La reelección de Obama como presidente de Estados Unidos va a tener, sin duda, graves consecuencias para la defensa de la vida y de la familia, no sólo en ese país sino en todo el mundo. La causa principal está en el hecho de que en el cuatrienio que tiene por delante, se jubilarán varios de los jueces del Tribunal Supremo y será Obama quien nombre a sus sucesores. Los jueces del Supremo son vitalicios y hasta ahora la mayoría habían sido nombrados durante los gobiernos conservadores.

 
 Pero la composición del Supremo norteamericano no es la única cuestión en la que la reelección de Obama va a tener consecuencias. Está pendiente el enfrentamiento con los obispos norteamericanos y con los líderes de otras comunidades religiosa a cuenta del llamado "Obamacare", la ley por la que los empleadores deberán subvencionar el uso de píldoras abortivas por sus empleados. Ante la negativa de la Iglesia de hacer eso, la única alternativa que se presenta es la de cerrar todas las instituciones católicas (colegios, universidades, centros de ayuda social, hospitales.....). Sólo las parroquias quedarían exentas, pues la ley establece esa exención para ellas.

 

Los obispos norteamericanos ya manifestaron su decisión de cerrar todo antes que transigir y obedecer una ley que va contra la libertad religiosa. Tenían la esperanza de que su duro enfrentamiento con Obama sirviera para impedir su reelección, pero no ha sido así. Ahora sólo cabe intentar negociar para conseguir una modificación de la ley que evite lo que sería una catástrofe para la Iglesia y para el país.

Conviene preguntarse entonces por qué los líderes religiosos católicos y el movimiento pro vida no han tenido la fuerza suficiente para impedir la victoria de Obama. La intervención de ambos grupos durante la campaña electoral y los meses que la precedieron fue muy clara. En las parroquias católicas se leyó, incluso, una carta que ponía de manifiesto el acoso a la libertad religiosa que implicaba el "Obamacare". Todo ha sido inútil. ¿Por qué?

Al menos se me ocurren dos motivos. El primero es más general: la sociedad norteamericana, supuestamente mucho más religiosa que la europea o la canadiense, está tan secularizada como éstas; por lo tanto, los líderes religiosos han perdido el peso que tenían y con él su influencia. El segundo hace referencia a los votantes hispanos, que han sido los que han dado la victoria a Obama -junto con los negros, pero entre estos los católicos son una pequeñísima minoría. Los hispanos no han hecho ningún caso a los obispos y esto se debe a que no son practicantes en su mayoría. La realidad, en Norteamérica o en Europa, es que los emigrantes hispanos no van a misa, aunque mantengan algunos restos de religiosidad popular. Para la mayoría de ellos la Iglesia sigue siendo una institución a la que acudir en busca de ayuda y nada más. Y si eso lo hacían en sus países de origen, con más motivo en Europa o en Estados Unidos, donde no se sienten en su casa.

Por lo tanto, el reto de la Iglesia católica norteamericana no es sólo defender la libertad religiosa frente a Obama, sino también evangelizar a los que supuestamente son católicos porque fueron bautizados en sus países de origen, pero ya no son practicantes. He leído que los republicanos norteamericanos no tienen futuro si no conquistan a los hispanos. Eso se puede decir también de la Iglesia católica en ese país. Y no va a ser fácil que lo logren.

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