PERO ESO SE PASA
Solo Dios es el fundamento de todos los valores.
Él da sentido definitivo a nuestra existencia humana.
-Juan Pablo II-
Se lo oí contar al humorista catalán, Eugenio.
Un borracho va por la calle y se cruza con una joven muy mona; el borracho intentando provocarla le dice:
—¡Fea!
—Y tú borracho —respondió la joven.
—Sí, ya, pero lo mío se pasa.
Al chiste se le puede sacar una gran enseñanza. ¿Cómo sería nuestra vida si fuésemos conscientes y consecuentes de que los atractivos del mundo se pasan?
Hoy hay una auténtica ingeniería social para apartar a Dios de la vida humana, pero ¿cómo podremos resolver los asuntos que afectan al hombre sin relacionarlos con Dios? La historia demuestra que siempre que nos soltamos de la mano de Dios desbarramos, nos alejamos de la luz y nos hundimos en la nada, el vacío, las apariencias que pasan y nos dejan hundidos en la bruma y en la noche.
Este desencanto de vivir en lo pasajero nos cansa y fatiga. No paramos de caminar sin rumbo y nos fatiga el no llegar. ¡Fatigados de no llegar! podría ser el título de algunas vidas que llevan su diario vivir a rastras, con repugnancia, con una existencia agotadora de esfuerzos inútiles.
Algunos que han puesto el corazón en lo que pasa, marchan como temerosos, tristes hacia la nada y por eso necesitan hacerse notar con ruidos y estruendos. Nosotros caminamos con la alegría de quien sabe que todo termina bien para quien «pasa» de lo que pasa.
Vivimos en medio de la tormenta, pero mirando arriba sin desentendernos de lo de abajo. La cabeza en el cielo, el corazón en los hombres, los pies en el suelo y las manos en la mancera, porque vivimos en la segura esperanza del más allá sin engaños ilusorios de mundos irreales ni tontas ilusiones.
Tenemos un sentido transcendente de la vida sabiendo que trascender no es prescindir. Los que no tienen el sentido transcendente de la vida, porque les falta Dios, se afanan en afincarse aquí para siempre y solo consiguen un paraíso de plástico caduco. Pero cuando sabemos trascender lo que nos pasa, cuando dejamos a un lado los reclamos multicolores de los paraísos artificiales, entonces nos convertimos en ciudadanos del mundo que vamos construyendo la ciudad eterna mientras llenamos de alegrías la fugacidad de lo que pasa.
Hay que ser profundos y no dejarnos engañar por la policromía de las ciudades que, como mágicas norias movidas por la falsedad, nos marean.
Porque sí, el mal sabe hacerse atractivo y seductor, pero nosotros sabemos que todo lo que aleja de Dios, pasa.