Las llamaradas siempre las produce el fuego. Pero hay dos clases de fuego, un fuego material que todos conocemos y que nos ilumina y calienta y un fuego espiritual, que en esta vida, no son muchos los que lo conocen, pues hay que estar muy cerca de Dios, para haber experimentado el fuego de su amor con que Dios corresponde a esas almas, que se je han entregado plenamente, y que ya ahora son totalmente suyas. Al final todos vamos a conocer el fuego del amor de Dios, aunque de diferentes formas, pues los reprobados en el infierno lo sentirán de distinta forma que las almas del Purgatorio, o de aquellas otras que estando ya absolutamente limpias, y tengan la dicha de contemplar el Rostro de Dios. Los dos fuegos, material y espiritual, queman y abrasan de distinta forma y ambos tienen una característica común y es la de que son purificatívos. El fuego material purifica la materia, el fuego espiritual purifica nuestras almas, salvo el del infierno, que no tiene nada que purificar.

 

           Como siempre ocurre, al ser el orden espiritual superior al material, las manifestaciones del primero son siempre mucho más perfectas e intensas, que las materiales que conocemos y al fuego espiritual le ocurre lo mismo que a la luz espiritual. Nada tiene que ver, la luz que emanaba de la transfiguración del Señor en el Thabor con la luz material del sol, y así nos lo testifican los tres apóstoles  que acompañaron al Señor en el Thabor (Mt 17,1-9), (Mc 9,114), (Lc 9,28-36). Esa luz era algo asombroso e irreal, y eso que, tal como dice el obispo Sheen: “No se trataba de la plena manifestación de la divinidad, que ningún hombre podía contemplar sobre la tierra, ni tampoco era su cuerpo glorificado, puesto que aún no había resucitado de entre los muertos, pero poseía una propiedad de gloria” Son bastantes las personas que han tenido una NDE (Near dead expirience – Experiencias alrededor de la muerte) y todas ellas cuando han vuelto de este episodio, coinciden en hablar de una luz maravillosa, deslumbrante, pero que no deslumbra y algo sorprendente es una luz de la que emana amor y eso que solo vieron unos lejanos reflejos. En definitiva por mucho que miremos al sol o a una bombilla, nunca encontraremos una, que además de dar luz nos regale amor. Es evidente por lo tanto que la luz material que conocemos, nada tiene que ver con la luz espiritual que desconocemos.

 

           Con el bautismo el alma recibe la inhabitación de la Santísima Trinidad, se convierte en templo vivo de Dios. Recibe a mi juicio, una  hoguera con su mecha preparada para ser encendida. Si tarde o temprano, cualquier persona poseedora de esta mecha, con su acercamiento a Dios, con su oración, llega a encender esa hoguera, esta puede tomar caracteres de incendio, porque Dios es un fuego que devora. A partir del momento en que la mecha de la hoguera haya sido encendida, el alma, solo ha de hacer dos cosas; seguir orando y abandonarse en Dios, dejarse llevar por Él, no pretendiendo hacer nada por cuenta propia. Así, esa alma será eternamente dichosa y habiendo comenzado su dicha, ya aquí abajo. Pero desgraciadamente son pocas las hogueras de amor que se encienden en el mundo, por eso el alma elegida ha de ser una pirómana, por amor al Señor.

 

           Cuando un persona se propone en serio y de verdad, perseverantemente servir al Señor, cuando nuestro corazón se abrase en el fuego del amor divino, e incluso físicamente sienta las llamaradas de ese fuego de amor, habrás llegado a la unión con el Amado porque entonces, llega un momento en que nuestra alma entre en el estrecho ámbito del amor del Señor, el cual, si bien a todos nos quiere como sabemos, quiere a unos y los ama más que a otros, y no puede ser de otra forma, porque el amor entre otras exigencias tiene una que es la reciprocidad, cuando más amemos, más nos amaran. San Juan de la Cruz expresa esto en su conocida frase: Donde no hay amor pon amor y encontrarás amor. Y este mayor grado de amor al Señor, determinará en día de mañana un mayor grado de glorificación para el alma de que se trate.

 

          Pues bien en ese especial e íntimo ámbito de amor al Señor, se encuentran las almas, que desde hace tiempo, pues la perseverancia es un factor esencial para el progresivo aumento nuestro amor al Señor, se han entregado sin reservas al amor del Señor, su confianza en el Señor es absoluta, pues cuando se entregaron, le dieron al Señor el timón de sus vidas, en forma tal, que estas almas carecen de voluntad propia, su voluntad es la divina y ellas viven en el corazón de su Amado, que es un horno alimentado por el fuego de amor del Señor, pues así es el amor del Señor con los que le aman, es para ellos un fuego de amor.

 

             El Señor dijo: "He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!  ¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división. Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la  madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”. (Lc 12,49-53).

 

             Dios es un fuego devorador, un fuego que consume. Transforma en Él todo lo que toca. No se puede pretender acercarse a Dios sin dejarse devorar por este fuego. Por eso la oración es una aventura peligrosa, a la que -escribía Jean Lafrance- habría que ponerle, un cartel de aviso con un calavera y dos tibias cruzadas, y un letrero que dijese ¡Peligro de muerte! No comprendo como al demonio tan inteligente que es no se le ha ocurrido esta idea. Pero bendito peligro que muchos anhelamos. De todas formas el peligro puede evitarse, porque el fuego devorados del Señor, no puede nada sin el consentimiento de nuestra libertad; pero si nosotros le decimos “si” y le pedimos al mismo tiempo que el poder del Espíritu Santo actúe en nosotros, no nos lo puede no quiere Él negarnoslo, tal como escribe Jean Lafrance y habremos hecho el mejor negocio de nuestra vida, porque nos habrá tocado el gordo de la lotería, sin haber comprado ningún décimo.

 

            El cielo supone el perfecto amor de Dios, identificar absolutamente nuestra voluntad con la del Señor y esto se puede y debe de ser alcanzado en esta vida, por todos nosotros con carácter directo sin pasar por el apeadero del Purgatorio, puesto que siempre nos será menos costos, purificarnos aquí abajo en el fuego de amor del Señor, que tener que ir a la otra purificación por el fuego del Purgatorio; el modo más fácil es santificarse aquí y ahora.

 

         Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

  

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-       Libro. LA SED DE DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461316281 

-       Contacto físico afectivo. Glosa del 17-0810

-       Fuego del infierno y goces del cielo. Glosa del 041211

-       Fuego devorador de Dios. Glosa del  25-0310

 

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