La ministra de Vivienda francesa Cécile Duflot ha amenazado con requisar propiedades de la Iglesia, y no sólo de la Iglesia sino también de los bancos, de las compañías de seguros y de las empresas, si las 19.000 plazas de alojamiento movilizadas este invierno en Francia para atender a las personas más necesitadas se muestran insuficientes.
La amenaza de la ministra de vivienda francesa revela la alarmante falta de ideas de la izquierda del s. XXI, convertida, vamos a decirlo como es, en una agencia de colocación de militantes carente ya de toda otra finalidad social o política, y abandonada a cualquier argumento que sirva para agitar a las masas aunque sea apelando a sus más primitivos instintos.
Son muchas las cosas que habría que decirle a la Sra. Duflot. En primer lugar, el estado sigue siendo la estructura más poderosa de Francia, como lo es de todos los países del mundo, y notablemente de los países europeos. Una media del 40% de los recursos totales del país así lo corroboran. Presentar al estado como un ente voluntarioso y aguerrido pero a la vez indefenso y débil, que tiene que hacer frente con heroicidad a las verdaderas fuerzas vivas del país, siempre los mismos, Iglesia, banca y multinacionales, sólo pretende disfrazar el gigantesco fracaso de un ente que movilizando el 40% de los recursos de un país no puede atender las necesidades de 19.000 personas que apenas demandan un plato de comida, una cama y estar bajo cubierto (“leche, lecho y techo”). Eso sí, mientras atiende sin dilación la nómina de cientos de miles de políticos y supuestos asesores sin mayor mérito que el de pertenecer al partido político afín. Por otro lado, si de lo que se trata es de requisar propiedades vacías o infrautilizadas, ¿por qué no requisar las del propio estado francés? ¿eh? ¿por qué no?
En segundo lugar, puestos a mencionar poderosas estructuras sociales presentes en la sociedad francesa, llama poderosamente la atención la omisión entre los interpelados de las comunidades musulmanas, que si por un lado seguramente aportan buena parte de los indigentes que hay que atender en Francia, por otro lado ascienden ya a un nada desdeñable porcentaje demográfico del 10% del país, con una estructura patrimonial muy importante que, entre otros bienes, incluye muchos que en su día pertenecieron a la Iglesia. ¿Nos han temblado las piernas, Sra. Duflot?
En tercer lugar, ni la banca por muy internacional que sea, ni las multinacionales por muy poderosas que se nos presenten, tienen entre sus funciones la atención de las personas con mayores necesidades, como sí la tiene, en cambio, el estado, para el que la asistencia a los más desatendidos es la principal de las razones que justifican su existencia, y también la de una fiscalidad abrumadora que en los países de Europa asciende ya, como hemos dicho, a casi el 40% del total de los recursos.
En cuarto lugar, unir a la Iglesia a la nómina de los que deberían colaborar y no lo hacen en lo que, por otro lado, sólo corresponde en puridad al estado, asimilándola a la banca internacional y a las multinacionales, no es sino un acto de la mayor vileza, que no revela, una vez más, sino la vaciedad del mensaje de una izquierda europea que carente de ideas y de razón de ser, mendiga una ideología en la lucha de los sexos, mejor conocida como ideología de género, y en la más rancia clérigofobia de finales del s. XIX y principios del XX.
La Iglesia realiza en todos los países de Europa un esfuerzo para atender a los más necesitados que no hacen ni la banca ni las multinacionales, lo hace de manera desinteresada, y lo que es peor, demasiado a menudo, entre la animadversión y el odio de lo que deberían hacerlo y no lo hacen, e incluso de aquéllos a los que, sin hacer nada, se les llena la boca presumiendo de hacerlo. Ahí tenemos, sin salir de España, a ese sindicalista cordobés criticando la acción de Cáritas mientras todavía nos preguntamos donde se encuentran los comedores sociales de Comisiones Obreras en Córdoba (y en el resto de España); a esa aspirante a escritora argumentando que el Sr. D. Amancio Ortega dona 30 millones de euros a Cáritas porque de esa manera desgrava algo así como 3 (no sabía yo que para ser escritor fuera necesario estar tan amargamente pez en matemáticas); o a esa mediática familia de “artistas” españoles y sus restaurantes dando continuas lecciones de solidaridad a los que ya la practican, mientras ellos sólo reciben en sus casas a sus glamourosísimos y riquísimos amigos, o gastan en dar a luz a uno solo de sus vástagos lo que bastaría para alumbrar cientos de niños menos afortunados en condiciones de perfecta y total salubridad.
La Iglesia realiza en todos los países de Europa un esfuerzo para atender a los más necesitados que no hacen ni la banca ni las multinacionales, lo hace de manera desinteresada, y lo que es peor, demasiado a menudo, entre la animadversión y el odio de lo que deberían hacerlo y no lo hacen, e incluso de aquéllos a los que, sin hacer nada, se les llena la boca presumiendo de hacerlo. Ahí tenemos, sin salir de España, a ese sindicalista cordobés criticando la acción de Cáritas mientras todavía nos preguntamos donde se encuentran los comedores sociales de Comisiones Obreras en Córdoba (y en el resto de España); a esa aspirante a escritora argumentando que el Sr. D. Amancio Ortega dona 30 millones de euros a Cáritas porque de esa manera desgrava algo así como 3 (no sabía yo que para ser escritor fuera necesario estar tan amargamente pez en matemáticas); o a esa mediática familia de “artistas” españoles y sus restaurantes dando continuas lecciones de solidaridad a los que ya la practican, mientras ellos sólo reciben en sus casas a sus glamourosísimos y riquísimos amigos, o gastan en dar a luz a uno solo de sus vástagos lo que bastaría para alumbrar cientos de niños menos afortunados en condiciones de perfecta y total salubridad.
La Sra. Duflot le debe una disculpa a la Iglesia francesa, que no recauda un 40% de los recursos del país y que, probablemente, está atendiendo a tantos indigentes, -muchos de ellos, a mayor abundamiento, no cristianos-, como el propio estado francés. Y desde luego y aún más, le debe una explicación a los ciudadanos franceses sobre el destino de sus cada vez más impagables impuestos, que ya no sirven ni para atender a 19.000 personas sin recursos.
Si sólo tuvieran un poquito de vergüenza, se les caería la cara de presentar determinados argumentos cuyo éxito no radica en modo alguno en su deplorable sostenibilidad intelectual, sino en el previo envenenamiento de sus destinatarios, incapaces de razonar por sí solos ni un centímetro más allá de las consignas emanadas de los aparatos de propaganda del partido que si en el caso de algunos de ellos, al menos, les da de comer en forma de carguitos y prebendas a expensas del erario público (¡faltaría más!), en el de la gran mayoría ni siquiera eso.
Si sólo tuvieran un poquito de vergüenza, se les caería la cara de presentar determinados argumentos cuyo éxito no radica en modo alguno en su deplorable sostenibilidad intelectual, sino en el previo envenenamiento de sus destinatarios, incapaces de razonar por sí solos ni un centímetro más allá de las consignas emanadas de los aparatos de propaganda del partido que si en el caso de algunos de ellos, al menos, les da de comer en forma de carguitos y prebendas a expensas del erario público (¡faltaría más!), en el de la gran mayoría ni siquiera eso.
©L.A.
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