El Sr. Obispo, desde que se anunciaron las elecciones que dieron lugar al cambio de régimen había encargado a las comunidades religiosas que orasen insistentemente, ya que el peligro que se presentía solo podía conjugarse por medio de la oración y del sacrificio. A primeros de mayo estableció un turno en los conventos para que todas las noches estuviese el Señor acompañado por religiosas que pidieran fervientemente el triunfo del Corazón de Jesús en España y ofrecieran mortificaciones para este fin. Invitaba en ella a sus fieles a honrar a la Santísima Virgen con motivo del XV Centenario del Concilio de Éfeso, en que fue proclamada su divina Maternidad, y dedicaba la segunda parte a recordar la doctrina enseñada y practicada siempre por nuestro Señor, por los Apóstoles, por la Santa Iglesia y por los Sumos Pontífices, sobre la necesidad y obligación de respetar los poderes constituidos y de obedecerlos para el mantenimiento del orden y para el bien común. Para esto proponía dos grandes medios: la oración y el cumplimiento del deber tanto de los sacerdotes como de los seglares.
Aprovechando la ocasión de la proximidad del mes de mayo, que invita a recurrir más fervientemente a la Inmaculada Madre de Dios y más aún siendo tan críticas y angustiosas las circunstancias para la Iglesia y el orden y la paz de España, don Manuel escribió una carta pastoral a sus diocesanos sobre los deberes de aquella presente hora, carta a la que puso por título “Honor a la Madre de Dios y paz a la Madre Patria”.
Esta Instrucción pastoral no pudo salir a la luz hasta fines de mayo, a causa de los incendios sacrílegos, en que se publicó acompañada de un post scriptum del Sr. Obispo, dando cuenta del motivo del retraso y de la situación creada por la devastación sacrílega.
También por aquellos días que siguieron a la proclamación de la República, con su cortejo de leyes persecutorias para la libertad de la Religión, sabiendo cuán eficaces son las oraciones de los niños ante el Señor, escribió y publicó una “Preces de los niños ante el Sagrario para que no les quiten a Jesús” y mandó que en todos los colegios que tuviesen Sagrario, como los de religiosos y religiosas, se repitiesen estas preces por grupos de niños o niñas cada media hora, a fin de que durante el día pasasen todos, y constantemente estuviera revoloteando esas súplicas en torno de Jesús. En los colegios donde no hubiese Sagrario, pidió que se hiciese a la entrada o a la salida de clase.
Estas rogativas, tan sencillas como llenas de ternura y piedad, impresas en hojas sueltas, recorrieron no solo los colegios de la diócesis, sino los de muchas otras de España, donde se rezaban con gran fervor.
En 1924 el Beato Manuel González invitó a los Hermanos Maristas a fundar un Colegio en Málaga. El día 14 de septiembre de 1924 llegaron a Málaga los primeros Hermanos para fundar el primer Colegio que abrió sus puertas en la Calle Santa María, donde había estado el Seminario hasta entonces, formando parte de la misma manzana del Palacio episcopal. Los cursos 1924 a 1931 fueron años de paz. Se estudiaba todos los días y se rezaba el Rosario. Los jueves por la tarde no había clase, y por la mañana se estudiaba la Cartilla Moderna de Urbanidad.
Los primeros años, don Manuel acudía, personalmente, en el mes de mayo, a administrar la Primera Comunión a los alumnos del Colegio. En la fotografía, de 1928, vemos al Beato con el Capellán de los PP. Paúles y el Hermano Director del Colegio.
A partir del 11 de mayo de 1931, tras los disturbios de Madrid, se inician los saqueos de iglesias y conventos en toda España. El Palacio Episcopal no se salvó de estos actos y en mayo de 1931 fue incendiado, dicho incendio afectó a las dependencias colegiales. Tuvieron que trasladarse posteriormente al Paseo de Sancha. Ellos fueron de los primeros en sumarse a la iniciativa del Obispo de Málaga.
El Sr. Obispo daba a todos su consigna: orar mucho, orar incesantemente y cumplir cada uno con su deber. Les animaba con su confianza en el Corazón de Jesús y en la Madre Inmaculada, y, bajo el peso de los graves males que afligían a la Iglesia y a España, siempre se mostraba sereno y optimista, no porque esperase nada de los hombres -decía él- sino de la gran misericordia del Corazón de Jesús. Tranquilizaba a las religiosas que le manifestaban sus temores, infundiéndoles confianza y no quería que se hablase de preparativos de salida de los conventos, sino que las superioras se ocupasen de prevenir lo que fuera prudente sin alarmar a sus comunidades.
Al mismo tiempo, dictaba las medidas oportunas para poner a salvo los intereses espirituales y materiales de la Diócesis. Junto con su celo apostólico para no dejar el campo abandonado al enemigo, urgía al Clero una mayor intensificación en la predicación, enseñanza del Catecismo y demás ministerios sacerdotales; a esto unía una exquisita prudencia con respecto al poder constituido.
Por eso, entendiendo que era su deber cumplimentar al nuevo Gobernador que, a causa del cambio de régimen, envió el Gobierno republicano a Málaga, fue a visitarlo; esta visita, sin embargo, no fue devuelta por aquel.
Hacia el triste 11 de mayo
El día primero de mayo la placa que, frente al Palacio Episcopal, ostentaba el nombre de “Plaza del Obispo”, apareció rota a pedradas y sustituida por un cartel con el nombre de “Plaza del 1 de mayo”.
El ambiente estaba cada día más cargado de amenazas. Se oían palabras de odio a la religión y a la Iglesia y a sus representantes, y entre la gente de baja estofa se hablaba de lo que pretendían hacer contra el Prelado.
El ambiente estaba cada día más cargado de amenazas. Se oían palabras de odio a la religión y a la Iglesia y a sus representantes, y entre la gente de baja estofa se hablaba de lo que pretendían hacer contra el Prelado.
El 10 de mayo llegó a manos de don Manuel el folleto de P. M. Sulamitis con el mensaje: “A los católicos españoles”. Fue tan de su agrado y estaba tan en armonía con sus sentimientos y puntos de vista, que ordenó que pidiesen 500 para repartirlos a todos los conventos, y entre los fieles más piadosos, a fin de levantar el espíritu de todos con tan providencial mensaje.
Entre las cartas que salieron del Obispado el día 11 de mayo, iba una en que contestaba a una persona amiga de la familia tranquilizándola y desmintiendo los rumores llegados de Madrid del incendio del Palacio. ¿De dónde había salido aquella noticia?...
Sin embargo, lo que por la mañana se desmintió, por la noche de aquel mismo día iba a ser una triste realidad:
Al medio día comenzó a circular en Málaga la noticia de que en Madrid habían prendido fuego al Colegio de los Padres Jesuitas de la calle de la Flor.
Ya por la tarde, la intranquilidad entre los medios eclesiásticos iba creciendo por instantes y sin cesar llegaban al Palacio para confiar sus temores al Prelado, sacerdotes y seglares, al mismo tiempo que de los conventos igualmente le preguntaban qué debía hacer…
El Sr. Obispo creyendo que era una alarma exagerada y que nunca llegarían las cosas al extremo que llegaron, tranquilizaba a todos, no pareciéndole conveniente tomar medidas aparatosas que más bien atrajeran la atención de los revoltosos y les dieran ocasión de atacar con el pretexto de que se les provocaba.