Los estados en que puede encontrarse la persona humana…, son los que le marcan los dones recibidos del Señor, de los que ella puede disponer y estos estados son tres; Un estado preternatural, un estado natural y un estado sobrenatural. El más desconocido de los tres es el estado preternatural ello es porque solo ha habido dos personas que los han conocido y al resto de todos nosotros, ni lo hemos conocido ni hay posibilidad alguna de que lo conozcamos, salvo que Dios disponga otra cosa. Dios crea la persona humana con unos dones de carácter natural y a ella le puede adicionar, además estos dones naturales de los que ya dispone, otros más que pueden ser preternaturales o sobrenaturales. De los preternaturales ya hemos dicho que son los que primitivamente disponían nuestros primeros padres y de los sobrenaturales, la humanidad no pudo acceder a ellos, hasta que no fuimos Redimidos de la esclavitud del pecado por el Señor.
Empecemos pues, por el estado preternatural, al cual lo caracterizan la posesión de unos dones, que no perteneciendo por derecho a la naturaleza humana, no están fuera de la capacidad que el hombre tiene para poder recibirlos y poseerlos, si es que el Señor se los otorga. Según la teoría escolástica, la gracia de vida divina que habían recibido Adán y Eva era acompañada de unos dones que les permitían dominar los límites y las imperfecciones naturales de la condición biológica propia de los seres vivos. Estos dones eran llamados “preternaturales”. Para Royo Marín: “El estado de justicia original comportaba además de los dones, una serie magnifica de privilegios preternaturales, entre los que destacaban tres: el de integridad en virtud del cual el hombre poseía el pleno control y dominio sobre sus pasiones; el de la impasibilidad, que le hacia invulnerable al dolor o al sufrimiento en cualquiera de sus manifestaciones físicas o morales; y el de inmortalidad, en virtud del cual, después de una permanencia más o menos larga en el paraíso terrenal hubiera sido trasladado al cielo sin pasar por el trance angustioso de la muerte”.
La generalidad de la doctrina, habla de dones preternaturales, pero hay algunos exegetas que entiende que, más que dones sobrenaturales, son perfecciones de la naturaleza para protegerle al hombre del daño o de la destrucción. Y así para el exégeta católico inglés Frank Sheed, cabe destacar entre estas perfecciones; la de inmunidad ante el sufrimiento y la muerte, así como la integridad espiritual de la persona o dicho de otra forma el dominio absoluto sobre las bajas pasiones. Esta es, tal vez, la que más añoramos, nosotros ahora, pues significaba que la naturaleza del hombre, estaba ordenada: El cuerpo sujeto al alma, las potencias inferiores de la misma sujetas a las superiores, los hábitos naturales en completa armonía con los sobrenaturales y el hombre en su totalidad unido a Dios.
Con respecto al estado natural del hombre, se puede decir que este es el punto de partida, ya que tanto los dones preternaturales de que disponían Adán y Eva como los propios naturales y quizás algunos sobrenaturales de los que no tenemos noticia y que también tenían a su disposición, eran adiciones a su naturaleza humana que naturalmente todo hombre tiene. Cometido el pecado original, Adán y Eva perdieron todos los dones de que disponían y quedaron reducidos al estado natural del hombre. Sus descendientes estaban también en el mismo estado, sencillamente porque al perder sus padres, la capacidad de ser amigos de Dios, carecían de la posibilidad de adquirir dones sobrenaturales, ya que nadie da lo que no tiene y Adán y Eva solo podían trasmitir un estado de naturaleza humana viciada por el pecado origina. Y no podían borrar las consecuencias del pecado original, tal como ahora nosotros lo hacemos por el Sacramento del Bautismo, pues este todavía no había sido instituido como consecuencia de la obra Redentora, que nuestro Señor llevó a cabo por amor a nosotros.
Nosotros ahora disponemos de gracias sobrenaturales, pero por ejemplo Abraham, solo disponía de sus fuerzas naturales, y solo con ellas, logró tener una fe tan extraordinaria, que ya la quisiéramos nosotros, que disponemos de gracias sobrenaturales. Las gracias sobrenaturales de que además de los dones preternaturales tenían Adán y Eva, les permitía, escribe el sacerdote norteamericano Leo Trese, nada menos que la participación de su propia naturaleza en la divina. De una manera maravillosa que no podremos comprender del todo, hasta que contemplemos a Dios en el cielo, Él permitió que su amor, que es el Espíritu Santo, fluyera y llenara las almas de Adán y Eva. La nueva clase de vida que, como resultado de su unión con Dios, poseían Adán y Eva es la vida sobrenatural que llamamos gracia santificante. Por lo que nos resulta fácil deducir que si Dios se dignó hacer partícipe a nuestra alma de su propia vida en esta tierra temporal, es porque quiere también que participe de su vida divina eternamente en el cielo.
Como consecuencia del don de la gracia santificante, Adán y Eva ya no estaban destinados a una felicidad meramente natural, o sea a una felicidad basada en el simple conocimiento natural de Dios, a quien seguirían sin ver. En cambio, con la gracia santificante, Adán y Eva podrían conocer a Dios tal como es, cara a cara, una vez terminaran su vida en la tierra. Y al verle cara a cara le amarían con un éxtasis de amor de tal intensidad que nunca el hombre hubiera podido aspirar a él por su propia naturaleza.
Nosotros, hoy en día, gracias a la obra Redentora de nuestro Señor, desde el momento de ser bautizados, obtenemos la gracia sobrenatural infusa, de ser templos vivos del Dios, Es la Santísima Trinidad la que viene a nuestra, alma para inhabitar eternamente en ella, si es que nosotros, rompiendo el vínculo, el vínculo con el pecado mortal, la expulsamos de nuestra alma. Como se sabe, el vínculo puede restablecerse por medio del Sacramento de la reconciliación o penitencia.
Nosotros al ser bautizados, nos hacemos uno con Cristo, y nos unimos de una forma que nuestra mente humana no puede ni siquiera puede imaginar ni intuir. El bautismo nos imprime un carácter indeleble de hijos de Dios, y este carácter nos marca y posibilita para el culto divino. Santo Tomas habla del carácter, como una cierta participación en el sacerdocio de Cristo.
El bautismo nos infunde siete virtudes en el alma. Las tres primeras se relacionan con Dios y son: fe, esperanza y caridad. La otras cuatro se llaman virtudes morales y son: prudencia, justicia, fortaleza y templanza”. Y nos eleva al estado sobrenatural: pero este estado debe ser madurado por nuestra parte y para ello se nos ha dado toda la vida. Esta maduración se realizará por razón de la fuerza del amor al Señor que seamos capaces de desarrollar. En otras palabras, hemos venido a este mundo a superar una prueba del amor a Dios.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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