Ya hace tiempo que tengo problemas con mi boca. Le suelo decir a mi dentista: “Ponga mucho interés porque yo los dientes los quiero para predicar”. Ella se ríe y siempre me responde que los dientes son para comer. No es atea ni renegada ni endurecida pero es odontóloga y en su juramento hipocrático debe decirse que los dientes y muelas son para masticar. Sin embargo, yo en mi juramento y vocación dominicana llevo muy dentro la predicación y no miento cuando hablo de la necesidad de los dientes para predicar. He pensado mucho cómo tendría San Pablo la boca o mi fundador Santo Domingo de Guzmán.
El tema es que cuando mi amiga me dijo la frasecita, me vino como una especie de oráculo repentino, flaseado, el cual fuera de la inteligencia y de mi comprensión me hizo responder: “No dejaré nunca de preparar y de cuidar a mi persona para el servicio del Señor. Aunque me quede sólo un mes de vida”. Lo resumo en esta frase, pero fue como una especie de borbotón que me hizo prorrumpir en palabras con fuerza y autoridad pero no contra ella ni contra nada. Quizás era yo el que tenía que convencerme en primer lugar.
Ahí quedó la cosa y continuamos hablando de lo que fuera. Mas, no quedó ahí porque una vivencia fuerte me invadía y la sentía aún durmiendo por la noche. Entendí que había sido palabra del Señor. El Señor revela lo eterno en hechos minúsculos y contingentes. El servicio a la palabra me exigía muchas cosas. Si yo había entregado mi vida a la predicación, nada tenía que anteponerse a ella. Ningún tipo de consideración humana, ningún cálculo de otra índole, debería estar por delante de mi oficio de predicador. Fuera de la obediencia a mis superiores, cosa que ya pertenece a otro plano, mi entrega a los demás en la predicación debería ocupar el primer lugar.
Recibí una gran sanación. Ya no me importaban los miles de euros que tendré que pagar para arreglar la parte de abajo. Al contrario, me sentía ruin habiendo antepuesto unos euros a la predicación. Veía claro cómo, el no gastarlos, iría en contra de la pobreza ya que perjudicaría a algo que es fin y no un simple medio. No gastar los euros para el servicio del Señor sería despreciar al Señor, hacerme egoísta y desconfiado, rico, temerario, mirándome a mí mismo.
Todas estas cosas que menciono, incluidas la castidad, la pobreza y la obediencia, no son valores en sí. Serían negativas y perjudiciales si no están al servicio de algo positivo y superior. ¿Por qué vas a renunciar a algo agradable si no es por otra cosa más agradable que se contrapone? Lo agradable en cuanto agradable es bueno. Eso que dicen de que lo que te gusta o es pecado o engorda es mentira. Como dice Santo Tomás de Aquino estas renuncias se justifican en cuanto son “removens prohibens”, es decir, cumplen la función de quitar obstáculos para una entrega total a algo superior, en este caso al Reino. Una búsqueda compulsiva de riquezas se contrapone al Reino y es regulada por la pobreza, la austeridad, la sobriedad. Lo mismo sucede con la adicción o apetito sexual e, incluso con el libertinaje y la propia autonomía, a los cuales la obediencia del Reino hace entrar por el camino recto. Ahora bien nadie es santo por ser austero o pobre o casto. Estas cosas pertenecen a la parte ascética de la vida espiritual que si no se enfocan al servicio del Reino son negativas y no nos hacen bien.
Estas reflexiones vienen a cuento de mis implantes que tienen su legitimidad total desde el servicio al Reino en la predicación. El que pueda entenderlo que lo entienda. Sin embargo, el flash que recibí va más hondo todavía. Me ha hablado de que el servicio al Reino debe evangelizar mi vida entera. Cuando el Señor en el caos y desarreglo de nuestra vida nos coloca un kerigma como faro y guía nos evangeliza parte de nuestro ser y actuar. El kerigma en este caso es: Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura. Si es factible, la justicia del Reino para un predicador requiere tener implantes y si no te los pones infravaloras la salvación de las almas. Nadie puede tachar a una Orden religiosa y menos a la Orden de Predicadores de ser rica y ostentosa por poner implantes a sus predicadores. Santo Domingo mandó a sus frailes a las universidades más famosas y caras para que se prepararan para la predicación. Un implante no es un capítulo de la Biblia, mas ambos sirven para el mismo fin.
