La tradición de la Navidad
En esta nueva edad de la humanidad, contrasta cada vez más la celebración
de la Navidad con la tradición de la Navidad. Las tradiciones, en general,
están muy devaluadas. Se ha difundido la idea de que son algo que se hace
sólo por costumbre, inercia o imposición social o religiosa. Muy al
contrario, las tradiciones son como las mejores prácticas de la humanidad,
amasadas en forma de costumbre o recurrencia, precisamente para que no se
pierdan. Las tradiciones tienen un núcleo interior, un sentido profundo que
inspira y da significado a la celebración exterior.
. El secreto del burro y el buey: la calma
La nuestra es una sociedad apresurada. No tenemos tiempo para nada.
Parecemos "malabaristas" de la existencia: sentimos la presión de mantener
muchos roles y responsabilidades en el aire y la limitación de contar sólo
con "dos manos".
Y se nos nota: la prisa nos apremia; y también nos maltrata. Más allá de
los estragos del stress, tan bien documentados, a veces cometemos errores
muy básicos por no dedicarle a cada cosa su tiempo. No hace mucho, al bajar
del coche, por la prisa, cerré la puerta sin estar "completamente fuera".
¿El resultado? Un dedo "machucado" y algunas estrellas.
El burro y el buey, siempre presentes en los nacimientos, tienen un secreto
que ofrecernos: la calma. La tradición de colocar estos dos animales junto
al pesebre del Niño Jesús no es ornamental. Tiene fundamento bíblico:
"Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo", escribe el
profeta Isaías (1, 3).
Recuerdo el gesto sereno y apacible del burro y del buey del nacimiento que
poníamos en casa. Dos modelos humanos difícilmente hubieran podido expresar
tanta calma. El burro y el buey simplemente "están". No se mueven. No
caminan. No se marchan. No tienen ninguna prisa.
La calma supone saber estar donde se debe estar en cada momento. Claro,
supone también una buena organización personal y claridad de prioridades.
Si quieres calma -parecen decirnos estos animales- dale prioridad a Dios.
Ellos reconocieron en el Niño Jesús a su "dueño y amo". En otras palabras,
no tenían otro lugar mejor donde estar en ese momento. Si Dios fuera
siempre nuestra prioridad, y le dedicáramos tiempo a la oración, al trato
con Él, seguramente tendríamos más calma. No por tener menos cosas que
hacer, sino por hacer las que realmente importan. Por lo demás, el tiempo
no existe ni importa cuando estamos con aquellos que amamos.
"Ustedes tienen el reloj; nosotros tenemos el tiempo", decía un viejo
beduino del desierto a un turista. Aprendamos del burro y el buey a no
dejarnos presionar tanto por las manecillas. Y menos cuando estemos en
oración. Nunca como entonces se puede saborear la serena alegría de estar
junto a Dios en plena calma.
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Villancico "Noche de Dios, noche de Paz" cantado por la Escolanía del Valle de los Caídos: