“Puso su mirada en sus corazones”
(Eclesiástico 17, 8)
Señor, te ofrezco todo
lo que leo y escribo. Estos libros,
a los que tanto amo,
y que son una ínfima parte de tu Gloria.
Todo en mi vida es tuyo, lo sabes.
Todo, sin dejarme nada.
Desde por la mañana hasta la noche
te busco, pendiente de tu mirada.
Tanteo con palabras
tu presencia -esa transfiguración
de la nostalgia cotidiana-
y, en silencio, rezo con los poetas
y te pido que intercedas por el hombre
(¡y por mi vida!).
Señor, que se me abran por fin los ojos,
y que vea la Belleza
de tu rostro. En todo: en cada gesto
del amor de Ana, o en cada hoja del otoño.
¡Oh, sublime Poesía,
claridad diáfana del cielo, luz
de luz -fuente de infinitos colores-,
Espíritu de piedad y de ternura,
alivia mi sed de ti! Es lo único que deseo.
¡Qué me importa que el poema sea indigno
si yo te quiero!