Hace unos días me decía una persona amiga hablando de la escasez de vocaciones: es lógico que el Señor manda las vocaciones cuando realmente hacen falta; y las manda cuando ve que pueden dar fruto; no las suele mandar a países que no son cristianos; aunque sí que las manda a países cristianos para que vayan como misioneros a esos otros países. Y si en la actualidad en nuestro pueblo, influenciado por ambientes al margen de la fe, están apartándose de la Iglesia e, incluso de la fe, es lógico que en nuestra sociedad, influenciada por el materialismo y consumismo, no fructifiquen.
Hay un hecho contrastable en la actualidad y es que la gente va dejando las prácticas religiosas y sobre todo, las más importantes como son los sacramentos. Va aumentando el número de cristianos que no se casan por la Iglesia y no bautizan a los hijos; va disminuyendo el número de quienes no asisten a misa, y que no se confirman; y mucha gente que no se confiesa. En algunos sitios parece que no existe el sacramento de la penitencia. Con personas así no hay necesidad de sacerdotes.
Cierto que está también el hecho de que hay muchos sacerdotes extraordinarios, sacerdotes que, de verdad, han renunciado a todo lo que puede atraer a un joven o a una persona adulta; sacerdotes que oran de verdad, que leen con frecuencia la palabra de Dios y la meditan, que cuidan de atender espiritualmente a todo el mundo, que son un ejemplo para los feligreses, tanto para los practicantes como para los alejados, que cuidan con esmero la formación de grupos parroquiales de militantes cristianos; y cuando hay jóvenes que aceptan la llamada del Señor, se preocupan de cuidarlos, de mantenerlos y fortalecerlos; tanto de chicos como de chicas. El resultado es que varios van respondiendo positivamente a la llamada del Señor, mientras que en otros sitios cercanos no fructifica ninguna.
Desgraciadamente, también es cierto el hecho de que hay sacerdotes que apenas hacen oración; por lo menos no se les ve en la iglesia orando; hay sacerdotes que no catequizan a los mayores; hay sacerdotes que apenas visitan a los ancianos y enfermos; hay sacerdotes que se encierran en un grupito cada vez más reducido de asistentes a la misa y que descuidan la búsqueda de aquellos que se han alejado de la iglesia; hay sacerdotes que no preparan debidamente a los que van a contraer matrimonio; hay sacerdotes que apenas confiesan; hay sacerdotes que no se preocupan de orar por las vocaciones y de atenderlas cuando se ven posibilidades de que haya una llamada del Señor que puede ser bien acogida.
Un sacerdote así ¿para que lo queremos en la Iglesia? Es cierto que no es numeroso ese tipo de sacerdote, pero los hay. Los apóstoles cuando instituyeron los diáconos, la razón que dieron fue que ellos debían dedicarse a la oración y al ministerio de la Palabra. ¿No sería bueno que los sacerdotes acentuásemos en nuestra vida esa doble acción, orar y predicar? Me pregunto y pregunto: ¿es esa doble actividad mi estilo de vida consagrada y dedicada a la evangelización a la que he sido llamado? Por lo que a mí respecta, pienso que debiera afinar mucho en ello.
Lógicamente, cuando el Señor llama a alguien para una dedicación a Él en exclusiva, es cierto que ha de llamar a muchos porque es necesaria y urgente la necesidad de trabajadores en el campo del mundo. Pero las llamadas, como las semillas de la parábola del sembrador, pueden dar fruto o, como como la semilla que cae en el camino o entre piedras o zarzas, no va a poder arraigar por falta de humedad o por ciertas dificultades sobrevenidas. Y ahí está nuestra tarea, ayudando a que haya humedad y animando a superar las dificultades que impiden el seguimiento.
La gran pregunta que debiéramos hacernos todos es si, al mismo tiempo que pedimos por las vocaciones, las estamos atendiendo con nuestro ejemplo y atención personal para que puedan florecer y dar fruto. Que caigan en tierra buena, y esa tierra buena somos nosotros.
Es muy serio y urgente la promoción vocacional, pero no podemos olvidar que sin muchos y santos sacerdotes no hay nada que hacer, y sin muchos y santos consagrados, tampoco. No digo que no haya vocaciones, sino que no hay respuestas.
En una parroquia bien orientada hay vocaciones; en una congregación o instituto de vida consagrada bien orientado, también las hay. Y cuando no hay respuestas positivas a la vocación, lo que debiéramos hacer es lamentarnos menos y vivir más en serio nuestra vida sacerdotal y consagrada. Que seamos ejemplo que entusiasme a los posibles llamados por el Señor.
José Gea