Beato Jerónimo Ochoa Urdangarín Jerónimo, natural de Goñi (Navarra), nació el 28 de febrero de 1904. Hijo del matrimonio formado por Francisco Ochoa Zubillaga e Ignacia Urdangarín Marticorena, muy católicos y fervientes educadores de sus hijos en el temor de Dios y en los deberes cristianos; eran pastores y pobres en bienes de fortuna. Séptimo de ocho hermanos, fue bautizado el mismo día de su nacimiento, por el sacerdote don José María Sagués, abad de la parroquia de san Ciriaco, el nombre de Jerónimo. Recibió el sacramento de la confirmación de manos del Obispo de Pamplona, Fr. José López Mendoza, el 25 de octubre de 1905. Era hermano carnal de Fray Auspicio y primo de Fray José de Calasanz Gorostieta, ambos fueron superiores provinciales de la Orden Hospitalaria. Francisco era el menor de los hijos del matrimonio formado por Alejandro Delgado Arenas y Margarita Pastor Lozano, cristianos de fe arraigada y buenas costumbres, y posición económica modesta de Puebla de Alcocer (Badajoz). El beato Primo Martínez de San Vicente fue el único que aún vivió varias horas en el hospital. Fue reconocido por el Dr. Sampol, pero su gravedad impedía toda intervención, pues tenía “destrozado todo el costado derecho, con gran pérdida de sangre y tejidos. Sufría mucho; padecía abrasadora sed y pedía agua; besaba el escapulario del Carmen que llevaba al pecho, y repetía: ‘Virgen del Carmen, ten piedad de mí; Señor, perdónalos como yo los perdono’, y otras jaculatorias; movía mucho los labios, musitando oraciones. Murió a eso de las siete de la tarde”.
Siendo todavía muy niño, sus padres cambiaron de residencia, estableciéndose en el pueblo de Larumbre (Navarra), en donde asistió a la escuela local, con no pequeño aprovechamiento, hizo la Primera Comunión y se vinculó mucho a la vida parroquial, participando en las Cofradías de la Santa Infancia y del Rosario; tenía una especial amistad con el párroco, de quien recibió orientación y apoyo moral y espiritual.
Su vida recta y fervor cristiano dispusieron su espíritu para sentir la llamada a seguir la vida religiosa, estimulado por el ejemplo de su hermano mayor Fr. Auspicio. Así, a los 17 años, el 10 de noviembre de 1921 se incorporó a la Orden Hospitalaria en Ciempozuelos, tras descubrir la orientación que necesitaba para centrarse en la nueva realidad. En Carabanchel Alto vistió el hábito hospitalario el 2 de junio de 1922 con el nombre de Fr. Jerónimo, dando inicio al noviciado canónico. El año de noviciado le hizo captar el valor de la vida religiosa y hospitalaria, que unido a su natural índole de humildad, laboriosidad y buena forma de ser, le dispuso plenamente para ser un religioso hospitalario ejemplar.
Al año siguiente, en la fiesta de san Juan Grande, 3 de junio, emitió la profesión de los votos temporales; la profesión solemne la hizo el 6 de marzo de 1928. Prácticamente su vida como hospitalario en servicio de los enfermos la desempeñó como responsable de la cocina, sintiéndose contento y realizado en ello, y le daba oportunidad de estar muy cerca de las necesidades de los mismos enfermos, y también ayudando a tantos pobres que acudían a solicitar ayuda y alimentos. De índole buena y carácter sencillo, se transparentaba en él un alma noble, de buen humor, con alegría contagiosa y capacidad para quitar penas de alrededor, pero al mismo tiempo era de temperamento fuerte y vehemente, aunque sin recelos.
Al abrirse la Escolanía Misionera Hospitalaria, de Talavera de la Reina, al principio del año 1935, el beato Jerónimo Ochoa fue destinado a la misma.
