Desde entonces he buscado casos de buenos evangelizados. ¡Y vaya que si los hay!: ¡a montones! Sin ir más lejos, leemos ejemplos de conversiones a diario aquí, en Religión en Libertad.
Sin embargo hoy quiero citar un caso que está en el Evangelio. Porque si todos fuéramos como los jóvenes de esta historia otro gallo cantaría. Lo describe de manera “muy clarita” el apóstol San Juan al comienzo de su Evangelio y yo lo tomo del libro del R.P. Miguel de Bernabé «El Evangelio Olvidado»:
Estaba San Juan Bautista a las orillas del Jordán después de haber bautizado a Nuestro Señor con dos de sus discípulos (Juan y Andrés) cuando:
Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios» (Jn 1,36)
¡Solamente seis palabras!
Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús
Cuando una persona es noble…
Jesús se vuelve y al ver que le seguían les dice: «¿Qué queréis?»
Se adivina el aturullamiento de los dos jóvenes, que contestan:
«Rabbí (que quiere decir Maestro), dónde vives»
Es fácil imaginar una leve y afectuosa sonrisa en el rostro de Cristo contemplando su juvenil atolondramiento, y respondiendo cordialmente:
«Venid y lo veréis». Fueron, pues, vieron donde vivía y se quedaron con Él aquel día
¡Todo aquel día! No necesitaron más que encontrar la Verdad, para seguirla sin condicionamientos ni vacilaciones («El Evangelio Olvidado», del R.P. Miguel de Bernabé, págs. 143-ss).
Pero, como es posible, y hasta humano, que se piense que esto que acabo de contar es lo extraordinario y no lo “normal”, les dejo con la recomendación de que lean (para no extenderme más) la conversión de Natanael, que está relatada por el evangelista un poco más adelante, en el mismo Capítulo, (Jn 1, 47).
Athos