No sé muy bien por dónde empezar pero como el final me gusta voy a empezar por ahí. El pasado mes de octubre de 2012, dejé mi trabajo (un buen trabajo y con la crisis que hay más todavía), para ingresar de lleno en la orden de los dominicos. Esta etapa comenzó hace aproximadamente un año. Ya no resistía más esa voz interior que me decía continuamente, "¿pero qué estás haciendo, en qué estás gastando tu vida?...", y esa era la sensación que tenía cuando cogí el coche y me fui a ver a mi amigo Chus Villarroel, padre dominico. Después de charlar con él un rato, tomando una cerveza, le solté: "¡Chus! ¿Por qué no entro en los dominicos?, tengo la sensación de que estoy desperdiciando mi vida". Yo esperaba que me contestaría de la siguiente manera: "pero si tú estás muy bien así, tienes un buen trabajo, tienes una buena casa, tienes gente muy querida, ya eres un poco mayor para esto, no te compliques, además, ya estás muy cerca de la Iglesia y del Señor, con el grupo carismático, vas a misa, vas a retiros, etc...". Pero no, me dijo que sí, que lo veía, que le parecía bien y que habría que hablar con el superior.
Después de esta respuesta positiva por parte de Chus, yo le dije, "vale, estoy dispuesto a quemar las naves, dejo ya el trabajo, no sea que me arrepienta, no quiero dar marcha atrás...". Llevaba ya mucho tiempo sintiendo que lo más importante que se puede hacer en esta vida es llenarse de Jesucristo, así que ahora que por fin me había lanzado, quería ir a por todas. Esta conversación tuvo lugar el día 7 de octubre de 2011, día de Nuestra Señora del Rosario, patrona de la Provincia y de la Orden en la que voy a entrar.
Varios días más tarde, hablé con el padre Vicario, que me acogió con mucho cariño y me aconsejó sabiamente no dejar el trabajo de momento y comenzar un año de postulantado. ¡Y qué año más turbulento! porque todo esto lo llevaba en secreto, solamente algunas personas muy cercanas lo sabían y me apoyaban con mucha alegría y cariño. Yo mientras tanto seguía en el mundo, trabajando y haciendo las mismas cosas, como si nada fuera a pasar y sin embargo por dentro, estaba pensando continuamente en todo lo que se me venía encima y como lo iba a resolver: ¿Cómo iba a solucionar el tema laboral? ¿Cómo se lo iba a decir a mi familia, amigos, incluso en el grupo de oración de Maranatha...? "pensarán que estoy chalado". ¿A quién se le puede contar hoy en día, que vas a entrar en un convento para ser fraile dominico...? eso no está nada de moda, no es atractivo. Y más aún, cuando esto lo hace alguien que ya está encasillado, como una persona "normal", con la vida totalmente resuelta, una persona a quien le van bien las cosas, con su trabajo en el banco, su chalecito, su cochecito, etc... Nadie se lo espera...
Otras veces me entraba la tentación y pensaba, "¿y ahora tú te vas a poner a estudiar una carrera, ahora vas a meterte en un convento, ahora vas a resistir una comunidad...? ¿Te vas a ir a Hong Kong? (que es donde está el noviciado de la provincia del Rosario), pero ¿te vas a enterar de algo?, si allí, vas a tener que estudiar en inglés y la lengua es el Chino Cantonés...". Y sin embargo durante este año de postulantado he estado estudiando inglés como nunca, incluso con gusto; creo que el Señor me ha ayudado y también el padre Isidro con algunas clases. Supongo que esto del idioma me costará un poco al principio.
El tema laboral y el resto de las cosas que me preocupaban, se fueron solucionando también de la manera más fácil y sencilla. Mi familia lo recibió con sorpresa pero con respeto.
Desde fuera puede verse como muy bonito, pero lo cierto es que yo tenía la sensación de estar tirándome a una piscina que no sabía si estaría llena o vacía. Por supuesto que está llena, y del Señor, que es lo importante, pero mientras estas en el aire no lo ves así.
