(PRIMERA PARTE: MISTERIO DE LA IGLESIA)
Un año más vamos a celebrar el Adviento. Y un año más seguimos viendo nuestra propia situación ante el Señor, y un año más vemos que no estamos satisfechos con nuestro modo de proceder. Y si miramos al mundo, tampoco estamos conformes con el estilo de vida que se está llevando. Tanto si nos miramos a nosotros como si miramos al mundo, ambas realidades nos causan pena y preocupación. La nuestra, porque muchas veces hemos iniciado nuestra vuelta en serio hacia el Señor y no lo hemos conseguido. Y la de nuestro mundo con un bajón de los valores morales decayendo de manera alarmante.
La fe personal de muchos de nosotros parece que se va enfriando; la oración, es decir, la vivencia de nuestra amistad con Jesús, no la cuidamos; nos limitamos a cumplir con algunos deberes religiosos y no nos decidimos a ser generosos con el Señor tanto con respecto a Él como con respecto a los hermanos. En otras palabras, no queremos complicarnos la vida.
Además, no nos acabamos de dar cuenta de que estamos siendo víctimas de los criterios que se van imponiendo en nuestra sociedad en cuanto a pérdida de valores morales y humanos.
¿Ejemplos? Los que se quieran: la amenaza de la vida humana en su comienzo y en su fin, la biotecnología, la banalización de la sexualidad, la indefensión de la familia, la discriminación de la mujer, drogadicción, sida, abandono de mayores, problema de la inmigración, brotes de xenofobia, la marginación y discriminación, el terrorismo... Y de este mundo formamos parte los discípulos de Jesús.
Con frecuencia no sabemos qué hacer. Nos quejamos diciendo que el mundo va mal, que cada día va peor, pero ¿qué estamos haciendo los cristianos para mejorar hombres y mujeres, y empezar en serio a renovarnos personalmente y a actuar positivamente en el cambio moral que necesita nuestra sociedad? Si queremos de verdad tomar la vida en serio, el Adviento es tiempo de renovación y ocasión para empezar de nuevo.
Pienso que los que creemos en Jesús debiéramos preguntarnos ¿cómo deberíamos vivir para reencontrarnos con Él, y que ésta debiera ser nuestra tarea al iniciar el adviento: mirar al Señor y dejarnos encontrar por Él, siendo muy conscientes de que el Señor nos quiere y confía en nosotros.
Ofrezco a la consideración de los lectores tres puntos sobre la realidad de la Iglesia y nuestro quehacer en ella: A) Su misterio, B) su comunión y C) su misión.
SU MISTERIO
No pretendamos comprender la realidad de la Iglesia viéndola como una sociedad como otra; es una sociedad, sí, pero con la particularidad de que en ella está Jesús como cabeza de todos, de quien recibimos vida, luz, esperanza, fuerza… y de quien recibimos la salvación. Más que intentar definirla, recordemos unas imágenes bíblicas, como la vid y los sarmientos, la cabeza y los miembros de un mismo cuerpo, pueblo de Dios… y si queréis, otro ejemplo no bíblico que puede ayudar a comprenderla:
Un equipo de alpinistas está en una competición escalando una cumbre; el guía va delante abriendo camino por el que van subiendo los demás miembros del equipo. Cuando el guía llega a la cima, el equipo ha conseguido la victoria aunque no estén ya todos en la cima, como cuando un futbolista mete un gol; el gol se cuenta a favor del equipo, no sólo a favor de quien lo ha metido. Podríamos decir que la Iglesia es el equipo de Jesús. Cuando Jesús conquistó la meta, los que formamos equipo o cuerpo con Él, ya hemos llegado también con Él a la meta, aunque todavía no estemos de manera individual en ella; pero ya es nuestra la conquista de Jesús.
No comprenderemos nunca lo que es la Iglesia si no vivimos su misterio, es decir, la presencia de Jesús en ella formando cuerpo con nosotros. Es algo así como uno que no comprende lo que es la familia mientras no forma parte de ella.
Si vivimos con Jesús y caminamos por la vida dejándonos acompañar por Él, estaremos experimentando lo mismo que vivieron los discípulos de Emaús, cuando dijeron que su compañía les hizo arder el corazón en el camino. Y, también como ellos, podremos decir a todo el mundo lo que ellos dijeron a los apóstoles: Hemos visto al Señor. Hemos de decir a todo el mundo con nuestro testimonio, que ya hemos visto a Jesús, e invitarlos a que caminen también con Él. En este caminar con Jesús es el núcleo de la Iglesia.
¡Cuánto le gustaría al Señor si nos decidiésemos a empezar el Adviento con este espíritu de preparación para la venida de Jesús en Navidad!
José Gea