En una noticia que ya recogimos en el Termómetro de persecución religiosa que publica semanalmente esta columna (), comentábamos perplejos que la ciudad que constituye la mismísima capital de Europa, Bruselas, iba a sustituir este año el maravilloso árbol de navidad que tradicionalmente se erguía en su Grande Place, una de las plazas más bonitas del mundo, por una escultura luminosa que pocos saben qué representa ni qué ha costado. Hoy que nos hallamos ya en situación de conocer el espantajo que va a presidir la mágica plaza bruselense durante los días que nos aprestamos a celebrar, me apresuro a traerlo aquí para que no se priven Vds. de conocerlo y disfrutarlo (véalo en la fotografía).
Nos venderán que se trata de un paso adelante en aras a la modernización de costumbres que se quedan obsoletas. Otros nos hablarán de una abstractización del viejo concepto “árbol de navidad”. Muy posiblemente tampoco falte algún acólito del poder engrosándose el bolsillo y el de algún amigo en un despacho público a cuenta de la falta de talento del primero y de la de escrúpulos del segundo, tan acordes a los tiempos. Pero más allá del pésimo gusto que expresan muchas de las propuestas vanguardistas que nos propone un mundo en el que seis de las siete bellas artes hace tiempo que tienen muy poco que ofrecer, son muchos los que se malician que la cosa tiene poco que ver con el gusto vanguardista y está más relacionada con el celo con el que un sector de la sociedad disfraza de “exquisita sensibilidad” lo que no es otra cosa que miedo pánico: el que profesa hacia una comunidad, la musulmana, que en el caso de la capital de Bélgica y de Europa, asciende ya al 25% del total de su población.
A la vista del espantajo bruselense, resulta difícil evadirse el recuerdo de las estadísticas aportadas en el Sínodo para la Nueva Evangelización por el Cardenal Turkson, aunque el pobre prelado ganés haya tenido que excusarse por haberlas aportado: “Francia podría ser una república islámica en 39 años”. “En Holanda, el 50% de los recién nacidos son musulmanes, y en sólo 15 años, la mitad de la población holandesa será musulmana”. ¡Quince años, sólo quince años, para que emerja una nueva potencia islámica en el mismo corazón de Europa! No faltará quien más allá de impostadas sensibilidades, lo celebrará de todo corazón, y entre ellos, los miles de ancianos holandeses que aterrados por las leyes de eutanasia neerlandesas, abandonan cada año su país presentando sus solicitudes de ingreso en los asilos de ancianos de la vecina Alemania, pues todo hace pensar que semejantes leyes no tengan demasiado futuro en una sociedad mayoritariamente islámica.
Mientras todo ello ocurre y en aras de una malentendida modernidad, -la misma que sustituye el precioso árbol de navidad de la Grande Place por un adefesio que es un espantajo- los europeos renegamos de las raíces cristianas de nuestro continente, y haciéndolo, de alguna manera renegamos también del sistema democrático de convivencia, del edificio de libertades y derechos individuales (de hecho ni siquiera nominalmente reconocidos por muchos estados islámicos), y de la separación iglesia-estado, logros que, por mucho que a tantos pese y se nieguen a reconocer, el cristianismo y sólo el cristianismo ha propiciado.
Por toda receta ante los retos que afronta Europa, mucho aborto, mucha píldora del día después, mucho divorcio express, mucha familia destrozada, mucho sexo desenfrenado y mucho botellón… Y si nos hablan de problemas a más de diez semanas vista, mucho volver la cara para mirar hacia otro lado, imponiendo el silencio a quien avisa.
Por toda receta ante los retos que afronta Europa, mucho aborto, mucha píldora del día después, mucho divorcio express, mucha familia destrozada, mucho sexo desenfrenado y mucho botellón… Y si nos hablan de problemas a más de diez semanas vista, mucho volver la cara para mirar hacia otro lado, imponiendo el silencio a quien avisa.
A la vista del adefesio instalado en la capital de Europa, -ni siquiera a su sombra porque ni sombra produce el espantajo-, hora es de preguntarse: “Sed qvo vadis, Europa?”.
©L.A.
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