La verdad es que leemos poco lo que dice y escribe el Papa (yo también). Ahora, con lo de twitter, incluso creeremos que estamos al corriente de todo lo que dice. Pero de vez en cuando un amigo o un artículo te llaman la atención sobre algo que ha dicho el Papa y, sí, valía la pena detenerse unos momentos y leerlo con atención.
Es el caso de la audiencia concedida el pasado 7 de diciembre por Benedicto XVI a los miembros de la Comisión Teológica Internacional. Allí, el papa ha abordado un tema delicado y que ha sido deformado demasiado a menudo en las últimas décadas, el «sensus fidelium», el sentido de la fe del pueblo católico, importante fuente para la teología pero, se entiende, pero que corre el riesgo de caer en peligrosos equívocos y reinterpretaciones sui generis.
Pero vayamos por partes. Primero el Papa plantea que hay teólogos hoy en día que ya no se plantean que la teología católica deba de ser católica: Vivimos «en un contexto cultural donde algunos están tentados de privar a la teología de un estatuto académico, a causa de su relación intrínseca con la fe». Pero a los que piensan que una ciencia no puede ser religiosa, el Papa les responde claramente: una teología “no confesional” renuncia a ser teología y se convierte en otra cosa, “ciencia de las religiones” en el mejor de los casos: “La teología es inseparablemente confesional y racional”. Sólo el prejuicio laicista puede pensar que, en cuanto confesional, la teología no puede ser racional. Al contrario, "la presencia de la teología en las instituciones universitarias garantiza una visión amplia e integral de la misma razón humana".
Y luego el Papa se mete en materia, abordando “la atención que los teólogos deben reservar al sensus fidelium”. Contra los que contraponen el sentido común de los fieles al Magisterio, Benedicto XVI aclara: «no se puede considerarlo para contraponerlo a las enseñanzas del Magisterio, pues el sensus fìdei no puede desarrollarse auténticamente en el creyente si no es en la medida en la que éste participa plenamente en la vida de la Iglesia, y esto exige la adhesión responsable a su Magisterio, al depósito de la fe» . Cuando ambos se escinden, el sensus fidei es imposible de aprehender: se desemboca en ese marasmo intelectual hecho a base de estadísticas y encuestas, muy discutibles, que al final nada aclaran (dice el Papa que «no es una especie de opinión pública eclesial»). Cuando se dice “los católicos opinan…” hay que desconfiar. El mismo Joseph Ratzinger ha escrito que muchos teólogos, cuando hablan de la “opinión de los fieles” suelen referirse a sus propias opiniones o, siendo optimistas, a las de sus amigos.
Y para acabar, Benedicto XVI vuelve a uno de sus temas más queridos, afirmando que este sentido sobrenatural de la fe de los creyentes responde a los retos de cada momento. Y en este momento concreto lleva a los fieles a «reaccionar con vigor contra el prejuicio según el cual las religiones, y en particular las religiones monoteístas, serían intrínsecamente portadoras de violencia, sobre todo a causa de la pretensión que sostienen de la existencia de una verdad universal». Es justo lo contrario: «es el olvido de Dios que sumerge a las sociedades humanas en una forma de relativismo el que genera ineluctablemente la violencia. Cuando se niega la posibilidad de referirse a una verdad objetiva, el diálogo se convierte en imposible y la violencia, declarada o escondida, se convierte en la regla d elas relaciones humanas».
Desde luego, no se podrá decir que Benedicto XVI no entra en las cuestiones de nuestro tiempo.