Como digo lo que se me dio iba en busca de mayor hondura. No sólo era cuestión de dientes. El kerigma que entendí sirve para mis implantes pero también para el resto de mi vida. Tengo que ver y actuar en toda mi vida de tal manera que tenga la primacía el servicio del Reino. En mi caso el servicio del Reino en este momento lo centro en la predicación. Entonces, mis apetencias, mis gustos, mi comida y mi bebida, mi trabajo y lucha por la salud deben ir encaminados a servir a la predicación. Si yo me pongo enfermo por abusos debo discernirme desde la predicación. Si yo paso diez días de descanso en una playa, también lo valoraré desde la predicación. Si hago un viaje largo o leo un libro o me divierto charlando con mis amigos, en el fondo debe estar la predicación. Si hago un régimen dietético para adelgazar no veo claro todavía cómo lo puedo incluir en el servicio al Reino.
La predicación es un carisma que recibe su justificación por el servicio al Reino, pero este servicio puede estar en el cuidado de tus hijos, en cuidar a tu madre, en trabajar por los pobres, en curar a los enfermos, en dar clase a los niños y en tantas otras cosas como constituyen la vida humana que se hace cristiana desde el momento en que el Espíritu Santo las unge y uno lo vive desde esa perspectiva.
Un carisma puede evangelizar toda tu vida en la práctica, siempre que se vea como carisma y se actúe desde algo recibido como don de arriba. La predicación es válida porque predica a Cristo. Si lo ves así, sabes que estás unido con Cristo, le rezas, buscas las fuerzas necesarias en él. Evidentemente, en todo hay que ser cautos porque ni los carismas ni nada, ni siquiera la Sagrada Escritura, pueden ser el objetivo y valor final que sólo es Cristo infundido en nosotros por el Espíritu Santo, cosa que supera todas las ideas y demás denominaciones posibles. Todo está muerto sin el Espíritu Santo que nos muestra y nos une con Cristo. Cristo se identifica con el Reino de Dios y con su justicia. Las personas son lo único que vive y está vivo y, lo que nos interesa, es vivir y vivir para siempre. El Reino de los cielos se identifica con Cristo que es un hombre divino, con personalidad divina y habita en él toda la plenitud de la divinidad. Él, solo él, nos conduce a Dios Padre y nos introduce en el cielo.
Tres son, pues, los niveles de la vida espiritual en relación con unos implantes. Como cualquier discernimiento debe hacerse siempre desde el plano natural de las cosas no puedo negar que con dientes se está más cómodo y se come mejor e, incluso, aunque ya no es el caso, está uno más guapo. No obstante, a mis setenta y siete años no creo que ninguna de esas tres cosas me motivara suficientemente para ponérmelos. Porque además del dinero que cuestan tienen otras pejigueras. Desde la vida espiritual, como he dicho, sí voy a intentar ponérmelos.
De esa forma actúo tres niveles de la vida espiritual en mí. En primer lugar centro la pobreza en lo que debe ser, no en algo negativo, sino en poner los bienes al servicio del Reino. En segundo lugar favorezco al carisma que he recibido por ser dominico y que el Señor me ha ido regalando en la vida y en tercer lugar, con una predicación mejor entro en una mayor comunicación con Cristo que es lo único que hay que predicar y dejo que el Espíritu Santo lo haga mejor y con mayor calidad a través de mi. Como puedes ver, querido lector, como tenga hueso en la parte de abajo, me pondré a no tardar unos implantes quedando claro que no es para estar más guapo en el cementerio.
Chus Villarroel O P