¡Y sin embargo, a pesar de todo lo he hecho!, por fin he dado el paso que tantas veces he soñado, intentar vivir para Cristo, servirle únicamente a Él, tener más intimidad con Él y con sus cosas. Ahora cada día me repito "Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado...”. Algo o alguien me está empujando y me ayuda a dar los pasos. El otro día contando esto a unas monjas amigas, las dominicas de Lerma, de las que me despedía, me decían muy efusivas: "¡La Virgen, hombre!, ¡es la que te está ayudando!", y sí, creo que es Ella. La Virgen María, siempre ha estado muy cerca, y a ella me he encomendado siempre. La verdad es que la Virgen ha contado con esas personas tan cercanas, que en los momentos de bajón se encargaban de renovar mis ánimos diciéndome lo feliz que voy a ser, y que nada hay más grande en el mundo que ser sacerdote y dominico.
He de reconocer que esa misma sensación que tenía el padre de santa Teresa, llevaba años reconcomiéndome a mí también, porque, cuando tienes una experiencia fuerte del Señor, vivo y resucitado, tu vida ya no es la misma, tus prioridades, gustos, apetencias y amistades comienzan a cambiar; pero sobre todo uno mismo ya no es el que era. Sentir el amor de Jesucristo es lo más precioso que me ha sucedido en toda mi vida. Y eso se queda dentro, te marca, y ya nada es igual. A partir de ese momento estás en el mundo, pero ya no eres del mundo, ya no te atrae lo que a los demás, para algunas personas empiezas a ser un poco "raro". E incluso, como en mi caso esa experiencia te puede llevar a plantearte una vocación.
¿Que ha sido lo que me ha llevado a tomar esta decisión?, Pues como he dicho antes, sentir el amor de Dios, que la vida es mucho más, que tenemos un alma y un espíritu y que hay que dejarles que se desarrollen. De la misma manera que sucede con nuestro cuerpo, tienen que crecer, para ello necesitan su alimento, sin darnos cuenta podemos estar privándonos de esos alimentos espirituales, por los afanes de una vida demasiado materialista y mundana y por lo tanto no dejamos que crezca en nosotros la semilla del Espíritu. Esta semillita es la base de todo, es el grano de mostaza del que habla el Señor, es la más pequeña de todas las semillas pero cuando la dejas que se desarrolle, se convierte dentro de ti en un árbol gigantesco que da numerosos frutos según cada cual. Sé que es difícil entender esto cuando no se ha tenido esa experiencia de sentir el amor de Cristo, vivo y resucitado. Sencillamente como no lo has experimentado pues te crees que no existe.
Yo mismo he tenido que pasar por ello, años de error y descoloque, años de búsqueda de mi mismo, buscando la seguridad en tener cosas, en tener un trabajo bueno que me diera seguridad, en caer bien a los demás, en la búsqueda de la diversión y el placer..., y viviendo estas cosas como si fueran el único fin para el que estamos hechos, ese es el problema. De repente, llega un día que te das cuenta, que en ciertas cosas te estás equivocando, estas errando el camino. Simplemente muchas cosas no te llenan como esperabas. Empiezas a descubrir que no eres libre que lo que te crees que es tu seguridad y libertad es lo que te esta esclavizando, que se te exige que adores continuamente al "becerro de oro" cuando tú ya no estás en eso, que la diversión, el pretender siempre agradar, y el placer a cualquier precio no te hacen feliz, sino que te empujan a una servidumbre y hastío sin límite...
No pretendo, con esto que cuento, ser modelo de nada ni de nadie. Simplemente he tenido mis crisis como todo el mundo, y estas me han traído aquí. La primera crisis gorda, me cogió casi de niño, con 16 años. A mi padre le tuvieron que operar de corazón y le dieron la invalidez absoluta, (tenía 41 años), yo era el mayor de cuatro hermanos, tuve que dejar el instituto y ponerme a trabajar, en un trabajo no muy bueno, aunque años más tarde conseguí terminar los estudios en el turno de noche. Dos años después, a mi padre le dio un ictus cerebral, y quedó muy mal. Aquí sucedió el punto de inflexión en el cual comencé a hacerme preguntas sobre la vida. “¿Qué somos, qué sentido tiene todo, para qué vivimos, si todo se termina, si tarde o temprano llega la enfermedad o la muerte...?, pero si mi padre estaba fenomenal y de la noche a la mañana ahí está en una cama sin poderse mover ni hablar, hay que darle de comer, hay que llevarle al baño...". En ese momento recuerdo que hice la primera oración seria de mi vida, le pedí a María que le ayudara para que se pudiera valer por sí mismo (como sucedió más tarde), recé un Ave María y prometí una cosa, que leería la Biblia. No sé de donde me salió, yo no era de Iglesia en aquel momento y mucho menos de hacer promesas, de hecho creo que esta es la única que he hecho en toda mi vida.
