Tomamos las notas para esta reseña de un artículo de Antonio Villalba Plaza que publicó J. Gil Montero en “La Nueva Alcarria”, el 25 de septiembre de 1965.
Fue tan intensa, tan tenaz y tan callada la labor realizada por este sacerdote que parece imposible que pudiese realizarla en tan pocos años. Don Eustoquio García Merchante, hijo ilustre de Albalate de Zorita (Guadalajara), nació el 6 de Noviembre de 1892, fue, además de sacerdote ejemplar, un hombre de letras, erudito e investigador incansable, entregado totalmente a su misión y al enaltecimiento de su tierra. Todavía hay iniciativas suyas en vía de realización unas, e invitando a la atención y el esfuerzo común, otras.
Hijo de labradores, se distinguió desde muy niño por su afición al estudio, su clara inteligencia y su prodigiosa memoria halló aliento y estimulo para seguir el camino que soñaba en su tío el ilustre arzobispo de Bostra (Islas Filipinas), Fray Martín García Alcocer, también albalateño. Al cumplir los catorce años marchó a Toledo e inició con brillantes notas sus estudios. Le concedieron media beca, pero fue tal su aplicación que ganó pronto la otra media y pudo ya seguir sin preocupaciones de orden económico la carrera.
Serio, correcto, puntual, pulcro en el vestir; siempre ocupado, leyendo, tomando notas, escribiendo con magnífico estilo y caligrafía irreprochable; cordial y afectuoso, se hizo querer en todos los lugares de España en que ejerció su sacerdocio o visitó en viajes de estudio o de misión. Visitando a los enfermos, animándoles, haciendo obras de caridad, siendo generoso y desinteresado. Y también instruyendo a los niños de la catequesis, jugando con ellos y organizando representaciones teatrales.
Desde el día 10 de Abril de 1917 en que cantó su primera misa en Onteniente (Valencia) a los 25 años, hasta aquel verano trágico de 1936 en que cayó vilmente asesinado en Toledo no tuvo un día de descanso en su actividad múltiple: coadjutor en la parroquia de Villarrobledo (Albacete), sirvió luego en Navahermosa (Toledo), donde dejó recuerdo tan grato que al conocerse su muerte quisieron que fuesen trasladados allí sus restos mortales para enterrarlos en el altar de la Virgen del Rosario y dieron su nombre a una calle.
Desde allí paso a Tendilla y un año después a Pastrana, donde fue párroco y arcipreste. Allí organizó una Biblioteca Parroquial con muchos volúmenes. Con frecuencia salía a predicar en distintos pueblos con su voz clara, potente y gran facilidad de expresión y de improvisación, ya que su cultura  amplia y profunda le permitía abordar todos los temas.
El año 1929, publicó su obra “Los tapices de Pastrana”, en la que los estudia, examina su historia, contrasta criterios y hace atinadas deducciones, esforzándose en hallar y proponer medidas para su perfecta conservación y exhibición. Y lanza la iniciativa: la adquisición por el Estado del Palacio Ducal que podría ser declarado monumento nacional y dedicado a Museo. Recientemente fue adquirido por la Universidad de Alcalá de Henares, quien lo ha restaurado.
 
Persecución y martirio
Viajó por España y fuera de España y estuvo dos o tres veces en Roma, siendo recibido en audiencia por el Padre Santo. Desde Pastrana fue destinado a Toledo, como ecónomo de la parroquia de San Pedro y Santa María Magdalena y, encariñado con aquel Seminario donde ingresó casi niño, se ocupaba de la Secretaría del mismo y daba clases de Sagrada Teología supliendo al titular en sus ausencias. El cardenal Segura le envío con otro sacerdote, de misiones a Francia, donde estuvo unos veinte días, regresando a Toledo, donde le sorprendió la revolución marxista.
Don Eustoquio, había sufrido un fuerte golpe, cuando desde la terraza de la casa rectoral, no muy distante del templo parroquial, pudo ver cómo, la iglesia de Santa María Magdalena, era devorada por las llamas. Sin temor a lo que pudiera acontecerle quiso echarse a la calle, para salvar del incendio al Santísimo Sacramento y la familia del sacristán, a donde se había acogido desde el comienzo de la revolución, hubo de retenerle en casa a viva fuerza; al ver impedidos sus deseos, se arrojó sollozando a los pies de un Crucifijo, al que pidió con lágrimas perdón por no haber sabido ponerle a salvo del sacrilegio.
El uno de agosto hacen un registro en su casa; este día pudo librarse. Al día siguiente un grupo de milicianos, a la una de la tarde, va en busca de él profiriendo blasfemias. Al salirles al encuentro don Eustoquio y preguntarles qué deseaban le dieron la manida contestación, que era la sentencia de muerte, con la terrible fórmula: “que vengas con nosotros; porque vas a declarar”. Se despidió entonces de todos, pero no le dejaron salir con sotana… le sacan a la calle y al llegar al paseo del Tránsito, tras nuevas blasfemias y hacerle una invitación a proferir palabras groseras e irreverentes, apaga valiente el murmullo de los asesinos con un vibrante viva a Cristo Rey, que resuena en los aires revelando el temple heroico de aquel alma y aquella vida gloriosa que un minuto después quedaba rota por las balas del odio, a la una y treinta minutos del día 2 de Agosto. Cuando solamente contaba con 44 años de edad.
 
La Magdalena de Toledo
Afirma Eduardo Sánchez Butragueño, autor del blog Toledo Olvidado: “pocos edificios de Toledo han sufrido tantos avatares en su historia como la Iglesia de Santa María Magdalena, o simplemente La Magdalena para los mayoría de los toledanos. Situada en pleno centro neurálgico de la ciudad, junto a Zocodover y el Alcázar, fue probablemente fundada por los francos que acompañaban a Alfonso VI en 1085 al reconquistar la ciudad. Esta hipótesis se ve reforzada por la advocación de la Iglesia a La Magdalena (típica del pueblo franco y con reminiscencias de su supuesta conexión con la dinastía merovingia) y por su proximidad al "arrabal de los Francos" o barrio que ocuparon estos al instalarse en la ciudad.
Su mención documental más antigua data de 1153, y debió ser en sus inicios una iglesia típicamente mudéjar. En la actualidad, la parte más antigua que se conserva de la Iglesia es la torre, que data del siglo XIV y que al parecer en sus inicios era exenta. La iglesia fue posteriormente reformada en los siglos XV, XVI, XVII y XVIII, destacando la Capilla de Nuestra Señora del Buen Suceso (hoy Virgen del Amparo).
En febrero de 1921 se declaró un incendio en la delegación de Hacienda y la torre de la Magdalena. Dos años más tarde, en 1923, fue iniciada junto a la iglesia la construcción del edificio del Centro de Artistas e Industriales, el popular Casino.



           
Y, como hemos narrado, llegó 1936. La Iglesia de La Magdalena, situada a escasos metros del Alcázar, sufrió con crudeza los efectos de los bombardeos y combates durante el asedio de la fortaleza y quedó casi totalmente destruida. En la destrucción se perdieron valiosas tallas y pasos de Semana Santa. La pérdida más valiosa fue la del famoso Cristo de las Aguas, protagonista de una antigua leyenda. La iglesia fue reedificada en 1946.