Para el cristiano Dios existe como un ser personal, distinto de los hombres y del resto de las seres existentes que fueron creados por él de la nada. Para la concepción de la Nueva Era Dios no es una persona, sino una fuerza universal, y no hay distinción entre él y las demás cosas que son parte de Dios, como el mismo hombre que también es divino. Lo resumiríamos en dos palabras: “Panteísmo” (del griego “pantos”que significa “todo”), es decir, todo lo que existe es Dios; y “monismo” (del griego “mono” que significa uno), es decir, no hay varios seres distintos (Dios, ángeles, hombres, animales, cosas) sino un único ser.
Naturalmente la oración que para el cristiano es una relación personal de amistad con Dios, ya no tiene sentido. Para la Nueva Era la oración o meditación es un buscar en uno mismo la divinidad, para alcanzar una iluminación que no me descubre el rostro de Dios, sino mis propias capacidades divinas.
Jesucristo no es el Hijo de Dios hecho hombre para estas nuevas creencias. Él es un iluminado más que fue capaz de usar los poderes mentales y divinos que hay en toda persona y que había alcanzado una plenitud muy elevada, seguramente después de muchas reencarnaciones. En ese sentido se habla de lo “crístico” pero no referido a Jesús de Nazaret, sino a ese poder de la mente o esa energía cósmica que todos debemos aprender a utilizar. Hay muchos cristos, tantos como nuevos maestros o iniciados en las ciencias ocultas.
Es absurdo hablar de pecado. No existe el mal, sino la ignorancia de los no iniciados. El bien se identifica con aquello que me agrada, porque es muy propio de la Nueva Era promover la idea de que una visión optimista de las cosas y una autoestima a prueba de bomba es capaz de superar todos los problemas. Algo así como: “Convénzase de que Ud. no es malo, de que no está enfermo, de que puede superar ese problema y sin ninguna duda Ud. dejará de ser malo, alcanzará la salud perfecta y nada podrá turbar su paz y su plenitud interior”. Por este camino eliminan todo sentimiento de culpa como invitando a no “preocuparse por nada”. El hombre no necesita ser salvado, ni redimido del pecado, ni mucho menos perdonado.
Finalmente el evangelio de Jesús habla continuamente de despojarse del propio “yo” (del egoísmo) para volcarse en el otro, primero en Dios y luego en el prójimo: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Es constante la llamada a servir a los demás, a salir de uno mismo, a amar en cristiano. Ese amor o caridad es una entrega. Diríamos que para la visión cristiana el hombre ha nacido para darse, nos ha mostrado a un Dios que lo da todo en la creación y en la redención, haciéndose uno de nosotros, y nos ha impulsado a entregarnos también nosotros como un camino de plenitud y felicidad, parcial e imperfecta en esta vida, plena y eterna en el Reino de los Cielos. Sin embargo la Nueva Era subraya el YO y lo hace de un modo radical y enorme, de modo quizás semejante al superhombre preconizado por Nietzche y que sirvió como base a la exaltación de la raza del nazismo. Me atrevo a decir que se promueve un hombre egoísta hasta los tuétanos, con ansias de ser dios, como subyugado por la antigua tentación que alguien susurró en los oídos del ser humano: “no morirán, serán como dioses” (Gen. 3,5).