El vaticanista Sandro Magister ha escrito en su blog Settimo Cielo que durante su pasado viaje al Líbano, el Papa «no ha tenido problemas para citar en términos positivos la memoria de un emperador muy controvertido, Constantino, autor el 313 después de Cristo del edicto que dio la libertad a los cristianos y que inauguró un “régimen de cristiandad” contra el que se han pronunciado muchos, incluso entre los propios católicos, especialmente durante y después del Concilio Vaticano II».

Y sigue Magister citando a propósito un libro de 1965 de Jean Daniélou (“La oración, problema político”): «Daniélou echaba en cara a los anticonstantinianos el desear una Iglesia "pura", similar a "una confraternidad de iniciados", y con ello perder justamente a esos "pobres" que él tanto quería: los pobres, "en el sentido de la inmensa marea humana, compuesta también de esos numerosos bautizados para los que el cristianismo es principalmente una práctica exterior". Para Daniélou la Iglesia no debe estar "desvinculada de la civilización", al contrario, es esencial que "se comprometa en la civilización porque un pueblo cristiano es imposible en una civilización que le sea contraria". Desde esta visión aparece natural la defensa de Constantino: “Esta extensión del cristianismo a un inmenso pueblo había sido obstaculizada durante los primeros siglos por el hecho de que se estaba desarrollando en el interior de una sociedad que le era hostil. La pertenencia al cristianismo exigía pues una fuerza de carácter de la que la mayoría de los hombres no son capaces. La conversión de Constantino, eliminando estos obstáculos, ha hecho el Evangelio accesible a los pobres, esto es, a aquellos que no formaban parte de la élite, al hombre de la calle. Lejos de falsear el cristianismo, le ha permitido perfeccionarse como pueblo"».

Se pude discutir mucho, sobre el pasado y sobre el futuro, pero es evidente que la secularización provocada por la desaparición de la Cristiandad ha arrasado la fe de los sencillos. Y que cada vez que se habla de una Iglesia pequeña y purificada se corre el riesgo de caer en el gnosticismo.