La fe es el kilómetro cero de nuestra vida espiritual. La longitud del recorrido de nuestra vida espiritual, será más o menos largo de acuerdo con los años que Dios nos conceda y la fecha en que iniciemos este recorrido de nuestro camino hacia Dios. El kilómetro cero, lo abandonamos siempre, desde el momento en que aceptemos de verdad, la existencia de Dios. No una existencia teórica que pensemos que no nos afecta directamente, sino una vida centrada no solo en la existencia de Dios sino fundamentalmente en su amor, porque Él es amor y solo amor, y el que no vive vibrando por razón de ese amor no vive debidamente la existencia de Dios. Podemos haber sido bautizados, confirmados y haber hecho la primera y muchas veces la única comunión y posiblemente nos creamos que tenemos fe y si, en teoría puede ser que la tengamos, pero es una fe muerta, teórica o ilustrada como la califican los teólogos. Fray Luis de Granada, distinguía agudamente diciendo; una cosa es “tener fe” y otra “vivir la fe” y la fe no se puede decir que se tiene, si uno no vive correspondiendo al amor que el señor nos tiene.

      Podemos distinguir, entre fe natural humana  y fe sobrenatural o divina. La fe natural, nos es necesaria para vivir. Los sentidos y la razón nos permiten llegar  al conocimiento de muchas verdades materiales. Pero hay otras muchas las que aceptamos apoyándonos únicamente en la autoridad intelectual de los demás. Somos muchos los que no hemos estado en el estrecho de Bering, pero tenemos fe de que existe. Lo mismo que tenemos fe, de que lo que comemos diariamente no está envenenado, aun sabiendo que son muchas las personas que han muerto envenenadas, porque si no, no podríamos comer tranquilos si desconfiáramos de todo. Esencialmente, no existe nadie interesado, en que no creamos que existe el estrecho de Bering,  o en amargarnos la vida diciéndonos que lo que comemos está envenenado.

    La fe sobrenatural se distingue  de la natural, esencialmente en que aquí, hay alguien mucho más inteligente que nosotros que está interesado en querernos convencer que Dios no existe. Naturalmente me refiero al demonio. La fe es aceptar y obrar en consecuencia, de la existencia de que existe otro mundo, para el que hemos sido creados, es este un mundo de realidades, que escapa a la comprensión plena de nuestras pobres mente, y necesitamos ser iluminados por una luz sobrenatural no material, que no ilumina nuestros cuerpos sino nuestras almas. Es esta una luz, que solo pueden captar los ojos de nuestra alma cada vez más, en la medida en que el desarrollo espiritual de nuestra vida íntima, caya siendo cada vez mayor, y los ojos de nuestra alma vayan adquiriendo una más aguda visión de las maravillas de amar al Señor; de poder captar esa luz espiritual, que nos abre las puertas de nuestro corazón, para que el Señor entre más ampliamente en nuestro ser y tome una gozosa posesión de nosotros..

      El conocimiento que nos da la fe, es el de la existencia de ese mundo espiritual, que no espera y del cual, Dios nos ha proporcionado unas determinadas verdades reveladas. De diversas maneras y en todo tiempo, Dios ha hablado a los hombres, revelando parte de sus misterios. Y el hombre que se abre a las revelaciones divinas y la acepta con la mente y el corazón, al Dios de sus amores, es  el hombre que tiene fe verdadera y vive conforme a ella. Tener fe, según la revelación del Señor, es entregarse a Dios sin reservas de ninguna clase; es aceptar la Palabra y la Persona que la revela. Por eso, el acto de fe supone la gracia que ilumina la inteligencia y mueve la voluntad sin menoscabo  de la libertad humana, pero comprometiendo intrínsecamente al hombre. Para Juan Pablo II: - “La fe es la respuesta por parte del hombre a la palabra de la Revelación divina”.  Y, lógicamente, tal como escribe San Juan evangelista: “…el que no cree ya está condenado” (Jn 3,18).

