En 2009 apareció la novela histórica “Toledo 1936, Ciudad mártir” el capítulo 39 se titulaba como el artículo de hoy.
Para conocer más sobre el Cristo de la Vega y el monumento al Sagrado Corazón ideado por el Cardenal Segura, podéis visitar el magnífico blog de Eduardo Sánchez Butragueño:
Toledo, domingo 27 de septiembre de 1936
Los marxistas observan que cada vez las fuerzas nacionales están más próximas. El Alcázar vuelve a sufrir hoy una de las jornadas más duras del asedio. Tras estallar una mina en la explanada este, los milicianos al asalto han colocado una bandera roja sobre los escombros. Con gran sacrificio y heroísmo la arrebatan los defensores y colocan en su lugar una bandera nacional.
Desde ayer se libran duros combates entre ambas fuerzas. Todos piensan que el general Varela intentará mañana la liberación del Alcázar, conociendo que la situación de los defensores es absolutamente crítica.
La panorámica que se ve de la devastada ciudad de Toledo ofrece no sólo la destrucción, prácticamente completa, del Alcázar, sino también la marca que la cruel persecución contra la Iglesia Católica ha dejado, mostrando un reguero de iglesias y monasterios incendiados y destruidos: recintos sagrados hechos cenizas, como los conventos de San Juan de la Penitencia o el de los Padres Carmelitas, la iglesia de La Magdalena, la de Santa Leocadia y la de San Lorenzo. El resto de iglesias y monasterios han sido víctimas de saqueos en los que se han destrozado retablos, imágenes y sepulturas. Conventos ruinosos, como el de las concepcionistas, el de las jerónimas de San Pablo, el de las franciscanas de Santa Isabel y el de las cistercienses de San Clemente; las iglesias de San Nicolás, de San Lucas, de San Andrés y la de San Miguel, derruidas; y la destrucción causada en ambos seminarios.
Junto a esto, la profanación de tumbas o la exhumación de cadáveres, esparcidos en los lugares sagrados de la ciudad… En una de las calles, los militares se toparán de frente con las cajas mortuorias, en exposición, de religiosas fallecidas incluso siglos atrás; muchas momificadas y alineadas en pie, desde no se sabe cuándo, tras alguna de las orgías sacrílegas realizada en estos dos meses apocalípticos de persecución, violencia y muerte.
Los 42 trozos del Santísimo Cristo de la Vega
A la altura de la Vega Baja, un hombre sale al encuentro de los legionarios pidiendo que mientras ellos suben a tomar la ciudad, le dejen trabajar en la Basílica de Santa Leocadia.
- ¡Lo que tienes que hacer es venirte con nosotros y ayudarnos!, le responde uno de los mandos.
El hombre tiene una cojera bastante visible, aunque nadie se ha dado cuenta de ello. Recapacitando, le aconsejan que es mejor que se esconda todavía un par de días más. Él insiste y, atreviéndose a más, les invita a pasar un instante. Movidos por la curiosidad y, al ser cosa de unos minutos, mientras se reagrupa la 19ª Compañía de la Legión, informado de todo, el capitán Carlos Tiede Zedem decide entrar.
- Su acento no es español, ¿verdad?, pregunta el desconocido personaje.
- No, le responde amablemente el legionario. Soy prusiano, fui oficial durante la I Guerra Mundial y luego ingresé como legionario en el Tercio en 1921.
- Es nuestro capitán, responde con orgullo uno de los mandos. ¿Y tú? ¿Quién eres y a qué vienen tantos misterios y tantas preguntas que te traes?
- Yo sólo soy Pedro. Pertenezco a la Hermandad del Cristo de la Vega… Ya saben, el de la novela de Zorrilla “A buen juez, mejor testigo”. Trabajo aquí cerca, en la Venta de Aires… El día que lo hicieron, vinieron a emborracharse primero. Iban con sierras, cuerdas, palos… Parecía que habían perdido el juicio… Luego regresaron a la Venta. Vinieron peor que la primera vez y… ¡hablaban de 42 trozos! ¡Habían aserrado a Dios en 42 trozos…! Sólo quiero recuperarlos... Luego ya veremos qué se hará cuando todo termine.
No hacen falta más explicaciones. Mientras las lágrimas surcan el rostro de Pedro y los legionarios penetran en el recinto ante el Monumento del Sagrado Corazón de Jesús, levantado allí hace tan solo unos años, todo es ruina y destrucción. El Corazón de Jesús ha sido derribado; las tumbas del cementerio de canónigos, profanadas; hay restos de hogueras que evidencian que los marxistas han tenido allí su campamento; las puertas de la Basílica, medio arrancadas, están formando todavía una lumbre a medio apagar. En la cripta del Sagrado Corazón hay una especie de jergones, como si hubiesen dormido en ellos...
Desde la puerta, los legionarios contemplan la profanación: la imagen del Cristo de la Vega está hecha pedazos. Junto al destrozo, restos de hachas y sierras por el suelo, rotas por la violencia manifiesta… ¡Sólo falta la sangre provocada por cada uno de esos cortes! Pedro piensa en Don Emiliano Segura, hermano del inolvidable cardenal Segura, que, como capitular con cargo de mayordomo de la basílica del Cristo de la Vega, contribuyó a la fundación de la cofradía de esa advocación en 1928. Pedro estuvo con él desde el principio. Sabe que el canónigo es de los pocos que se han salvado, tras el exterminio del clero de la ciudad, pues cuando estalló la guerra estaba en Biarritz con su familia. En la ciudad todo el mundo conoce a Don Emiliano, porque es el autor del popular himno a la Virgen del Sagrario, patrona de Toledo.
Una voz desde fuera rompe el clima de silencio. Se reclama la presencia del capitán Tiede, una vez que los legionarios están preparados para llegar hasta Zocodover. Pedro se agacha y comienza a recoger los 42 trozos… Los ha contado en más de una ocasión, cuando desde las celosías de las ventanas acudía a rezar al Cristo tras la profanación…