Beato Juan de la Cruz Delgado Pastor
Francisco fue bautizado el mismo día de su nacimiento, el 10 de diciembre de 1914, en la parroquia de Santiago el Mayor de Puebla de Alcocer. Tenía dos hermanos mayores: Ángel, que fue religioso hospitalario y murió en 1931, y Sebastián.
El sacramento de la confirmación lo recibió después haber ingresado en la Escuela Apostólica de Ciempozuelos, el 25 de septiembre de 1931. Sus padres se preocuparon de su educación cristiana, y practicaba sus deberes religiosos frecuentando la parroquia con ellos. Asistió a la escuela del pueblo, mostrándose inteligente y capaz intelectualmente.
Huérfano de padre, su madre pasó a servir a unos señores a los Matos del Gargáliga, en el campo, a unos 20 kilómetros de Puebla de Alcocer, por lo que nuestro beato a los 12 años se fue a vivir con su madre y dejó de asistir a la escuela.
Dos años más tarde, a los 14, ante el ejemplo de su hermano Ángel, manifestó su deseo de hacerse Hermano de san Juan de Dios. Su madre no estaba con ánimo de quedarse sin su compañía y se oponía. La insistencia hizo que al fin accediera la madre y, aprovechando la profesión temporal de su hermano Fray Ángel, ingresó en la Escuela Apostólica de Ciempozuelos en el mes de junio de 1929. Los dos años que estuvo aprovechó mucho, y desarrolló sus conocimientos y capacidades intelectuales.
El 7 de diciembre de 1931 tomó el hábito hospitalario en Carabanchel Alto, dando inicio al noviciado canónico. Durante este tiempo, su conducta fue ejemplar, tanto en observancia regular como en piedad y fervor. Al año siguiente, en la solemnidad de la Inmaculada, 8 de diciembre, emitió la profesión de los votos temporales, pasando a continuación al neoprofesorado de Ciempozuelos.
En el mes de octubre de 1933 fue destinado al hospital san Rafael de Madrid al servicio de los niños enfermos, quienes le absorbieron demasiado; poco después pasó a nuevamente a Ciempozuelos hasta que en 1935 fue trasladado a la Escuela Apostólica de Talavera de la Reina, como profesor ayudante.
Su temperamento juvenil, amable y bondadoso era adecuado para los muchachos en aquel momento, tanto más porque el momento social y revolucionario que se estaba viviendo en toda España, les afectaba en demasía. Personalmente vivía con generosidad su vocación y consagración llevando una fuerte vida espiritual en oración, devoción a la Eucaristía, a la Santísima Virgen ‐“su madrecita del cielo”‐, mortificación y penitencia; incluso dormía sobre una tabla por sus “ansias de reparar las ofensas divinas y de impetrar la salvación de las almas pecadoras”.
Hecho a la posibilidad real de que tuviese que ofrendar su vida, la noche anterior a su martirio, manifestó sus deseos de morir como víctima expiatoria por la salvación de España: “Debemos estar contentos, muy contentos y prontos a dar nuestra vida, si Dios nos la exige”.
Escolanía Misionera Hospitalaria de Talavera de la Reina
La situación de tensión y de inseguridad en Talavera crecía día a día desde el 18 de julio de 1936 con el levantamiento militar en el país. El 23 sufrió la Casa un minucioso registro con amenazas y graves ofensas: no encontraron más armas que objetos religiosos. El beato Primo les ofreció un refresco al final. Al marcharse los milicianos dijeron al Hermano Juan de la Cruz: “Sabemos que son ustedes muy listos, pero tendrán que mudar de oficio”.
El 25 de julio, fiesta del Apóstol Santiago, los cuatro componentes de esta comunidad se convirtieron en los “protomártires hospitalarios de la persecución religiosa de 1936”.
Sobre las diez de la mañana se presentaron en la casa un grupo de milicianos, la registraron y se llevaron a los cuatro religiosos, “en fila india, en medio de dos hileras de milicianos y acompañados de una gran chusma, les condujeron golpeándoles con la culata de los fusiles”.
