Una mentira repetida miles de veces termina por convertirse en una verdad, al menos para la mayoría. Pero sigue siendo una mentira y todo lo que se construya sobre ella se pagará más pronto o más tarde, caerá por su propio peso porque estará edificada sobre cimientos falsos.
La mentira a la que me refiero es la de que el hombre está mejor sin Dios que con Dios, que la fe es enemiga de la democracia porque implica intolerancia y engendra violencia, que el hombre necesita desprenderse de Dios y de sus atadura morales para ser él mismo. Sobre esta mentira se ha construido el mundo durante los dos últimos siglos, acentuándose la demolición del mundo anterior según ha ido avanzando el tiempo, y también aumentando la influencia de la mentira en cada vez más numerosas capas de la sociedad.
Pero sigue siendo una mentira. Y las consecuencias de construir el mundo sobre ella no han dejado de producirse desde el primer momento, aunque sus difusores intenten a toda costa ocultarlas o minimizarlas.
Esto es, en resumen, lo que ha dicho el Papa en su hermosa homilía de Nochebuena. Han construido un mundo sin Dios porque decían que iba a ser más humano, más justo, más pacífico. Pero las guerras no sólo no han disminuido sino que han aumentado. La sociedad es más injusta y más violenta. La mujer no ha visto mejorar su condición sino que ésta he empeorado trágicamente al haber asumido como algo normal lo más monstruoso que pensarse cabe: que mate a su propio hijo y que lo reivindique como un derecho. Los ancianos no son mejor tratados por sus hijos o nietos, sino que son enfilados hacia las cámaras mortuorias de la eutanasia, con la excusa de que es por su bien y para que no sufran. Las familias no son más estables, sino que o no se forman o se rompen rápidamente, hasta el punto de que uno de cada diez niños ingleses ha pedido estas Navidades como regalo que le dieran un papá. Y así suma y sigue hasta la saciedad.
Nos dijeron que un mundo sin Dios sería un mundo feliz, pero Orwell o Huxley acertaron al describir el tipo de sociedad que nos están dando a cambio de haber hecho renunciar a tantos a la fe de sus mayores. El Papa tiene razón al denunciarlo, porque esta falacia, esta mentira, es la causa de la crisis. Y, sin embargo, no todo está perdido ni mucho menos. Como dice San Juan en el prólogo de su Evangelio, la oscuridad no quiere a la luz y aunque Él vino a los suyos con amor y por amor, los suyos no le recibieron. Pero no todos hicieron eso, y por ello el mismo evangelista concluye que “a cuantos le recibieron les da el poder ser hijos de Dios”. A pesar de los mil cuentos que nos cuentan cada día, a pesar de toda la publicidad en contra y de que te dicen hasta la saciedad que el consumismo, el hedonismo y el relativismo te pueden hacer plenamente felices, las iglesias han estado llenas estas Navidades. Porque a ninguno de nosotros nos pueden enseñar lo que ya sabemos: que con Dios somos mejores, tenemos más control de nuestro carácter y de nuestras pasiones, llevamos con más alegría y fortaleza las dificultades inevitables de la vida, somos más generosos para compartir con el que está sufriendo y, en definitiva, somos mejores personas, mejores amigos, mejores ciudadanos. Por todo eso, tenemos esperanza. Es su mundo el que se cae a pedazos, no el nuestro. Es su mentira la que siembra la tierra de cadáveres, mientras nosotros trabajamos para impedir que algunos de los que están moribundos porque han bebido su veneno mueran. Por eso, tenemos esperanza.
http://www.magnificat.tv/es/node/2650/2
La mentira a la que me refiero es la de que el hombre está mejor sin Dios que con Dios, que la fe es enemiga de la democracia porque implica intolerancia y engendra violencia, que el hombre necesita desprenderse de Dios y de sus atadura morales para ser él mismo. Sobre esta mentira se ha construido el mundo durante los dos últimos siglos, acentuándose la demolición del mundo anterior según ha ido avanzando el tiempo, y también aumentando la influencia de la mentira en cada vez más numerosas capas de la sociedad.
Pero sigue siendo una mentira. Y las consecuencias de construir el mundo sobre ella no han dejado de producirse desde el primer momento, aunque sus difusores intenten a toda costa ocultarlas o minimizarlas.
Esto es, en resumen, lo que ha dicho el Papa en su hermosa homilía de Nochebuena. Han construido un mundo sin Dios porque decían que iba a ser más humano, más justo, más pacífico. Pero las guerras no sólo no han disminuido sino que han aumentado. La sociedad es más injusta y más violenta. La mujer no ha visto mejorar su condición sino que ésta he empeorado trágicamente al haber asumido como algo normal lo más monstruoso que pensarse cabe: que mate a su propio hijo y que lo reivindique como un derecho. Los ancianos no son mejor tratados por sus hijos o nietos, sino que son enfilados hacia las cámaras mortuorias de la eutanasia, con la excusa de que es por su bien y para que no sufran. Las familias no son más estables, sino que o no se forman o se rompen rápidamente, hasta el punto de que uno de cada diez niños ingleses ha pedido estas Navidades como regalo que le dieran un papá. Y así suma y sigue hasta la saciedad.
Nos dijeron que un mundo sin Dios sería un mundo feliz, pero Orwell o Huxley acertaron al describir el tipo de sociedad que nos están dando a cambio de haber hecho renunciar a tantos a la fe de sus mayores. El Papa tiene razón al denunciarlo, porque esta falacia, esta mentira, es la causa de la crisis. Y, sin embargo, no todo está perdido ni mucho menos. Como dice San Juan en el prólogo de su Evangelio, la oscuridad no quiere a la luz y aunque Él vino a los suyos con amor y por amor, los suyos no le recibieron. Pero no todos hicieron eso, y por ello el mismo evangelista concluye que “a cuantos le recibieron les da el poder ser hijos de Dios”. A pesar de los mil cuentos que nos cuentan cada día, a pesar de toda la publicidad en contra y de que te dicen hasta la saciedad que el consumismo, el hedonismo y el relativismo te pueden hacer plenamente felices, las iglesias han estado llenas estas Navidades. Porque a ninguno de nosotros nos pueden enseñar lo que ya sabemos: que con Dios somos mejores, tenemos más control de nuestro carácter y de nuestras pasiones, llevamos con más alegría y fortaleza las dificultades inevitables de la vida, somos más generosos para compartir con el que está sufriendo y, en definitiva, somos mejores personas, mejores amigos, mejores ciudadanos. Por todo eso, tenemos esperanza. Es su mundo el que se cae a pedazos, no el nuestro. Es su mentira la que siembra la tierra de cadáveres, mientras nosotros trabajamos para impedir que algunos de los que están moribundos porque han bebido su veneno mueran. Por eso, tenemos esperanza.
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