Charlar para echar unas risas, recordar y algún que otro cotilleo clerical (que si a este le hacen obispo, que si a tal otro no y cosas así, no nos engañemos) procurando evitar la malicia. Este tipo de reuniones también se presta a lo que yo llamo Las Grandes Declaraciones. Me explico. Uno se siente en confianza y con mayor libertad ante los amigos en una buena cena para decir cosas que en otras ocasiones no tiene la oportunidad de decir.
El otro día estábamos cuatro curas amigos cenando en mi casa y se produjeron varias de estas Grandes Declaraciones que todos hacemos y a las que nos impulsa la amistad y un ambiente más relajado. También el hecho de que nuestro auditorio sean amigos facilita el desparpajo. A veces tras una Gran Declaración se oculta toda una Gran Idea pero expresada breve y contundentemente sin matices y provoca una reacción en cadena de pequeñas y medianas contradeclaraciones. La cosa se suele resolver con un gran desacuerdo mitigado por la amistad y bromas “destensantes” En nuestra cena del otro día hicimos la siguiente Gran Declaración con estas o parecidas palabras:
ESTOY HARTO DE QUE ME DEN LA TABARRA CON LA FORMACION, COMO SI LA FORMACION FUESE LA PANACEA.
Yo estaba básicamente de acuerdo en que la Formación, tener formación cristiana, espiritual, humana, dar formación etc no es la panacea. Lo que salva no es la Formación sino Jesucristo. Lo que convence no es la formación, sino el Espíritu Santo; cuánta gente hay que tiene un solidísima formación pero una nula capacidad de dar testimonio de su fe; cuantos, so capa de “dar formación” machacan a los demás y los aburren con enseñanzas que no les importan y responden a preguntas que nadie ha hecho.
Hay quién incluso se siente superior a los demás y capacitado para ir por la vida dando lecciones porque “tengo formación” Sin embargo creo que se produce otro extremo, igualmente o más peligroso: el del que se dedica a dar criterio sin tener formación: hay quién se cree que su propia experiencia, dos libros y tres homilías escuchadas ya son suficientes para tener y dar toda una cosmovisión. De hecho suele ser más de este defecto que del anterior de donde vienen las Grandes Declaraciones.
Es cierto que la conversión de una persona no viene por la “formación” pero si que es cierto que una adecuada formación hará crecer a esa persona, y sólo podrá le acompañar quién tenga una buena formación.
¿Cómo dar y adquirir formación? Lo esencial no es dar charlas y hacer leer libros. Lo esencial es SER maestro, para quién ha de dar formación a los demás y HACERSE discípulo, para quién va a recibir la formación. El proceso de formación de una persona es un acompañamiento personal en el que no son tan importantes los medios que se empleen como la relación maestro-discípulo que se establece entre las personas.
Así hacía Jesús en el Evangelio. Es verdad, Jesús no “daba la tabarra” a los discípulos sino que era la fascinación de su persona la que atraía el interés hacia su mensaje. A lo mejor lo que nos falta a los “formadores” es la capacidad de suscitar esa fascinación por la persona de Jesucristo.