Juan Pablo II escribió varios libros a lo largo de su vida como pontífice. Por lo tanto, no es algo inusual que un Papa se convierta en un escritor y en un escritor de éxito. Es mucho menos normal que ha decidido afrontar la publicación de una obra dedicada a glosar la figura de Jesucristo, una biografía del fundador de la principal religión del planeta.
El que acaba de publicarse esta semana es el tercero y último de la trilogía. Es, a la vez, el primero, puesto que está dedicado a la parte inicial de la vida del Señor, a su encarnación y a sus primeros pasos hasta el inicio de la vida pública.
El objetivo del libro, como el de los dos anteriores, es mostrar la historicidad de los Evangelios y quitar la idea introducida por la crítica liberal y racionalista del siglo XIX de que el llamado "Jesús histórico" no tenía casi nada que ver con el "Cristo de la fe". Benedicto XVI demuestra que no hay distinción entre ambos y que los Evangelios nos permiten conocer quién fue, qué hizo, cómo vivió, como murió y cómo resucitó Jesús de Nazaret, segunda persona de la Santísima Trinidad, el Hijo de Dios hecho hombre.
Había expectación sobre lo que diría el Papa acerca del tema de la virginidad perpetua de María. Unas declaraciones poco afortunadas del actual prefecto de Doctrina de la Fe, el alemán Müller, nombrado para el cargo por este Pontífice, habían hecho aumentar el interés sobre este punto. El Papa ha sido tajante y muy claro: la virginidad de mantuvo también en el parto, pues, como dijo el ángel Gabriel, "para Dios nada hay imposible". Si le quitamos a Dios la posibilidad de modificar el curso material de las cosas -añade-, le estamos quitando su omnipotencia como Creador. Y concluye: la intervención extraordinaria de Dios en la historia de Jesús tuvo lugar en dos momentos de su vida: justo al principio y al final; al principio, con la concepción virginal de María, y al final con la resurrección del cuerpo muerto del Crucificado.
Algunos dirán que el Papa no podía haber dicho otra cosa, pues hay un dogma sobre la virginidad perpetua de María. Es posible. Pero podía haber callado sobre ello. En cambio, ha hablado y lo ha hecho claramente. La historicidad de lo que cuentan los Evangelios comienza, pues, por la concepción de Jesús en el seno virginal de su Madre, de nuestra Madre, de María. Laus Deo.
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