Unos testigos dijeron “que jamás podrían olvidar tan triste espectáculo”.
Mientras eran llevados, al beato Federico se le obligó a levantar los brazos y caminar de prisa, y al no poder seguirlos por su ancianidad, tropezaba con frecuencia, y a empellones acompañados de insultos y groserías, le hacían seguir a los otros.
Llegados a la plaza del Ayuntamiento fueron incitados a blasfemar y a proferir vivas al comunismo. Entonces el beato Ochoa, con voz “potente y sonora”, gritó un ¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva España!, que estremeció a todos. La reacción inmediata fue de furor, acarreándole golpes e insultos, que llenaron de valor al mismo beato y a sus hermanos de hábito.
En el teatro Victoria (bajo estas líneas), donde estaba la sede del tribunal, comparecieron ante el mismo. Comienza el interrogatorio por el más anciano, el beato Federico, que contesta a la pregunta de cómo se llama: “Me llamo Federico y soy sacerdote, y como no sé el tiempo que hemos de estar aquí, traigo unas hostias por si puedo celebrar Misa”. Su ingenuidad provocó las iras, pero no fue a más de momento. Al pedirle declaración al Beato Primo se presentó como el superior y dio cuenta del centro con sencillez y naturalidad.
Tras la parodia del juicio, fueron recluidos hasta las 16,30, en que se los llevaron en un coche. A la salida de Talavera, junto a la ermita de Ntra. Sra. del Prado, los bajaron, les hicieron caminar “y, a quema ropa, les acribillaron a tiros de pistola, fusil y escopeta”.
Los asesinos volvieron a la ciudad diciendo que en la carretera, junto a la ermita, había cuatro cadáveres de perros rabiosos. El beato Juan de la Cruz Delgado, se arrastró hasta cerca de un puente y hacía señales a los transeúntes implorando auxilio; fue encontrado aún con vida; tenía destrozada la cara y el pecho; no podía hablar, pero señalaba la gran cruz de piedra que hay en el lugar, levantaba los brazos y juntaba las manos, haciendo ademán de pedir misericordia. Falleció cuando le conducían al hospital.
Trasladados los cadáveres al cementerio, el conserje, como desconocía los nombres, les dio sepultura individual y los colocó por orden de edad.
El beato Federico Rubio murió de inmediato, al morir mártir, tenía 73 años de edad, y 50 de profesión.
El beato Primo Martínez de San Vicente, al morir mártir, tenía 67 años de edad y 48 de profesión.
El beato Jerónimo Ochoa, cayó muerto en el acto, al morir mártir, tenía 32 años de edad, y 13 de profesión.
El beato Juan de la Cruz Delgado, al morir mártir, tenía 21 años de edad y 4 de vida religiosa como Hermano de san Juan de Dios.
Liberada Talavera en el mes de septiembre de 1936, el 11 de noviembre se hizo la primera exhumación de los cadáveres de los cuatro Hospitalarios. Colocados en sus ataúdes respectivos y cubiertos con el hábito hospitalario, fueron nuevamente sepultados.
El 22 de noviembre de 1946 fueron exhumados en el cementerio de Talavera, colocándolos en sendas urnas nuevas, siendo trasladados al sanatorio de Ciempozuelos de los Hermanos de san Juan de Dios. Preparada la sepultura en la “Capilla Cementerio” de los Hermanos en el cementerio municipal fueron inhumados a ambos lados del altar.
Por fin, el 7 de abril de 1992, después de la aprobación del Proceso por martirio (14 de mayo de 1991), y antes de la beatificación (25 de octubre 1992), se hizo el reconocimiento canónico de los restos de los cuatros hospitalarios, siendo después colocado en la iglesia del Centro San Juan de Dios de Ciempozuelos (Madrid).