La bibliografía martirial de los 71 Hermanos de San Juan de Dios, que el Beato Juan Pablo II elevó a los altares el 25 de octubre de 1992, es muy profusa. Podemos citar a Félix Lizaso Berruete que aquel año publica “Testigos de la misericordia hasta el martirio” (Madrid, 1992); a Octavio Marcos Bueno y sus trabajos: “Violencias, profanaciones y asesinatos cometidos por los marxistas en los Establecimientos de San Juan de Dios: Ciempozuelos, Carabanchel Alto y Talavera de la Reina” (Palencia, 1938) y “Testimonio Martirial de los Hermanos de San Juan de Dios en los días de la persecución religiosa española” (Madrid, 1980); o a Rafael Mª Saucedo Cabanillas con “Hasta el Cielo. Biografía y martirio de 54 Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios” (Madrid, 1952). Natural de Benavides de Órbigo (León), nació el 3 de diciembre de 1862. Era hijo del matrimonio formado por Luis Pío Rubio Martínez y Gregoria Álvarez Sevillano, cristianos fervorosos y de posición económica venida a menos. Tuvo dos hermanos, Marcelina y Simón, que también fue religioso de san Juan de Dios. Muerto el padre muy joven, la madre se casó en segundas nupcias, fruto de esa relación nacieron otros cuatro hijos. Nació el 9 de junio de 1869, hijo del matrimonio formado por Rufino Martínez de San Vicente Antía y Andresa Castillo Amescoa, cristianos ejemplares, piadosos y de buenas costumbres; labradores de profesión de San Román de Campezo (Álava), gozaban de una posición económica bastante desahogada. Tuvieron seis hijos, de los cuales tres fueron religiosos: Juana, hospitalaria, Federico, Pedro, agustino recoleto, muerto en olor de santidad en Venezuela, el beato Primo y Leonarda.
El episodio que narramos nos traslada a la localidad toledana de Talavera de la Reina (Toledo) y tiene como protagonistas a cuatro hospitalarios y una casa recién abierta. Un año antes del estallido de la Guerra Civil, en 1935, la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios abrió una escolanía misionero-hospitalaria con finalidad vocacional en Talavera.
“El Castellano”, que era un diario católico de información que se editaba en Toledo, publica en el ejemplar del jueves 7 de febrero de 1935 un artículo de Fray Jacinto del Cerro de la Orden Hospitalaria. Lleva por título “A la paz de Dios, hermanos”.
“Con esta corta pero santa palabra, quise comenzar la cuartilla para darte mi saludo en nombre de mis hermanos, los hijos de san Juan de Dios; de aquel hombre que se hizo pobre para socorrer a los pobres… otros religiosos que ya pasaron, asistiendo a todos los que llegaban al Hospital que, con el título de San Juan de Dios, regentaban en esta misma ciudad (NR. Se refiere a la primera fundación que la Orden hizo en Talavera de la Reina en 1657 el Convento Hospital de Nuestro Padre San Juan de Dios y Nuestra Señora de Belén de Talavera de la Reyna, con doce camas, que atendían 8 hospitalarios. Se encontraba cerca de la conocida Plaza de la Cruz Verde. La comunidad se extinguió en 1821 con arreglo a las medidas de exclaustración de las Cortes. Tras un fugaz restablecimiento en 1823, el convento fue reedificado en 1832, desapareciendo de manera definitiva al poco tiempo. En 1845 San Juan de Dios fue asumido por la Junta Municipal de Beneficencia).
Ciudad de Talavera… Sé que acogerás cariñosa a los que hoy llegamos a tu recinto trayendo en los labios las palabras y en las acciones las obras del gran padre de los Pobres.
Beato Federico Rubio Álvarez
Fue bautizado a los dos días de su nacimiento, por el sacerdote don Cayetano Núñez, vicario de la parroquia de san Martín, y se le puso el nombre de Carlos. El sacramento de la confirmación lo recibió de manos del Obispo de Oviedo, el día 20 de julio de 1871.
Desde niño, aunque se manifestó muy piadoso y con deseos de ser sacerdote, no le fue posible hacer los estudios. En cambio pronto tiene que dedicarse a cuidar el rebaño de sus padres, junto con las ovejas de otros vecinos del mismo pueblo. A los 14 años pasó a vivir a Veguellina de Órbigo (León), acompañando a su hermana, de servicio en la casa del sacerdote.
En un encuentro con los Hermanos de san Juan de Dios se informó de la misión de la Orden Hospitalaria, solicitando después el ingreso; se incorporó a la misma en Ciempozuelos el 18 de mayo de 1882. Desde el primer momento se distinguió por su interés por superarse, en su piedad, laboriosidad y entrega en favor de los enfermos. El día de Reyes de 1885, hizo su entrada canónica al noviciado; durante el mismo “fue un ejemplo vivo de caridad, humildad y obediencia”. Al año siguiente, el 7 de febrero, emitió la profesión de los votos temporales ante el entonces Provincial, san Benito Menni (bajo estas líneas), al que siempre profesó un afecto especial.
El primer servicio hospitalario que se le confió fue el de limosnero en Madrid. Tuvo pronto contacto con una familia de profesores que se brindó a instruirle; aceptó porque deseaba ser más útil a la Orden mejor formado; sus tiempos libres los aprovechaba al máximo e hizo grandes adelantos en relativamente poco tiempo. El 25 de julio de 1889 hizo la profesión solemne.