Sin embargo, esa promesa de leer la Biblia sería, la que años más tarde, me haría experimentar ese amor de Dios del que antes hablé. Comencé a leer la Biblia desde el principio hasta el final, sin "anestesia". Pero me lo tomaba con mucha calma, ¡tanta, que tarde 14 años en leerla! Mi vida transcurría normal y corriente, no solía ir a misa ni a nada que se le pareciese, terminé los estudios, conseguí un buen trabajo, tenía novia, buenos amigos, etc... La única relación que mantenía con las cosas de Dios era la lectura esporádica de la Biblia. He de reconocer que al principio me resultó duro, el Génesis, los Números, las genealogías, esas batallas sagradas que me hacían preguntarme: "¿pero Dios puede ser así de bruto?". Leer la Biblia de esta manera, como si se tratara de una novela entrañaba cierto peligro, porque a veces sentía: " todo esto es un cuento chino, ¿pero cómo van a pasar esas cosas...? Dios no puede ser así...", y empezaba a dudar de su existencia. Me faltaba la luz del Espíritu Santo para entender el significado de lo que leía. Pero yo seguía adelante con mi promesa, recuerdo muchas noches, después de llegar de fiesta a las tres o cuatro de la mañana, leer media paginita o dos paginitas. Se me hacía interminable, con ese papel cebolla que parece que nunca avanzas. Con la lectura del Antiguo Testamento aparentemente no ocurrió nada especial en mí.
Andaría ya por los 32 años cuando leí en el Nuevo Testamento algo que cambiaría mi vida para siempre. Se trataba del capítulo 14 de San Juan, donde Jesucristo pronunciaba estas palabras: "Yo soy el camino, la verdad y la vida...". Al leer esto sentí un gozo interior que no lo puedo explicar bien con palabras, una alegría que era nueva para mí, estaba gustando algo diferente y definitivo. Esta frase fue revelada dentro de mí de una manera tan especial y distinta, era una nueva forma de entender las cosas, ya no tanto con la cabeza, sino con el corazón o el alma. Era como si se me cayera una venda de los ojos, ahí, muy dentro de mí lo saboreaba, "Jesucristo es el Todo, es la razón de mi vida, es el que da sentido a todo, incluso a la enfermedad y la muerte "(algo que tanto nos cuesta asumir y entender). Todo se colocaba en su sitio. Desde ese momento empecé entender y a disfrutar los pasajes de la Biblia con una luz nueva y diferente. Me encantaba leerla, hasta del Antiguo Testamento comenzaba a comprender cosas que antes me habían resultado imposibles.
En esa luz nueva sentí el amor de Dios en la persona de Cristo, no hay amor igual a este, llena y penetra todo tu ser, te sientes feliz como nunca lo has sido y pleno. Entonces descubres que no hay nada semejante a esto que no necesitas ya buscar más, que tu vida tiene sentido, que tu padre fallecido vive en Él, que su vida tuvo sentido al igual que la tuya y que la vida es un regalo precioso de Dios que llegará a plenitud en Jesucristo nuestro Señor.
Todo cambió desde ese momento, se despertó en mí la necesidad de volver a la Iglesia, de ir a misa y comulgar. Me emocionaban las canciones de la comunión, sobre todo la de, " Tú, has venido a la orilla, sonriendo has dicho mi nombre...", y quería más, quería profundizar más todavía. Le pedía al Señor que me diera gente con quien pudiera compartir todo esto que me estaba pasando, necesitaba hablar de Jesucristo con personas que me entendieran y pudieran compartir esa alegría. Ese mismo año me confirmé, y un día después de misa anunciaron un seminario de iniciación a la vida en el Espíritu de la Renovación Carismática. Yo no conocía nada de esto pero mi hambre de Dios me llevó a hacer ese seminario. Aquí fue donde entré en contacto por primera vez con los padres dominicos.
