Si miramos en el diccionario…., veremos que hay varias acepciones del término indolente, pero al final, pero analizándolas todas, vemos que ellas nos conducen al vicio de la pereza. La pereza es uno de los siete pecados capitales o mortales, llamados así por tener la facultad de matar espiritualmente el alma de la persona que cae en uno de estos siete pecados. La relación con Dios, como sabemos, puede ser restablecida, mediante el Sacramento de la Reconciliación o Penitencia, siempre que medie un sincero  arrepentimiento y un propósito de la enmienda, así se restablece el estado de gracia o amistad con el Señor, en caso contrario, si uno sale de este mundo sin admitir la amistad y el amor de Dios, en otras palabras, no aceptando el amor que Dios nos ofrece a todos, durante el transcurso de nuestra vida y hasta el último momento de ella, su irremediable fin, todos sabemos cual es.

         Los siete pecados capitales, que conviene recordar son: lujuria, pereza, gula, ira, envidia, avaricia y soberbia, y los siete emanan desde luego, del contenido evangélico, pero el Señor así como relacionó, por ejemplo las bienaventuranzas, no relacionó los pecados capitales. Esta lista de los pecados capitales, está también mencionada en el Catecismo de la Iglesia católica, y sus antecedentes históricos, se encuentra en una relación del monje Evragio del s. IV que posteriormente fue relaborada y difundida por San Juan Casiano en el s.V. Con posterioridad el papa San Gregorio Magno, redujo la lista inicial de ocho, a siete pecados.

          La pereza, decía San Agustín, se suele disfrazar de descanso. Y es de ver como se ha desarrollado en el mundo que vivimos esas exageradas necesidades de descansar, que algunos de tanto descansar se cansan y entonces, marchan de viaje, para tomar unas vacaciones y descansar del duro trabajo de estar todo el año descansando. Nadie podrá en duda, que el descanso fomenta la pereza y esta a su vez debilita la voluntad. Con mucho sentido escribe Fdz. Carvajal diciendo que: “Perezoso no es solo el que deja pasar el tiempo sin hacer nada, sino también el que realiza muchas cosas, pero rehúsa llevar a cabo su obligación concreta; escoge sus preocupaciones según el capricho del momento, las realiza sin energía, y la mínima dificultad es suficiente para hacerle cambiar de trabajo”. En palabras más vulgares diremos que el perezoso es un vago, uno que se niega o evita, lo que también en términos vulgares decimos: No dar un palo al agua. 

          Cuando en la lucha ascética del alma, nos dejamos dominar, por un sentido cómodo de la vida, por el cansancio negligente, las comodidades y veleidades de la vida, la inconstancia… etc. nos aparece la pereza, que es siempre espiritual y material, porque la pereza material lleva implícita en sí el pecado de pereza. La pereza que  es una  negligencia  o tedio, que en este caso es u fuerte desagrado al cumplimiento de aquello a lo que estamos obligados. En el orden del espíritu la pereza y la tibieza son primas hermanas.

           En los Evangelios, encontramos unas alusiones indirectas o simbólicas del Señor con respecto a la pereza y como ha de ser tratado el perezoso. Así por ejemplo, el Señor nos dejó dicho: “Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos. Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego”. (Mt 7,19). Lógicamente el perezoso, el que no trabaja ni cumple con sus obligaciones, es el árbol malo que no da frutos y al igual que el perezoso su destino son la tinieblas y el odio. Con referencia al A. T.  Fdz. Carvajal, hilvana una serié de párrafos del Libro de los Proverbios y este nos dice: “… el perezoso pasa el día entre dormir, sestear y descansar (Prov 6,10), … quiere o no quiere cumplir con su obligación (Ibid 13,4), … porque todo le parece dificultades (Ibid 15,19), …y así inventa escusas increíbles: Fuera hay un león y si salgo seré muerto (Ibid 22,13). Al perezoso se le compara con “… la boñiga del buey que todos los que la tocan, sacuden sus manos”. (Eclo 22,2).

            Para Thomas Merton, la pereza y la cobardía son dos de los mayores enemigos de la vida espiritual. Y se vuelven los más peligrosos de todos cuantos son disfrazados como “discreción”…. La pereza y la cobardía anteponen nuestra comodidad presente al amor de Dios: Temen la incertidumbre del futuro porque no depositan confianza en Dios. Vencer a la pereza es fundamental en el desarrollo de la vida espiritual. Nunca ningún perezoso ha podido tener una íntima relación de amor con el Señor. El perezoso esta incapacitado para amar, porque el amor tiene entre sus características fundamentales la generosidad y esta es incompatible con la pereza, porque el perezoso, es un egoísta disfrazado, que lo sacrifica todo, para que todo funciones en razón de su comodidad. Y sin amor, todos sabemos que no puede haber una auténtica vida espiritual de entrega al Señor.

           Nosotros si nos contentamos con un bajo perfil de  santidad, es decir si nos conformamos con una mediocridad espiritual, que al ver a otros pensemos, más diligentes que nosotros, nos justificaremos diciendo: A mi Dios no me pide tanto, si esto ocurre, estemos seguros de que la causa de pensar así, es indudablemente la pereza, que nos dice: Ya haces bastante, mira a tu alrededor, nadie se esfuerza tanto como tu, te vas a agotar y si sigues así vas a caer enfermo. Pensemos que aunque esto fuese evidente y real, habría que pensar: Bendito agotamiento y enfermedad, que me aumenta el amor a mi Amor. 

 

          Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

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