Las alas de Miguel aletean por el universo celestial con tanta fuerza que una pequeña pluma se suelta cayendo suavemente hacia abajo. La pluma desprendida desciende y desciende hasta el confín del mundo espiritual, allá dónde empieza el terrenal y va a caer directamente encima de alguien. Es Eva, que yace durmiendo plácidamente al lado de Adán bajo la sombra de un árbol. Eva se despierta sobresaltada intentando comprender el sueño que ha tenido: una gran ola de aire perfumado invadía el ambiente y los envolvía en una fragancia maravillosa que los elevaba como en una nube, así como se sienten cada vez que pasean al atardecer cuando Dios Padre se deja percibir por ellos. Eva busca algo a su alrededor para comprobar que no ha sido una hoja que ha caído del árbol y viendo que nada explica su sobresalto, no le concede mayor importancia y despierta suavemente a su compañero para conversar un rato y pasear por el jardín. La pequeña pluma de Miguel se eleva entonces, arrastrada por una brisa y pasa cerca del rostro de la mujer pero ella no se percata de su presencia debido a su incapacidad para reconocer la materia espiritual.

Arriba, las poderosas alas de Miguel le aterrizan en un lugar inhóspito, algo así como una roca sideral y desértica apartada del resto del flujo espiritual. Allí reconoce la figura encogida sobre sí mismo del ángel que buscaba. El padre ha encargado a Miguel una misión: uno de sus hijos predilectos se encuentra en problemas y debe de ayudarle.
—¿Luzbell? —Miguel no quiere incomodar al ángel de mayor rango en el reino celestial. —¿Te encuentras bien? Déjame ver tu cara.
Miguel se siente algo ofuscado, nunca había visto que resplandeciera tan poco, siempre se ha jactado de ser la luz más brillante del mundo celestial. Sin embargo el poderoso ángel yace como apagado y liviano. Miguel Insiste:
—Luzbell, ¿Qué te ocurre? Esto no es normal en tí, estar aquí apartado de todos nosotros, cabizbajo y como apagado.
La luz del ángel más bello y formidable se enciende levemente, pero con un cierto matiz rojizo... como de ira.
—Miguel, ¿es que no has visto como yo los planes de Dios, no se te han revelado los tiempos presentes y futuros como yo los he visto?—La voz entrecortada de Luzbell surge através de sus espesas alas detrás de las que sigue parapetado— el Padre ha creado al hombre...
Miguel empieza a comprender.
—Ha creado a una criatura inferior a nosotros y... ¡la ama más!
Esto último lo ha pronunciado en un tono inequivocamente despectivo. Miguel empieza a preocuparse seriamente y presenta sus argumentos:
—Nosotros debemos acatar los designios del Padre. Debemos cumplir con nuestra misión.
—¿Servir a un ser inferior? ¿es eso justo acaso?—Luzbell por fin, se levanta emergiendo desde el pozo inteior en el que se encuentra—¿Qué clase de Dios es este que a los mejores nos pone debajo de los débiles y de los imperfectos para cuidarlos y ayudarlos?... y nisiquiera nos ven y nos reconocen. ¡Esto es el mundo al revés!
Luzbell grita profundamente airado, mientras Miguel intenta aclarar la mente de su hermano:
—Los deseos del Padre son que el fuerte sostenga al débil, el mayor sirva al menor. Nosotros no necesitamos más consignas ni más palabras. El todopoderoso es sabio y lleva las riendas de los tiempos. No debemos preocuparnos sino de llevar acabo lo que él designe. Además, nosotros estamos continuamente en su presencia, ¿te parece poco?
—¡No puede ser! Y ¿Qué te parece eso de engendrar un hijo, hacerle desceder al estado asquerosamente precario del hombre para compartir sus fatigas y...—Luzbell hace un alto en su pregunta como si le costara pronunciar las palabras—... ser triturado, y morir a manos de aquellos a los que ama?
El ángel más bello y más reluciente se apaga por momentos envuelto en sombras y dudas. Su posición en el universo ha sido trastocada, las cosas no van bien, el Padre no es justo, nada de esto debe suceder.
—El amor debe guiarnos, solo eso... el amor al Padre y a lo que el quiere—Miguel apela sin convición a su condición de ángeles predilectos pero sabe que algo se ha roto en el interior de su hermano y comprende que traerá consecuencias—vamos, olvida todo esto y centrate en tu misión. Tu eres el más grande, el más fuerte de entre nosotros, tienes una gran misión por delante, afrontala con ilusión y generosidad.
Pero Luzbell ya no tiene luz. Las sombras de la negación le han invadido, su semblante y su mirada son inapropiados para los cielos. Por fin estalla:
—¡NO!
Miguel calla y observa a distancia al más poderoso ángel pronunciando una palabra, una simple palabra que intuye que lo cambiará todo.