El seminario lo impartía el padre Chus Villarroel. Este sacerdote ponía palabras a todo lo que yo estaba viviendo, a mis anhelos espirituales, nos presentaba a un Jesucristo Vivo, resucitado, amoroso, acogedor, y sobre todo misericordioso. No nos predicaba obras ni esfuerzos para ganar el cielo, no se nos echaba nada en cara ni se nos exigía nada, sino simplemente predicaba el amor de Dios en la persona sobre todo humana y divina de Cristo Jesús. Desde el primer momento sintonicé muy bien con Chus, lo que decía me llenaba, me instruía y daba respuestas a mis preguntas. Y una gran amistad nos unió desde ese momento. He de reconocer muy importante dentro de este proceso, la vivencia que he tenido dentro de la renovación carismática, el Señor escuchó mi oración al concederme esas personas en total sintonía con las cosas de Dios que yo estaba sintiendo. La efusión del Espíritu Santo confirmó en mí todo lo que estaba viviendo, vida nueva, alegría, y sobre todo sentirme muy, muy querido por el Señor. Este cariño es real se siente y se vive, yo lo sentí de manera especial el día de la efusión del Espíritu.
Cuando me pidieron que escribiera este testimonio, me dijeron que contara por qué entro en los dominicos. La respuesta es muy sencilla, porque el Señor me ha puesto aquí, el Señor me ha dado amistad con esta orden, con sus sacerdotes, me gusta lo que predican y como lo predican, su estilo, su carisma... Los padres dominicos han sido muy importantes en el proceso de aprendizaje que Jesucristo ha ido realizando en mí, con sus enseñanzas, libros y escritos. Chus Villarroel, Vicente Borragán, Eusebio Martínez, Jesús María Pitillas, Felicísimo Martínez, Miguel Ángel Medina, Isidro Aragón y Benigno Villarroel “Suspi”, entre otros muchos también amigos, son con los que más contacto he tenido. Estas personas han aportado cercanía, calor, cariño, amistad y sobre todo una teología y doctrina sana, que me hacía bien y que me ha permitido crecer y aprender las cosas de Dios pero con los pies en la tierra.
Con este carisma dominicano muchas personas de la renovación nos hemos sentido muy identificadas. Hasta tal punto que algunos del grupo de Maranatha, empezamos a interesarnos de una manera especial por la Orden Dominicana, su carisma, su obra, su predicación, sus santos... Y hace aproximadamente dos años insistíamos y pedíamos ser aceptados en la orden tercera, como "dominicos terciarios". Así surgió una nueva fraternidad de terciarios dominicos: "Jesús Divino Obrero". En tan sólo un año y medio, ya somos más de 60 personas, muchas provienen de diferentes grupos de la renovación, y de diferentes partes de España.
Volviendo a la pregunta de ¿por qué en los dominicos? mi respuesta es que intento ser dócil al Espíritu, si Él me ha traído aquí y Él ha puesto a estas personas en el camino, será por algo. Si ahora me pide algo más, siento que debe ser aquí donde debo entrar. Me gustan sus carismas, el estudio de la verdad, "contemplar y dar lo contemplado...". En esa docilidad de que el Señor es el que hace, intento dejarme llevar. Que tengo que ir Hong Kong a hacer el noviciado, pues me fío, y voy a Hong Kong. Hasta me seduce la idea, conocer nuevos mundos, nuevas gentes, apertura de mente y universalidad... Los superiores lo ven bueno para mí, y yo confío en su discernimiento. Así pues, dentro de un par de semanas partiré hacia Oriente.
Mientras estoy a la espera, sigo resolviendo papeles y deshaciendo la madeja tejida durante 46 años, para entregársela al Señor y pedirle que sea Él a partir de este momento el que la teja de nuevo como crea conveniente. Yo sólo puedo decir "Jesús, en ti confío...", pero mentiría si dijera que no sufro cierta lucha interior, alejarte de las personas que quieres, familiares y amigos, duele; dejar tus comodidades y costumbres, descoloca, y la incertidumbre de cómo serán las cosas a partir de ahora, inquieta.
Siento si me he alargado un poco con el testimonio, y si lleva cierta dosis de predicación. (Igual es que el carisma de la orden ya está empezando a actuar...). Pero sí me gustaría pedir a quien lo lea, una pequeña oración para que sea el Señor el que lleve a término esta vocación, que no ha hecho más que comenzar.
Ángel Medina
Diciembre 2012