A primera vista no parece que tenga nada que ver la paciencia con la perseverancia…, pero no es así, ambas virtudes se relacionan y son imprescindibles no ya en el desarrollo de la vida espiritual, sino también y mucho en nuestra vida material. Sin perseverancia nada se logra, pensemos en el dicho vulgar que dice: El que la sigue la consigue. Pero son muchas las veces en que la perseverancia se quiebra por no tener paciencia en la espera.
San Agustín nos la describe la paciencia así: “Es aquella virtud por la que toleramos los males con igualdad de ánimo”. En la paciencia es necesario siempre soportar con buen ánimo los males que recibamos y es por ello que se entiende que la paciencia deriva de la fortaleza, que es como sabemos una de las cuatro virtudes cardinales: Prudencia justicia fortaleza y templanza. El que ha de soportan el mal necesita ser fuerte para aguantar y si aguanta sin inmutarse desde luego que es paciente. La paciencia hay que demostrarla en las enfermedades y en las tribulaciones, ante las acusaciones y penas injustas, soportando los defectos del prójimo y las agresiones de este sin responderle con la misma moneda. Pero sobre todo es en el orden de nuestra alma, dicho de otra forma se ha de ser pacientes, no solo frente a las contrariedades del orden material sino también frente a las que se nos originan en el orden espiritual, en el caminos del desarrollo espiritual de nuestras almas. Hemos de ejercitar más nuestra paciencia y en este sentido San Francisco de Sales escribe: “Hay que llevar con paciencia, la lentitud de nuestra perfección, poniendo siempre de nuestra parte todo lo que podamos para ir avanzando”.
Santiago en su epístola escribe: “Tomad, hermanos, como modelo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor. Mirad cómo proclamamos felices a los que sufrieron con paciencia. Habéis oído la paciencia de Job en el sufrimiento y sabéis el final que el Señor le dio; porque el Señor es compasivo y misericordioso”. (Sant 5,1011). Y en el Libro de los Proverbios, también se alaba al que es paciente, cuando se dice: “El que tarda en enojarse vale más que un héroe, y el dueño de sí mismo, más que un conquistador”. (Prov 16,32). Pero el gran ejemplo de paciencia lo encontramos en el libro de Job, el cual es un canto a la paciencia ante el sufrimiento y de este libro son los conocidos versículos: “Entonces Job se levantó y rasgó su manto; se rapó la cabeza, se postró con el rostro en tierra y exclamó: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó: ¡bendito sea el nombre del Señor! En todo esto, Job no pecó ni dijo nada indigno contra Dios”. (Job 1,20-22).
Tanto la paciencia como la perseverancia son necesarias en la vida material humana, pero mucho más necesaria en la vida espiritual de nuestra alma. En el orden del espíritu, nosotros, si queremos alcanzar el cielo prometido, hemos de recorrer un camino, en el que pararse es siempre retroceder. Y este camino hemos de andarlo apoyados en dos piernas espirituales, siendo una la paciencia y la otra la perseverancia. Porque en el desarrollo de nuestra alma, de nada nos vale ser muy pacientes, si carecemos de perseverancia, o al contrario ser muy perseverantes, pero nada pacientes. Cuantas buenas intenciones y propósitos se han formulado en ejercicios espirituales, que a la semana o al mes ya se han olvidado. ¡Quizás por esto! Corrientemente se dice que el infierno esta enlosado de buenas intenciones son buenas intenciones en las que no se persevera, si es que se ha llegado a ponerlas en marcha alguna vez.
Tanto en la vida material, como en la vida espiritual, rige el mismo principio que dice: Lo que muy fuerte entra, muy fuerte sale y termina. Vale más el propósito de rezar una simple avemaría, todos los días de nuestra vida, que adquirir el compromiso de ir a misa diariamente y rezar un rosario. Cuando se sale de unos ejercicios, en el calor del fervorín, se suelen tomar decisiones, y que nadie se asombre, que están propiciadas muchas veces por el demonio, pues él sabe bien que para apartar a alguien e una buena y santa decisión, no hay nada mejor como aumentar la carga, porque al poco tiempo no se hará nada. Es mejor empezar siempre por poco, porque es más fácil ser perseverantes en lo poco que en lo mucho y a medida que vayamos consolidando el poco, lentamente podremos ir aumentando más nuestras devociones espirituales. Si se comienza lentamente, poco a poco el amor al Señor se irá consolidando cada vez más en el alma, y ese amor será el que demande aumentar el nivel de nuestras obligaciones espirituales. Pero nunca queramos, llegar y besar el santo tal como generalmente se dice.
El obispo Sheen, sobre este tema escribe diciendo: “Algunos comienzan con una autodisciplina demasiado rígida y con gran ansiedad y fracasan como resultado de su prisa exagerada y del posterior descorazonamiento al encontrar que la santidad total no se alcanza de inmediato. Es verdad generalmente aceptada en las ordenes religiosas, que aquellos postulantes que se quejan por la falta de oportunidad de hacer sacrificios, son en general, quienes no perseveran”. Y Jean Lafrance también escribe: “Haga lo que haga el hombre, que se las componga como quiera, nunca llegará a la verdadera paz, no será jamás un hombre celeste antes de que haya cumplido los cuarenta años…. El Hombre no puede llegar a la paz verdadera y perfecta y hacerse un hombre plenamente celestial antes de tiempo. Debe por eso esperar diez años antes de que le sea concedido de verdad el Espíritu Santo, el consolador, el Espíritu que lo enseña todo. Por eso los discípulos tuvieron que esperar diez días después de haber recibido, sin embargo toda la preparación de la vida y del sufrimiento”.
Tal como en Andalucía se dice: Hay que darle siempre tiempo al tiempo. Santa Teresa de Lisieux, sabía muy bien que la comprensión de las cosas de Dios, está sometida a los plazos del tiempo. El tiempo hace crecer la vida divina en la medida en que se vive atento a este germen interior que se orienta al crecimiento..., la santidad no se realiza a golpes de voluntad y decisiones, sino que sigue el crecimiento de nuestro imprevisible andar. Y siempre confiando solo en el Señor, porque una de las tentaciones y repito una de las tentaciones más fuertes y permanentes y a veces más sutiles de la vida espiritual, es la de basarlo todo en nuestros propios esfuerzos y no en la misericordia gratuita de Dios. Esto ocurre por razón de nuestra dichosa soberbia, que nos hace creer, que somos alguien y que no necesitamos de nadie.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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