Tan llamativa laguna ha sido subsanada ahora por iniciativa del profesor Francisco José Contreras. La editorial Trotta ha publicado la obra capital de Flew con el título Dios existe y traducción del propio F.J. Contreras.
Este es un fragmento del prólogo escrito por el filósofo Francisco J. Soler Gil:
“La obra de Flew supuso el momento cumbre de la tormenta mediática desatada en el mundo anglosajón a raíz de la noticia del abandono del ateísmo por parte del filósofo, que saltó a la prensa a finales de 2004.
Una tormenta de la que apenas si llegaron algunos apagadísimos ecos a los medios de lengua castellana. Más aún, este curioso contraste en el tratamiento informativo dado al ‘caso Flew’ en Inglaterra y los Estados Unidos por un lado, y en España por otro, se ha mantenido hasta hoy.
Una tormenta de la que apenas si llegaron algunos apagadísimos ecos a los medios de lengua castellana. Más aún, este curioso contraste en el tratamiento informativo dado al ‘caso Flew’ en Inglaterra y los Estados Unidos por un lado, y en España por otro, se ha mantenido hasta hoy.
En realidad, se trata de un hecho que no se ha dado tan sólo a propósito de Flew. De modo general, en nuestro país parece existir una clara asimetría mediática en todo lo relacionado con el vivo debate sobre Dios que está teniendo lugar desde hace décadas en las universidades angloamericanas.
Semejante asimetría la encontramos, no sólo en la prensa o en la televisión, sino también en el mundo editorial. Cualquier nueva publicación de las figuras más destacadas del bando ateo -Richard Dakwins, Daniel Dennett, etc.- es traducida en pocos meses a nuestra lengua. Y publicitada como best seller por las principales distribuidoras de libros.
En cambio, la mayor parte de las obras y autores del bando teísta permanecen sin traducir; o, las que finalmente son traducidas (con frecuencia con mucho retraso), ven la luz en editoriales destinadas a un público muy minoritario.
Semejante asimetría la encontramos, no sólo en la prensa o en la televisión, sino también en el mundo editorial. Cualquier nueva publicación de las figuras más destacadas del bando ateo -Richard Dakwins, Daniel Dennett, etc.- es traducida en pocos meses a nuestra lengua. Y publicitada como best seller por las principales distribuidoras de libros.
En cambio, la mayor parte de las obras y autores del bando teísta permanecen sin traducir; o, las que finalmente son traducidas (con frecuencia con mucho retraso), ven la luz en editoriales destinadas a un público muy minoritario.
Resulta, por ejemplo, muy difícil de explicar que un libro de tal repercusión en esta controversia como es The coherence of theism, de Richard Swinburne (publicado en 1979) no se encuentre todavía accesible al público castellanoparlante.
Más aún, de las obras principales de este autor, tan sólo una, La existencia de Dios, ha sido traducida recientemente (2011) por la editorial San Esteban (Salamanca). Sólo un poco mejor ha sido el destino en nuestro país de autores como John Polkinghorne, gracias a los esfuerzos de la editorial Sal Terrae (Santander). Y mucho peor el de autores como William Lane Craig, Robin Collins, Michael Heller, o hasta el mismísimo Alvin Plantinga, por citar tan sólo algunos nombres de una corriente de pensamiento seria, pujante y casi completamente desconocida en nuestro ámbito cultural.
Hace ya unos años, yo mismo intenté contribuir al “descubrimiento” en nuestro país de esta nueva escuela de teísmo filosófico mediante la publicación en la editorial BAC de la obra conjunta Dios y las cosmologías modernas (2005), en la que recogía una muestra de las contribuciones de algunos autores de este movimiento en torno a la cuestión de las relaciones entre la cosmología actual y la teología.
Sin embargo, ni este intento ni otros han logrado hasta ahora romper el muro de silencio, o de indiferencia, que se cierne en nuestro país sobre el pensamiento teísta contemporáneo.
Más aún, de las obras principales de este autor, tan sólo una, La existencia de Dios, ha sido traducida recientemente (2011) por la editorial San Esteban (Salamanca). Sólo un poco mejor ha sido el destino en nuestro país de autores como John Polkinghorne, gracias a los esfuerzos de la editorial Sal Terrae (Santander). Y mucho peor el de autores como William Lane Craig, Robin Collins, Michael Heller, o hasta el mismísimo Alvin Plantinga, por citar tan sólo algunos nombres de una corriente de pensamiento seria, pujante y casi completamente desconocida en nuestro ámbito cultural.
Hace ya unos años, yo mismo intenté contribuir al “descubrimiento” en nuestro país de esta nueva escuela de teísmo filosófico mediante la publicación en la editorial BAC de la obra conjunta Dios y las cosmologías modernas (2005), en la que recogía una muestra de las contribuciones de algunos autores de este movimiento en torno a la cuestión de las relaciones entre la cosmología actual y la teología.
Sin embargo, ni este intento ni otros han logrado hasta ahora romper el muro de silencio, o de indiferencia, que se cierne en nuestro país sobre el pensamiento teísta contemporáneo.
El resultado es previsible: en las librerías lo suficientemente grandes para acoger un estante de libros de filosofía, el tema de la existencia de Dios sólo se presenta desde el punto de vista ateo. Y el estudiante de filosofía, o en general el lector culto y preocupado por una cuestión tan decisiva de cara a forjar su propia imagen del mundo, se ve privado de las fuentes que le permitirían, junto con las otras, poder reflexionar con verdadera independencia sobre el tema.
De este modo, se genera la falsa impresión de que el debate reflexivo sobre Dios ya está cerrado, y de que lo único que subsiste es una oscura inercia religiosa irracional frente a la claridad racional del ateísmo. Y es difícil exagerar el potencial de fanatismo laicista que encierra un planteamiento así.
Por este motivo, resulta muy de agradecer que la Editorial Trotta y el profesor Francisco José Contreras hayan impulsado finalmente la publicación en castellano de este libro, auténtico testamento filosófico de Antony Flew. Pues se trata de una obra capaz de pulverizar más de un tópico perezoso (y peligroso) acerca del debate sobre la existencia de Dios.
En definitiva: nos encontramos ante un libro que vale su peso en oro. Por lo que no tiene mucho sentido entretener al lector con más preámbulos. Adéntrese en su lectura, y disfrute, con Flew, del asombro de seguir el discurso racional hasta donde quiera éste conducirnos.”