     La fe, cuando se tiene crea en el hombre la obligación de conocer y vivir las verdades reveladas, porque la fe que nos salva, consiste en vivir conforme a ella en todo lugar y momento. Y la fe nos salva, porque ella supone nuestra incorporación en Cristo: “…el que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Jn 3,36). La fe no se nos impone, se nos propone. Somos enteramente libres en aceptarla o rechazarla.  Pero si la admitimos, lo mismo que si la rechazamos, lo hacemos con todas las consecuencias. Porque “…sin la fe es imposible agradar a Dios” (Heb 11,6).

       La fe es algo que depende no tanto de la inteligencia como de la voluntad. Ante todo es un don divino, que el Señor está siempre dispuesto a donar, como lo está en relación a cualquier otro bien espiritual que le demandemos; pero lo importante es tener la voluntad de amar y desearlo, la inteligencia aquí, no nos sirve de nada. Con el Señor, nada se adquiere por razón de la inteligencia, sino por razón del amor, de la voluntad que tengamos de amarle.

          Adquirida la fe, esta no es una categoría absoluta, que nos permita pensar tengo o no tengo fe, porque la fe es variable. Se puede tener una profunda fe y perderla por falta de amor al Señor. También se puede iniciar un recorrido espiritual, con una débil fe y con amor y perseverancia adquirir una fe profundo y sólida. El demonio siempre está a la que salta y sabe muy bien que si desmorona la fe de alguien, este es ya una presa segura, ¡vamos! Que lo tiene ya metido en el saco. Por ello tiene mucha importancia las llamadas dudas de fe, frente a las cuales nadie estamos vacunados y por ello seguro. En general nuestra fe es siempre muy débil. Sabemos que el Señor nos dejó dicho: “Por vuestra poca fe; porque en verdad os digo que, si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a ese monte: Vete de aquí allá, y se iría, y nada os seria imposible”. (Mt 17, 20). ¿Acaso sabe o conoce  alguien, que por su fe haya movido un monte? Esto, nos da la medida de la debilidad de nuestra fe. Nunca pedimos lo suficiente para fortalecer nuestra fe y así nos va.

       San Pedro en su primera epístola nos dejó dicho: “Sed sobrios y vigilad, que vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quien devorar, resistidles firmes en la fe”. (2Pdr 5,8). Y precisamente para él es fundamental hacernos perder la fe o al menos debilitárnosla, como paso previo a su destrucción.  Por ello él pone su empeño en crearnos las llamadas dudas de fe. El parágrafo 166 del Catecismo de la Iglesia católica nos dice a este respecto: “La fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y a la experiencia humanas, pero «la certeza que da la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón natural» (Santo Tomas de Aquino, S.Th., 2-2, q.171, a. 5, 3). «Diez mil dificultades no hacen una sola duda» (J. H. Newman, Apologia pro vita sua, c. 5).”.

     Para Ronald Knox: “La fe no es un cuchillo que extirpa las dudas; es una inyección que las neutraliza”. Las dudas de fe, tienen una absoluta relación con nuestro libre albedrío, es una interrogante que nos presenta nuestra mente, y que hemos de vencer con la fuerza de nuestro amor al Señor. La duda forma parte de nuestra vida espiritual y solo podemos apagarla con la fuerza de nuestro amor al Señor. La duda es nuestro tormento que soportamos, es uno de los precios que tenemos que abonar, por la capacidad que tenemos de ser creyentes o no creyentes.

        Pero no todo es negativo, en el tormento de luchar frente a las dudas de fe, porque ellas una vez superadas  tendrán su recompensa  y cuanto mayor haya sido la lucha, pues se trata de una auténtica lucha, mayor será nuestra futura recompensa. Si nos esforzamos en avanzar en el desarrollo de nuestra vida espiritual, para poder amar más y más al Señor y las dudas de fe que podamos sufrir nos atosigan, recordemos lo que escribe el oblato norteamericano Francis Nemeck, y la eremita Mª T. Combs: “Tanto la fuerte atracción hacia la soledad como la aridez y la duda inquietante son resultado del comienzo de la contemplación”

        Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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