Esto es lo que al final...,  deseamos todos aquellos que nos preocupamos del desarrollo de nuestra vida espiritual, que equivale a decir, todos los que deseamos ser poseídos por el fuego del amor de Dios. Aquel que se embarca en la aventura de amar a Dios, sin límite ni reserva alguna, entregándole a Él el timón de su vida, si persevera sabe y anhela que al final de este camino, será poseído por el pleno amor de Dios y esto le puede suceder ya en esta vida y si no, desde luego si persevera en la otra que nos espera, a la cual llegará mucho más preparado que la mayoría y con una mayor gloria de la que él espera y puede imaginar.

          Estar poseído o poseída, por Dios ya en esta vida, implica estar locamente enamorado del Señor, vivir solo, por y para Él, tener una absoluta confianza en lo que el disponga, aunque a los demás les pueda parecer un disparate, bendito disparate que nos une más al Señor. Aceptar como una bendición regalo de  Dios, cualquier contratiempo pequeño o grande, así como darle las gracias a Él, por la posibilidad que nos ofrece de poder sufrir con enfermedades, cambios de fortuna, pérdida de seres queridos… etc. Nuestra voluntad tendrá que haber desaparecido, por haberse sido ya identificada con  la del Señor, pues este es el final, que tendrán todas  las voluntades, de los que alcancen la gloria del Resucitado.

            La vida de un poseído por el amor de Dios, no es fácil. A nadie le dijo el Señor que seguirle fuese algo placentero y fácil. El Señor nos dejo dicho: "Siguiendo el camino, vino uno que le dijo: Te seguiré adonde quiera que vayas. Jesús le respondió: Las raposas tienen cuevas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. A otro le dijo: Sígueme, y respondió: Señor déjame ir primero a sepultar a mi padre. Él le contestó: Deja a los muertos sepultar a sus muertos, y tú vete y anuncia el reino de Dios. Otro le dijo: Te seguiré, Señor, pero déjame antes despedirme de los de mi casa. Jesús le dijo: Nadie que, después de haber puesto la mano sobre el arado, mire atrás es apto para el reino de Dios”. (Lc 9,57-62). Pero estos no son, más que unos pequeños inconvenientes, si se considera lo que un poseído, ha de pasar no solo en el orden material, sino en el espiritual, para ser digno discípulo del Señor.

         El gran consuelo que se siente en estos trances amargos que nos proporciona el camino hacia el amor del Señor, es el saber que el Señor sudó sangre por nosotros en el Huerto de Gethsemaní, y a estos sufrimientos del Señor se refería San Andrés Dung Lac mártir vietnamita, que describiendo la cárcel en que estuvo encerrado, previamente a su martirio, escribió las siguientes palabras: “En medio de los tormentos que aterrorizarían a cualquiera, por la gracia de Dios estoy lleno de gozo y alegría, porque no estoy solo Cristo está conmigo. Él, nuestro maestro, aguanta todo el peso de la cruz, dejándome a mí la parte más pequeña e insignificante. Él no es solo espectador de mi combate, sino que toma parte en él, vence y lleva a feliz término toda la lucha. Por esto en su cabeza lleva la corona de la victoria, de cuya gloria participan también sus miembros”. Como se puede ver, desear ser poseído en esta vida por el amor del Señor, tiene su precio y hay que estar siempre dispuesto a satisfacer este precio por alto que nos parezca, porque se puede asegurar que para un alma entregada, cualquier precio le resultará siempre insignificante. Porque si el fuego del amor ha penetrado ya en nuestras almas, el pago de ese precio, es un regalo una insignificancia, por la que se recibirá el mil por uno.   

       “Hay locos enamorados del Señor, y estos son muchos más, de los que nos imaginamos que pueda haber. Están a nuestro alrededor, y conviven con nosotros, pero no los captamos, porque de un lado nos falta la suficiente finura espiritual y claridad en los ojos de nuestra alma para captarlos y de otro lado el que verdaderamente está enamorado del Señor, por nada del mundo quiere romper la intimidad con su amado, pregonándolo a los cuatro vientos el gozo en que vive, dentro de su problemas y dificultades, es decir, llevando su propia cruz, pues todos la tenemos. Pero es de ver que como dice el refrán: Hay cosas que no pueden permanecer ocultas y estas son, el amor y el dinero.

         La hermana de Santa Teresa de Lisieux, María del Sagrado corazón, que también era carmelita descalza, y convivía con ella en el convento, una vez al descubrir la intensidad del amor de la santa al Señor, le escribió a ella una nota en la que le decía: “Estás poseída por Dios… pero poseída totalmente, así como los malos están poseídos por la maldad, tú lo estás por el Señor”. ¡Que piropo! y que gran alegría debió de sentir la santa cuando leyó estas líneas. No le podían haber dicho nada, que le satisficiera más.  Sé de una persona que aun vive a la que le dijeron en mi presencia: Tienes un corazón lleno de  amor a Dios que no te cabe en el pecho. ¡Ojalá! que alguien tuviera razones suficientes para decirnos algunos de estos piropos espirituales, a uno de nosotros, sería tanto como vernos ya en esta vida, sumergidos dentro del fuego del amor a Dios.

       Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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