Es esta, una conocida expresión…, que estoy seguro que más de uno de nosotros, al menos una o  alguna vez en la vida la hemos utilizado. Hay veces en que uno está a la espera de algo o de alguien y para no desesperarse entiende que debe de matar el tiempo. Generalmente si estamos esperando en la consulta de un médico, de un abogado o de algún otro facultativo que habitualmente recibe mucha gente, lo más seguro es que en la sala de espera haya una mesita con variadas revistas, para matar el tiempo de espera. También matamos el tiempo en nuestras casas, por medios más sofisticados, que existen hoy en día, y de los que anteriormente, nuestros antepasados dirían  que son productos de brujería; me estoy refiriendo a la TV, que es un medio eficaz y muy extendido de matar el tiempo. Nadie, prácticamente le otorga  una gran trascendencia a esta expresión de matar el tiempo y sin embargo la tiene. Veamos.

             Si no ponemos a pensar, inmediatamente nos daremos cuenta de que a esta vida, unos pensarán que hemos venido a pasarlo bien, porque su filosofía de vida es precisamente esa la de pasarlo bien, ya  que son tres día y hay que aprovecharlos disfrutando y para ello les es necesario hacerse ricos, pues como dice el refrán: “Poderoso caballero es don dinero”, otros atendiendo más a esa improntas que Dios ha puesto en toda alma humana, se dan cuenta de que su obligación no es la de buscar la satisfacción de los deseos de su cuerpo y piensan en los demás, es decir atienden en mayor o menor grado los deseos de su alma más que los de su cuerpo. Son estas personas las que generalmente tratan de buscar a Dios, unas por caminos acertados y otras por caminos errados, pero en ambos casos, el Señor mira complacido a esta clase de personas de buena voluntad, aunque caminen erradamente, pues ya se encargará Él de procurar que encuentren el camino adecuado.

             Pero en ninguno de los casos arriba señalados, a nadie se le ocurre pensar que ha venido a esta vida para matar el tiempo. En los antiguos relojes de pared con péndulo, pesas y sonería incluida, en la esfera solía haber en algunos, una leyenda que decía: No malgastéis el tiempo que es la sustancia de la que esta hecha la vida, y si nos atenemos a esta sentencia tenemos que admitir, que matar el tiempo, es matar la vida. Poco a poco nosotros estamos continuamente matando nuestra vida, bien porque nos hacen perder el tiempo, o bien porque nosotros solos sin ayuda de nadie nos encargamos de matarlo.

             Son dos las clases de vida de que disponemos y a las dos les afecta el tiempo aunque de forma distinta. Me refiero a la vida corporal de un lado y de otro la vida interior o espiritual. La importancia del tiempo en las dos varía mucho. Hay una circunstancia que las iguala a las dos, es una circunstancia por todos ignorada, porque nadie sabe cuando se va a morir y si su paso por esta vida será corto o largo. Pero cuando se termine el paso por esta vida humana o terrenal, el cuerpo que es materia corruptible fenecerá, pero el alma es inmortal; por ello se puede pensar que al ser inmortal no la podemos matar cuando estamos matando el tiempo; y sí en parte es verdad, pero en parte no, porque lo que le matamos a nuestra alma es la posibilidad que tiene de aprovechar el tiempo, para superar con mayor grado de éxito la prueba de amor para la que ha venido a este mundo.

             El presbítero norteamericano Leo Trese, escribe diciendo: “Mi tiempo es de Dios, y el tiempo de Dios pertenece por completo a las almas”. El tiempo de que disponemos sea cual sea, es un don de Dios y es a Él a Dios, al que le pertenece y nuestra obligación es aprovecharlo para su mayor gloria. También el sacerdote Fdz. Carvajal, escribe diciendo: “Disponemos de una sola vida; que se ordena a Dios con todos los actos que la componen. No tenemos un tiempo para Dios y otro para el estudio, para el trabajo, para los negocios; todo es de Dios y a Él debe ser orientado”. De lo que mucho no somos conscientes, es que una hora de trabajo o de estudio, es una ora de oración, si el trabajo o el estudio lo ejecutamos en, por y en función de nuestro amor a Dios. Estar seguros de que si así no se hace, espiritualmente hablando, es una hora tirada al cubo de la basura.

           En el Kempis, podemos leer: “Tus trabajos no se prolongarán aquí por mucho tiempo, ni estarás siempre abrumado por el peso aplastante del dolor. Espera todavía un poco, y verás que pronto tocan a su fin tus desventuras. Día vendrá en que cesará toda pena y confusión. Es mezquino y breve todo lo que pasa con el tiempo”. Y en otro punto se puede leer: “Ahora que tienes tiempo acapara todas las riquezas espirituales e inmortales que puedas y no te preocupes da nada, salvo de la salud de tu alma, y de las cosas de Dios”.

             Son muchas las horas, que aun amando a Dios y viviendo en su amistad y gracia, tiramos al cubo de la basura. Disponemos de una sola vida, y hay que ser unos auténticos tacaños de los minutos y segundos de nuestra vida, para dedicarlos todos a la glorificación de Dios. Para cumplir el mandato del Señor “…, conviene orar perseverantemente y no desfallecer”. (Lc 18,1). Nunca hemos de matar nuestro tiempo, sino siempre revitalizarlo orando perseverantemente, tal como Él nos pide. Todo lo que no sea, actuar en todo tiempo contactando con el Señor, pensando en Él, por Él y para Él, es perder lastimosamente el tiempo, tirándolo al cubo de la basura, si es que no hacemos otra cosa peor que es emplearlo con distracciones ilegitimas y ofensivas al amor al Señor, que son fruto de las demandas de nuestro cuerpo.

           Y para aquellos que no hemos sido llamado a trabajar en la viña desde el primer día de nuestra vida, hay que recordar esta frase de Santa Teresa de Lisieux: “Me parece que el amor puede suplir una larga vida. Jesús no mira el tiempo, puesto que ya no existe en el cielo. No debe mirar más que el amor”. Una gran intensidad y apasionamiento en nuestro amor, puede suponer el ganar mucho del ya perdido tiempo que antes malgastábamos.  

             Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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