—¡NO SERVIRÉ!
Miguel cae de espaldas ante la sacudida espiritual que ha impactado sobre él desde el pensamiento de... Lucifer.
—¡No me someteré a seres inferiores a mí!
Teniendo encuenta que él es la criatura más perfecta y alta creada por Dios, la sentencia está echada.
—¡No soportaré injusticias y desorden! Si Dios las permite allá él, yo no.
La rebelión está en marcha y Miguel se da cuenta de que debe actuar con celeridad. Desde su pensamiento hace una llamada a todos los confines del universo, los ángeles deben mantener la defensa de los cielos y el ataque es inminente.
—¡Demostraré que Dios está equivocado! ¡Las cosas no están bien hechas!
La soberbia de Lucifer se ha desatado, se ha puesto enfrente del amor. Ha comenzado la contienda y desde su poderosa fuerza mental llama, convence y arrastra a muchas almas angélicas que se dejan embaucar por sus bondadosos y justos argumentos. En un momento el diábolo ha conseguido separar el cielo, ha creado un ejército que se congrega a sus espaldas, mientras sigue recitando su Credo:
—¡Yo arreglaré las cosas! Lo pondré todo en su sitio. No toleraré la humillación y el fracaso.
Por su parte Miguel ha conseguido reunir a un gran contingete de fuerzas. Miriadas de ángeles fieles se preparan para rechazar la negatividad que está generando el ángel oscuro.
—¡Yo haré justicia!
Este último grito resuena hasta el confin de los tiempos y es el llamamiento final. Las fuerzas Luciferinas se lanzan con violencia cósmica hacia sus hermanos que se defienden abrazando y sujetando a sus enemigos mientras lloran y claman al Padre por esta hora tan triste y definitiva. Miguel arenga a sus soldados:
—¡Sujetadlos, no los odieis, amadlos, son nuestros hermanos, muramos si es preciso por ellos... y que el Padre decida nuestra causa!
Las huestes de Miguel tienen más amor y logran poco a poco aprisionar a sus adversarios y sofocar sus embestidas, los odios son frenados por la obediencia y el amor. Mientras, nadie puede con Lucifer. Miguel se ve obligado a soltar a las miles de almas que sostiene para ir a frenar al rebelde. El encuentro se hace inevitable y mientras el ángel oscuro ataca sin piedad, Miguel sólo puede orar y confiar.
—¡No os quiere, el Padre os ha abandonado! Prefiere a esos miserables hombrecillos. Va a someter toda la creación a la frustración y la debilidad. Permitirá el caos y la injusticia y vosotros no podreis hacer nada.
Miguel reconoce que la sombra de su oponente se le está pegando y sube por su mente, pero en un arrebato de confianza logra deshacerse de ella y agarra a Lucifer de una forma definitiva. Lo somete y lo sujeta con argollas.
El ejército luciferno ha sido rechazado. El Padre debe decidir su destino.
Los ángeles fieles se miran unos a otros con inquietud esperando la condena para los rebeldes que sujetan entre lamentos y súplicas. El Diablo no suplica, ni dice nada, solo respira odio y rabia. Su luz vuelve a brillar pero no es una luz clara y calurosa, sino brillante como ninguna, pero fría y dura. Le da igual el desenlace de todo esto. El ya ha decidido su futuro. No servirá.
Una voz inmensa resuena en el espacio celestial:
—¡Expulsarlos para siempre!
El Padre ha hablado. No ha destruído a los rebeldes, los deja en libertad. Pero no tendran lugar nunca más, cerca de él. Los destierra para la eternidad.
¿Adónde irán? ¿Qué será de ellos?
El Diablo echa un último vistazo a su mundo perdido y lanza una advertencia aterradora a Miguel:
—No he perdido la guerra, esto acaba de empezar. Nos volveremos a ver.
Y precipitándose junto con todo su séquito hacia los confines del paraíso celestial, aterrizan en el paraíso terrenal como meteoritos que impactan volientamente en la tierra.
En ese momento un extraño pensamiento sobrevuela como una sombra la mente de Eva:
—¿Vendrá hoy el Padre a pasear como todos los días o se habrá olvidado de nosotros?
Mientras Adán le hace gestos de que vaya a darse un baño en el río, Eva desecha el pensamiento...

Aunque una sombra de duda queda en su interior.


 
Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus Angeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus Angeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus Angeles fueron arrojados con él. (…) Ellos lo vencieron gracias a la sangre del Cordero y a la palabra de testimonio que dieron, porque despreciaron su vida ante la muerte.(...) Cuando el Dragón vio que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la Mujer que había dado a luz al Hijo varón” (Ap 12, 7)