En un trabajo presentado por Héctor L. Mancini , de la Universidad de Navarra, en el Congreso “Identidad Cristiana de la Persona”, trata de conectar fe y ciencia como medio para descubrir a Dios , que “ha dejado su firma en la naturaleza”. Quien no tiene fe se priva de encontrar una belleza que está más allá de la pura materialidad. Esto nos viene bien en estos días que vamos a contemplar tantas representaciones artísticas, y populares, del Belén. Quien se queda solo en lo artístico y pintoresco, no descubre al Hijo de Dios. El que contempla con fe ve a Dios presente en la figurita del Niño Jesús, aunque sea de plástico del bazar chino.
Extraigo este párrafo del trabajo presentado en su momento por el autor arriba mencionado. Recomiendo su lectura completa entrando en el enlace que coloco al final del Post.
Se dice en teología que Dios no niega la fe a quien la busca honestamente. Significa en este contexto, que normalmente tenemos disponibles más indicios puestos por Dios para creer en su existencia, que para negarla. Dios ha dejado escrito su nombre en la naturaleza por todas partes. Pero siempre nos quedará un espacio creado por Él para nuestra libertad, un espacio que llenaremos nosotros con nuestro intelecto, sentimientos y espíritu. Ese espacio libre, humano, pero creado a imagen de la libertad divina, nos lleva a disponer de la posibilidad de negar la propia existencia de Dios, a pesar de todas esas huellas positivas que podemos haber experimentado en sentido contrario.
La aceptación de Dios es el primer paso en la vida de la fe, el que nos lleva a un ejercicio coherente de la Verdad. Se da fuera de los límites de la ciencia y es, por sus características, en primer lugar, una opción intelectual metafísica. Pero en realidad es mucho más que eso, se trata de un encuentro personal con Dios, para el cual hemos sido llamados y podemos responder aceptando la cita o no. De esta opción libre dependerá el resto de nuestra vida intelectual. Infortunadamente, no hay método científico que nos ayude a tomarla, porque involucra a toda la persona, trasciende lo cuantitativo y ocupa toda nuestra libertad. Y como frente a Dios disponemos del máximo de libertad 24, también podemos equivocarnos.
Si hubiera alguna posibilidad de anular esta opción libre, o bien una demostración concreta en su contra, simultáneamente se anularía el concepto de libertad en el ser humano.
Por esta misma razón no se puede culpar a quien, honestamente, no tiene la fe suficiente para afirmar la existencia de Dios. Si la tuviera, esa fe lo llevaría a buscar el sentido trascendente de la verdad, pero carece de ella.
Como es obvio, el hecho de que una persona acepte o niegue que Dios existe no parece tener ningún efecto directo sobre la realidad que es observada, excepto las consecuencias sobre el observador y su propia existencia. Esto significa que Dios ha debido crear al Universo dotado de aquella “verdad esplendorosa” y llena de significado que observa el creyente. La huella de Dios está presente en toda la creación. Cada uno de nosotros, en uso de su libertad, la acepta o la rechaza. Somos nosotros quienes elegimos qué parte de la verdad queremos ver y de qué manera queremos desenvolver nuestra existencia.
Para intentar comprender a Dios, necesitamos además de nuestra capacidad intelectual, de todo aquello que nos enseña la Revelación porque su contenido escapa al conocimiento natural del hombre 25. No podemos llegar solos a ella. Comprender completamente la Verdad implica conocer, además de las leyes científicas escritas en la naturaleza, el mensaje completo de la revelación. Cada una con su propia dinámica.
Por último, ¿por qué no consideramos también “ciego” a quien ignora los conocimientos científicos sobre el universo?
Sencillamente porque la presencia de la naturaleza se puede experimentar también por medios distintos al intelecto. Para conocer el aroma de tierra mojada en primavera, el sol tiñendo el mar en el poniente o la gama de ocres y rojos del otoño, no necesitamos del intelecto, es más, casi molesta.
Por el contrario, quien no ponga su fe en movimiento, no podrá comprender intelectualmente nada de la existencia de Dios. Por los caminos anteriores, se puede si llegar hasta la fe, pero sin fe no es posible avanzar en el conocimiento de Dios. Los antiguos maestros solían decir que la teología sólo se aprende “de rodillas”.
Como queda demostrado,
hay una pena mayor;
contemplar el universo
y no encontrar al Creador.
Fuente: http://www.unav.es/cryf/ciegoengranada.html