La vida ejemplar y las mejoras en el estudio movieron a san Benito Menni para proponerle, el año 1892, los estudios de teología, los cuales sin embargo tuvo que alternar con diversos prioratos: Palencia, Gibraltar y Granada. En 1896 el General de la Orden, Fr. Casiano Gasser, le liberó de los cargos y le mandó a Roma para que estudiase los últimos años en la Universidad Gregoriana, siendo ordenado sacerdote el 12 de febrero de 1899.
Su plena disponibilidad dio oportunidad para que de inmediato fuera nombrado maestro de novicios (1899‐1905), que repitió también más tarde (1925‐1931). Igualmente fue nombrado Prior de San Rafael de Madrid (Acacias), que alternaba con el de consejero provincial (1905‐1911); a su esfuerzo en este tiempo corresponde la adquisición y fundación del nuevo hospital en Chamartín. En el capítulo de 1911 fue elegido superior provincial de la Provincia hispano‐méxico‐lusitana de San Rafael, que duró hasta 1919; luego fue nombrado Prior de Gibraltar (1919‐1922).
Libre de cargos, su experiencia y virtud unidas a su ministerio sacerdotal puso al servicio de diversos centros como director espiritual en la Escolanía de Ciempozuelos (1922‐1925), luego como capellán de Calafell y Gibraltar (1931‐1935). Y, finalmente, en Talavera de la Reina (1935‐1936), donde será premiado con la corona del martirio.
En la vida del beato Federico Rubio sobresalen entre sus preferencias espirituales: la mayor gloria de Dios, su confianza en la Providencia y el bien de la Orden en plena observancia y beneficio de los enfermos, con singular sencillez de espíritu, sumisión, mortificación, y devoción a la Santísima Trinidad, Sagrada Familia y a Ntra. Sra. del Sagrado Corazón.
En la vida del beato Federico Rubio sobresalen entre sus preferencias espirituales: la mayor gloria de Dios, su confianza en la Providencia y el bien de la Orden en plena observancia y beneficio de los enfermos, con singular sencillez de espíritu, sumisión, mortificación, y devoción a la Santísima Trinidad, Sagrada Familia y a Ntra. Sra. del Sagrado Corazón.
Tomando algunos breves párrafos de sus cartas podemos llegar a conocer el temple de espíritu que acompañaba a su vocación dentro de su personal simplicidad y no tanto brillantes cualidades intelectuales. Ante una acción, expresaba: “que ello ha de ser para gloria de Dios, eso es lo que entra en el peso de mi balanza; todo lo demás no tiene peso ni valor alguno para mí”.
“Sentía deseos de morir mártir, y el día de san Federico, su patrón, inculcaba a los novicios que pidiesen a su santo Patrón le alcanzase del Señor la gracia de imitarle en el martirio. Solía disciplinarse frecuentemente, casi todos los días, y se azotaba tan fuerte que los golpes se oían fuera de su celda”.
Beato Primo Martínez de San Vicente Castillo
Fue bautizado al día siguiente de su nacimiento, en la parroquia de la Natividad de la Virgen, y se le puso el nombre de Primo por el santo del día. A los 9 años, en 1878, recibió el sacramento de la confirmación de manos del Obispo de Vitoria, Monseñor Sebastián Herrero y Espinosa de los Monteros.
Vivió una adolescencia ejemplar, frecuentando los sacramentos y entreteniéndose con los compañeros y amigos en juegos inocentes y piadosos. A los 16 años, el 13 de mayo de 1885, ingresó en la Orden Hospitalaria en Ciempozuelos, y dada su juventud, poco a poco fue dándose cuenta del paso dado y captando el espíritu de la hospitalidad. En la fiesta de Reyes, de 1886 tomó el hábito hospitalario con el nombre de Fray Primo y dando principio al noviciado canónico; este segundo paso le ayudó mucho para comprender con más profundidad su vocación y captar mejor el espíritu de la hospitalidad; sus avances formativo‐espirituales eran manifiestos. Emitió la profesión con los votos temporales el 11 de octubre de 1887 ante san Benito Menni, al igual que hizo los votos solemnes, el 24 de agosto de 1902.
Su larga vida hospitalaria transcurrió en una continua entrega fiel y generosa a Dios y a su vocación dentro de la Orden, en centros psiquiátricos (Ciempozuelos y Sant Boi de Llobregat) y de niños huérfanos, lisiados, etc. (Málaga, Pinto y La Línea de la Concepción). En 1905 los superiores pensaron en él para que estudiase la carrera sacerdotal; pero, después de un primer intento, lo dejó.
De 1909 a 1915 estuvo destinado en México. Allí se le anima para seguir los estudios sacerdotales y nuevamente, después de cierto tiempo, lo dejó, a pesar de que el Arzobispo de México había prometido que le iba a ordenar. Después colaboró muy activamente, “con mucho cariño y acierto”, en el colegio adjunto al hospital de san Martín, de Guadalajara, Jalisco. La revolución sufrida en México en 1915 hizo que se cerrara el hospital y el colegio, y el beato Primo volvió a España. Bajo estas líneas, imagen del altar mayor del Templo San Juan de Dios de Guadalajara (en el estado de Jalisco, México).
De vuelta en España, trabajó en el Hospital de San Rafael de Madrid y también en el de San Francisco de Paula, llamado de los obreros, e igualmente en los sanatorios psiquiátricos de Ciempozuelos, Santa Águeda de Guipúzcoa y Málaga, de donde pasó a Talavera, como Vicario‐Prior y Dios le reservaba la corona del martirio. En todos los servicios, en los que estuvo destinado, se veía siempre "el hombre piadoso, apacible, de sonrisa suave y benévola, de conversación amena y reflejando una compostura exterior, espejo de un alma toda de Dios”.