El Banco de Italia ha prohibido a todas las entidades financieras acreditadas en ese país que sirvan de intermediarios al Vaticano para el pago de servicios o compras mediante tarjetas. Es decir, que un turista que pretendiera pagar la entrada al Museo Vaticano pagando con su tarjeta, sea de la nacionalidad que sea, no puede hacerlo. Y lo mismo le sucederá si quiere comprar un recuerdo de alguna de las tiendas instaladas en esos museos, o un libro de la Editorial Vaticana. Incluso los empleados que trabajan para la Santa Sede, no podrán utilizar sus tarjetas de crédito.
 Aparentemente, se trata de una medida del Banco central italiano contra el IOR, el Banco vaticano, por la insuficiente transparencia de éste a la hora de dar cuenta del origen de sus fondos. Pero, como han dicho las autoridades monetarias vaticanas, si hay un dinero que sea fácil de seguir es el que se paga con tarjeta de crédito que, además, suele emplearse para comprar de relativamente poco valor. Por si fuera poco, el Banco vaticano ya obtuvo un primer aprobado por parte de la institución que analiza la limpieza de las entidades de crédito en Europa, Moneyval, y está dentro de los plazos que le dieron para solucionar los puntos que aún le quedaban pendientes.
¿Qué está sucediendo entonces para que una medida tan drástica y llamativa como ésta se haya aplicado? Probablemente hay que entenderlo dentro del contexto de la política italiana, incluida la política económica. Aunque el Banco vaticano mueve poco dinero en términos absolutos –menos que una pequeña caja de ahorros española, por ejemplo-, es un “caramelo” apetecible por el Banco de Italia, que no quiere dejar que una institución económica que opera en ese país, por pequeña que sea, tenga la suficiente libertad; en el fondo, es un golpe a la independencia del Estado Vaticano, una manera de hacerle ver que su relación con Italia es de vasallaje y que su independencia es ficticia. Tampoco hay que descartar que sea un golpe de efecto de uno de los partidos políticos que aspiran a ganarse los votos de los católicos italianos en plena campaña electoral; algo así como decirle a la Santa Sede y a los obispos de Italia que si no dan el suficiente apoyo a Monti o a Berlusconi –no sé muy bien cuál de los dos está controlando el Banco de Italia en este momento- pueden apretar las tuercas económicas al pequeño Estado hasta el punto de asfixiarle.
Es una pena, porque la Santa Sede está haciendo bien sus deberes en el campo del antireciclaje y porque es un motivo de escándalo más –y por lo tanto de disgusto para el Papa-. Confiemos, como ha dicho el portavoz vaticano, que la situación pueda resolverse pronto.

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