El Papa apenas deja pasar un día sin iluminar a los católicos y a todos los hombres de buena voluntad con su magisterio. Sabio, santo y humilde como es, sus palabras son preciosos tesoros que a veces pasan desapercibidos. Sin embargo, hay dos discurso al año a los que, tradicionalmente, se les presta mayor atención. Uno es el que dirige a la Curia vaticana poco antes de la Navidad y el otro el que pronuncia ante los embajadores acreditados ante la Santa Sede. Si aquel mira más hacia dentro de la Iglesia, éste se fija en aquellos acontecimientos que el Santo Padre considera más relevantes para la sociedad en general.

En esta ocasión, Benedicto XVI ha vuelto sobre uno de los temas en los que lleva insistiendo durante todo el año recién terminado: la relación entre la paz y la defensa de la vida y los derechos de la familia. La reiteración nos hace ver que se trata de algo que preocupa enormemente al Santo Padre. Hasta el punto de afirmar, con toda claridad, que no puede haber paz sino hay “respeto a la vida humana en todas sus fases”.
Dentro de este marco de defensa de la vida, merece la pena destacar la importancia que el Papa ha querido dar al derecho a la objeción de conciencia por parte de los profesionales que están directamente relacionados con el aborto y la eutanasia. Lo ha relacionado con el derecho a la libertad de conciencia y ha incluido en el mismo no sólo a las personas sino también a las instituciones, en una clara alusión al pulso que la Iglesia mantiene en Estados Unidos con Obama por la cuestión del pago de seguros sociales a los empleados que incluyan costear métodos abortivos.
No sólo les ha hablado de familia y de vida el Papa a los embajadores. También se ha referido a la crisis económica, con una alusión interesante a un “diferencial” o “prima de riesgo” en la que pocos parecen fijarse. No sólo hay que tener en cuenta la diferencia entre los intereses que pagan España o Italia, por ejemplo, con respecto a los que paga Alemania, que es la “prima de riesgo”, sino que también hay que fijarse en otra diferencia que va en aumento, la brecha que separa a los ricos de los pobres, a veces dentro de un mismo país, y que va en aumento sin que a la mayoría le importe.
Por último, el Santo Padre se ha detenido en su discurso a analizar la persecución que sufren los cristianos en muchos países del mundo, sobre todo en aquellos de mayoría islámica. 105.000 cristianos murieron por su fe en 2012, lo cual supone un trágico record que eleva la cifra a un muerto cada cinco minutos. Demasiados para un mundo que se jacta de avanzar en el camino de la libertad y que, sin embargo, mira hacia otro lado cuando las víctimas son cristianos y los que los matan están en países ricos en materias primas o con los que interesa tener una buena balanza comercial.

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