es mi alma la que usted ha pedido a Dios!
-¿Qué te pasa?, grita el jefe. ¡Apártate de ahí!
-¿No veis que esto es grande?, replica el converso. ¿Hemos de matar a hombre así? Después de todo, también nosotros somos cristianos…
-¡Déjate de tonterías y apártate!, replica aquel. Si no, te matamos también a ti.
El miliciano, de nuevo se dirigió al sacerdote.
-Padre, déme la absolución, porque prefiero morir con usted que seguir con ellos.
La orden de disparo no se hizo esperar.
Canónigo y miliciano cayeron juntos, con el beneficiado de la Catedral, Ramón Clará Canals.

El padre Isidro Gríful asegura haber oído esta anécdota a unos milicianos de Vic. Dice que la volvió a oír en Perpiñan, esta vez, de boca de uno de los tres asesinos del Dr. Lladó, “muy impresionado y arrepentido”. También recoge el testimonio de la gente que oyó los disparos y vio, unas horas después, retirar el cuerpo del compañero.